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Más de diez minutos de aplausos cerraron la actuación de Víctor Ullate en la clausura del Festival de Spoleto

La compañía madrileña de Víctor Ullate clausuró anteayer la 36 edición del Festival de Spoleto con el teatro romano lleno hasta la última piedra y con más de 10 minutos de aplausos y bravos. Hubo un convencimiento claro de público y crítica ante la propuesta estética del zaragozano, alejada de tópicos y portadora de un aire renovador. Hacía años, decían los habituales, que la danza no era el centro del festival ni era recibida aquí con tanto y calor y unanimidad.Para las representaciones de Spoleto, Ullate optó valientemente por un programa que tenía mucho de refinamiento y poco de concesiones a la galería: dos ballets suyos, Arraigo, remodelado en la forma y en el fondo con respecto a su versión original, y Arrayan Daraxa, con la música envolvente de Luis Delgado.

Con Arraigo, que posee una banda sonora de Jerónimo Maesso (elaborada electrónicamente a partir de ritmos flamencos) dura, fuerte y hasta positivamente apabullante, al principio el público dudó, pero ese vacío duró sólo unos minutos, ante la sorpresa de un conjunto de jóvenes de sólida técnica y claras personalidades artísticas. El movimiento casi escultóico, de líneas capaces de establecer una idea, caló en las gradas prehistóricas. Todo iba bien hasta que Tamara Rojo, una joven morena que parece no temerle a nada sobre la escena, hizo algo que sólo logra verse una vez cada mucho tiempo en ballet: en su brillante variación solista, 10 correctísimas piruetas, centradas y acabadas con limpieza, levantaron al público, los más balletómanos (que aquí son legión) se llevaron las manos a la cabeza y el resto de las gradas se les unían en una sonora aclamación. No había sido sólo la técnica, el giro frío y mecánico sobre las puntas, sino un remate espléndido lleno de arte y gracias; a partir de ahí, la noche fue hacia arriba: no hubo fragmento que no fuera aplaudido con vehemencia.

Spoleto se ha rendido a Ullate y también toda la crítica italiana. Los especialistas más prestigiosos y respetados, por una vez, cantan a la misma voz. Marineta Guatterini, de L'Unitá, sitúa a Ullate y su compañía en el papel renovador que tuvo Gades 20 años atrás; y Alberto Testa, de La Reppublica, le coloca a la altura de los que han hecho algo básico para que la dialéctica del ballet entre por la puerta grande al tercer milenio.

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