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Bob Dylan paseó su enigma por La Coruña

La Coruña Si en la primera jornada, celebrada el pasado jueves, del Concierto de los mil años el ambiente no estuvo mal, el de la segunda, celebrada anoche en el estadio de Riazor de La Coruña, fue superior desde el principio. Era la primera vez que Bob Dylan pisaba Galicia y había ganas.Pero todo empezó con los Kinks, un grupo formado en 1962 con los hermanos Ray Davies como cabezas. Son los dos únicos músicos originales que se mantienen en esa formación, que dos años más tarde, apuntarían el futuro rock duro con canciones como You really got me. Fue uno de los primeros grupos en lanzarse a la aventura del disco conceptual y de los pocos que han sabido, y podido, mantener una línea firme.

Comenzaron recordando sus orígenes con la canción Till the end at the day; presentaron su último disco Phobia; armaron el taco con Lola y encandilaron a un público que casi llenaba el estadio de Riazor. Los Kinks se mantienen en una envidiable forma. Ray Davies reservó su voz -hoy actúan en el Royal Albert Hall, de Londres-, pero no su vestuario -se cambió siete veces de ropa-, y acabaron con una coreada You really got me.

Bob Dylan apareció en el escenario como un fantasma. Acompañado por William Baxter y John Jackson a las guitarras, Anthony Garnier al bajo y Winston Watson a la batería -el mismo grupo que le acompaña actualmente en su gira española-, su comienzo fue decepcionante. Un sonido impresentable por débil y mal mezclado, se unió a la nula intención de Dylan por todo lo que tenga algún parecido a conectar, comunicar, o como quiera llamarse a establecer una relación cómplice con el público que había ido a escucharle. Es su norma y nada que objetar.

Todo parecía que aquella leyenda que comenzó en 1962 cuando grabó su primer disco acústico, siguiendo la línea de sindicalistas reivindicativos y de izquierdas, iba a pegar la espantá. Que aquél que tres años más tarde y escandalizando a los puristas con acompañamiento eléctrico grabó Like a Rolling Stone, uno de los monumentos de la cultura rock y de la literatura musical de todos los tiempos, iba a salir por la puerta falsa. Pero rápidamente atacó Memphis blues again (en versión casi irreconocible, como las de todas las demás canciones) y seguidamente, salvando su aparente desgana llegó una pasadísima versión de Just like a woman, con lo que se le pusieron los pelos de punta a más de uno. Aproximadamente a la mitad de los 20.000 asistentes. El resto, pasaba olímpicamente de un dios que no cree en dioses, y que lo manifiesta mostrándose como un compositor y cantante único que se recrea en cada ocasión y canción. Y fue esa intransigencia la que ganó al público poco a poco, Precisamente en su faceta más difícil: la acústica. Así interpretó un Mr. Tamborurine men, estremecedora por irrepetible. Para seguir subiendo, un Maggie`s farm eléctrico, potente y rockero.

Con el público en lo más alto, cogió y se fue. No como un fantasma porque volvió para cantar Ain't me babe. Entonces, sin decir ni adiós -tampoco había dicho hola-, se fue definitivamente entre la división de opiniones. Aquellos que hicieron el esfuerzo suplementario que requiere penetrar en su mundo, encantados. Los que no, decepcionados.

Como este tipo de festivales son una especie de esquizofrenia, tras Dylan apareció Robert Plant. Para aquéllos a los que el nombre de Robert Plant no les diga nada, diremos como tarjeta de presentación que fue el cantante de Led Zeppelín. Para aquéllos a los que el nombre de Led Zeppelin tampoco represente gran cosa, añadiremos que fue uno de los primeros grupos que, partiendo del blues, crearon el rock duro que hoy arrasa con Guns N'Roses, por poner sólo un ejemplo. Plant ofreció su voz con un acompañamiento muy potente, cuatro guitarristas en escena y un disco reciente como novedad.

A la hora de cerrar esta edición, todavía no había actuado John Mayall, que a sus 50 años mantiene su prestigio de padre del blues blanco. Con él se cerraba la segunda jornada del Concierto de los mil años. Un día también largo marcado por el enigma Dylan.

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