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TEATRO - FESTIVAL DE AVIÑÓN

El 'Chvéïk' de Znorko hace un viaje al fin de los tiempos

El público de Aviñón quedó dividido entre la indiferencia y los bravos ante el estreno de Chvéïk au terminus du monde, espectáculo escrito y puesto en escena por Wladyslaw Znorko, ensayado y presentado en Vic hace poco más de una semana, y que con toda probabilidad inaugurará la temporada del teatro Condal de Barcelona a partir de septiembre. Después de la presentación en Barcelona, con gran éxito, de La cité cornu, Znorko ha abordado una creación teatral prolongando la historia del soldado Zveik, el personaje creado por el escritor checo Hasek, con la que expone su parábola sobre el hoy de Europa, y muy especialmente sobre la intolerancia y los abominables sucesos que tienen lugar en el ex Este bajo la indecisa mirada de Occidente. Acusado. de cricotage por su visible afinidad plástica con el Cricot 2 de Tadeusz Kantor, el espectáculo ha experimentado, para ir a mejor, grandes cambios respecto a su estreno en Vic.

Orígenes

Znorko es de origen polaco, y lejos de hacer de la grandeur de su país de adopción una forma de vida, reivindica sus orígenes. Así, para él, tal como lo cuenta, los numerosos e interminables viajes en ferrocarril de su padre para conseguir un estatuto legal de libertad desde los campos de concentración de Stalin han marcado su vida. Znorko, que ya pasó su infancia en los suburbios de París junto al estruendo de los vagones frotando los rieles del tren -la base del espectáculo La cité Cornu, presentado en Barcelona- propone ahora en Chvéik au terminus du monde un nuevo viaje en tren, el viaje de siglos del soldado Zveik hasta el fin de los tiempos, más allá de la vida o el final de la guerra, algo que viene a ser lo mismo en un espectáculo que plantea la derrota implacable de las utopías en el presente.El espectáculo se inicia en una estación de tren, en su cantina, con los camareros cantando las raciones de gulash que han pedido los clientes. En el tren empieza el viaje, un viaje de hambre y siglos, de hambre de siglos. Los actores apenas si hablan, y cuando lo hacen, su lenguaje inventado intercala algunos vocablos en francés y catalán. No hay gulash para el viaje, ni siquiera un mendrugo. Es un viaje sin sentido hacia ninguna parte, un desplazamiento hacia la tierra de nadie de unos soldados que han conocido las guerras de trincheras, de los gases mostaza, de los estallidos nucleares, de los ingenios más execrables que el hombre ha inventado para ser, mucho peor que un lobo, un hombre para el hombre. Entre estos soldados está Zveik, un pobre deficiente, un inútil convertido en hábil por obra y gracia de las guerras. Participa del viaje con sus sueños, resistiendo gracias a que su necedad es más poderosa que la clarividencia de los lúcidos.

Al llegar a la última parada, Zveik se encuentra con un mundo, el de la paz, que tiene a Don Quijote encerrado. En esta última parada del mundo es donde se encuentran los jueces de la historia, los que deciden quién ha ganado una guerra, los que hacen dejar en un montón los fusiles de los vecinos y agasajan a los vencedores. Es una última parada donde incluso las clases uniformadas conforman un cierto clima de civilización, la civilización que tiene encerrado a Don Quijote, a toda utopía.

Tras el viaje en tren -unos 40 minutos que en Vic se hacían tan interesantes como interminables, pero que en Aviñón, debidamente acortados, han sido gloria-, la llegada a la última estación del mundo en Vic resultó excesivamente colorista, cándida, inconsistente. En Aviñón, cambiando radicalmente la iluminación y sin dar a los personajes el carácter de continuidad respecto a la primera parte del espectáculo, el final, aunque todavía está por pulir, por definir, no dejaba otra opción más que pensar en los tristes momentos de la historia de Europa.

Ante los ojos de los espectadores no sólo se reproduce la imagen de la catástrofe que prevén los observadores de la ONU, sino que hay unos actores que intentan vivirlas para ejemplificar y un director del espectáculo, Znorko, que mamó la mala leche que salía de las tetas de quien vivió los genocidios de los cuarenta.

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