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La obsesión por Cataluña

Se confiaba en los aviones, durante las esperas en los bares de los hoteles o tomando café en las tascas de la plaza Mayor de Madrid, cercana a su Ministerio de Asuntos Exteriores. Pocas veces hablaba entonces de política exterior, algunas más abordaba la política interna y solía, más bien, opinar sobre la marcha del Estado. Por encima de todo evocaba con preocupación el auge del sentimiento independentista en Cataluña, probablemente la comunidad autónoma que más admiraba y temía a la vez.Un año después de la muerte, el 7 de agosto, de Francisco Fernández Ordóñez, varios de sus colaboradores y amigos que recogieron sus últimas confidencias se han animado a hablar a condición de permanecer en el anonimato. Algunos periodistas que pasaron a su lado muchas horas en estos últimos años también recuerdan sus comentarios off the record que anotaron en sus libretas. Ambos testimonios mezclados permiten trazar estas pinceladas del pensamiento de uno de los políticos más relevantes del posfranquismo.

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"Hay que ver lo bien que está aquello, no parece España". En los aviones en los que regresaba a Madrid desde Barcelona, donde acababa de dar una conferencia o asistir a la presentación de un libro, Fernández Ordóñez dejó más de una vez escapar sobre Cataluña frases tan elogiosas como ésta. Aquellas breves visitas ministeriales a la capital catalana confirmaban aún más su admiración por un pueblo cuya cultura, desde Josep Pla hasta Salvador Espriu, conocía casi al dedillo.

Amigo de las citas

Fernández Ordéñez tenía una visión del papel de Cataluña en España parecida a la del escritor Dionisio Ridruejo, al que citaba con frecuencia. A Cataluña, decía parafraseándole, "no hay que invitarla a dejar de ser ella misma, sino infundirle, hacerle irresistible su misional deber de ser ella en exceso, dándose misional y voluntariamente a la tarea de una España mejor"., Pero, lejos de contribuir a regenerar España, el nacionalismo catalán de finales de este siglo constituía, más bien, en opinión del ex ministro, un germen de desintegración del Estado. Cuando lanzaba tales acusaciones, Fernández Ordóñez no tenía in mente a Ángel Colom, el líder de la radicalizada Esquerra Republicana de Catalunya, sino a su amigo el presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, cuyo lenguaje ambiguo "intenta disimular un independentismo pragmático".

"Digo pragmático", explicaba una vez Fernández Ordóñez sentado en un restaurante de la calle madrileña de la Cava Baja, "porque no clama por los tejados sus sentimientos, sino que intenta roer competencias al Estado transfiriéndolas a Barcelona o a Bruselas hasta lograr convertirlo en un cascarón vacío". "Esta era, al menos, su estrategia hasta ahora; habrá que ver si el despertar de los nacionalismos en Europa oriental le incita a querer ir más deprisa".

Estos planteamientos generales y reivindicaciones nacionalistas más concretas, como la introducción del catalán en las instituciones de la Comunidad Europea o la creación de un comité olímpico catalán, "restaban fuerza", reconocía el ministro, "a nuestra política exterior".

¿Qué hacer para contrarrestar estas tendencias desintegradoras? "El gran antídoto para los demonios familiares de España es la aventura europea", contestaba invariablemente Fernández Ordóñez. "Tenemos que encorgetar al país en instituciones existentes o nuevas que impidan las derivas nacionalistas". Ponía incluso ejemplos como la creación de un comité olímpico europeo que dejaría sin sentido el empeño nacionalista catalán de contar con su propio comité.

El veto de España

"¿Y qué pasa si no llegamos a tiempo, si la petición mayoritaria de la independencia se adelanta a la culminación de la construcción comunitaria?", le preguntaba un periodista al ministro. En dos ocasiones respondió en términos ambiguos a la prensa. En privado era mucho más contundente: "Entonces tendremos que advertir a los secesionistas que España vetará siempre el ingreso de Cataluña en la Comunidad, la OTAN y todas las demás instituciones europeas".Paradójicamente, a pesar ¿le estar teñido de violencia, el nacionalismo vasco inquietaba menos a Francisco Fernández Ordóñez. Quizá porque decía que podía "concebir España sin el País Vasco, pero nunca sin Cataluña", quizá también porque sospechaba que cuanto más se vociferaba un sentimiento nacionalista menos arraigado está en la población. Se preguntaba, sin embargo, con preocupación si el día todavía lejano en que desaparezca ETA la reivindicación independentista, ahora prácticamente monopolizada por sus compañeros de viaje reagrupados en Herri Batasuna, se contagiaría al conjunto de los partidos, de carácter albertzale.

- Un día leyó en. un avión que en la enseñanza en Holanda todas las asignaturas científicas se iban a impartir en inglés para mejorar así la competitividad de los futuros profesionales de los Países Bajos. No resistió entonces la tentación de hacer un comentario irónico: "Y mientras tanto aquí intentando resucitar el bable".

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