Pasado y presente
Entre el mítico Cuadro negro, de Malevich, y las últimas pinturas alegóricas del ex pop Martial Raysse han transcurrido aproximadamente 80 años. Por supuesto, su coincidencia en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) es puramente casual. La exposición de Malevich es la de los más de 40 óleos del Museo Estatal de San Petersburgo que ya se han podido ver en Madrid y Barcelona; incluye trabajos realizados entre 1900 y 1933, desde su periodo más o menos impresionista hasta sus conmovedores retratos de los años treinta, pasando por sus intervenciones cubofuturistas, sus series de campesinos de los años veinte y, por supuesto, sus asombrosas pinturas suprematistas de la época en que Rusia se aprestaba o se dedicaba ya a sacudir los cimientos de una civilización enferma, a la que, por lo demás, no consiguió curar.
Malevich
Colección del Museo Estatal Ruso. Martial Raysse IVAM. Centre Julio González. Guillem de Castro, 118. Valencia. Hasta el 29 de agosto.
Aledaños del pop
La amplísima retrospectiva de Martial Raysse obedece a propósitos muy diferentes. Aquí no se trata de ilustrar una época ciertamente heroica de la historia del arte de vanguardia, una época que Malevich protagonizó hasta que el estalinismo le obligase a retirarse de la escena pública. La muestra de Martial Raysse forma parte, más bien, de un programa tácito emprendido por el IVAM y destinado a la exploración de los aledaños del pop, es decir, el pop europeo, en el que se pueden inscribir, con todos los matices que se quiera, desde la figuración crítica de Arroyo o los Crónica hasta el propio Raysse, pasando por Hamilton, Adami o Fahlström.Pero, sobre todo, Raysse representa un caso interesante, y hasta cierto punto ejemplar, de la perplejidad en la que el arte autoconsciente ha tenido que moverse desde que la historia decretara el fin de la abstracción informalista, desde el' aldabonazo del arte pop hasta ese ridículo contexto en que hoy nos hallamos.
La posición inicial de Martial Raysse -assemblages de objetos encontrados- le facilitó una breve alianza con el grupo de nouveau réalites que Pierre Restany teorizó como alternativa al espeso tachisme dominante en la decadente escena artística francesa de finales de los cincuenta. Muy pronto adoptaría Raysse los estilos radicales de un pop a la europea, del que, sin embargo, no tardaría en distanciarse.
De hecho, su trayectoria ha discurrido a través de una serie de curiosas conversaciones que le han llevado al cine, al teatro y la escultura, que le han devuelto a los modos de la tradición y a una suerte de neoclasicismo alegórico, cuya sustancia irónica quizá termine por resultar demasiado oscura.
Sólo que la idea de una vuelta a la tradición, en sí misma tentadora y relativamente sólida, apenas puede sostenerse de una manera tan literal. Raysse ha percibido la inconsistencia de ciertos saltos hacia adelante que la irrupción del arte pop ya había declarado innecesarios. Pero tal vez su legítima fidelidad a la cultura europea -así como la propia. honestidad de su experiencia del arte- le haya impedido reconocer que el enorme abismo que se abre entre el pasado y el presente no puede ser salvado con puentes tan frágiles como los que él ha tendido.
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