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Tribuna
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El Estado del Malestar

He aquí una pequeña anécdota. En la primera mitad de 1990, hallar por estas tierras o en el exterior a algún economista del mainstream o corriente principal, como llaman en Estados Unidos a los profesionales y expertos del establishment, que hablara del cambio del ciclo era como hallar una aguja en un pajar. Meses después, todos reconocían que la economía americana estaba en recesión. Al cubrir la reunión anual de la American Economic Association, la revista Business Week, tituló: "7.000 economistas y ninguna respuesta". En España, Carlos Solchaga vaticinaba, por esas fechas, una próxima recuperación. Pero éste país entró en recesión con niveles de paro que solo por utilizar una comparación histórica se aproximan a aquellos registrados en el punto más bajo de la Gran Depresión americana: 24,3%, en 1933.España sufre los problemas de la recesión general en condiciones de una economía abierta que no ha resuelto sus problemas seculares de raquitismo y parasitismo, expresados en su débil estructura industrial y su incapacidad para controlar el gasto público. El 29 de septiembre de 1992, para tomar un ejemplo reciente, Solchaga anunció el presupuesto de 1993 "como el más moderado de los últimos veinte años". Los últimos datos indican que que éste año en lugar del 2,3% del PIB previsto, el deficit cerrará en torno al 5%. Las correcciones esperadas en la fase expansiva del ciclo resultaron vanas. En dicha etapa, con crecimientos anuales del 4,5% y 5% y tasas de formación bruta de capital (inversión) del orden del 25% ó 26%, que difícilmente volverán, éste país tampoco hizo progresos serios en materia de empleo.

El breve boom español fue causado por un proceso de inversión que se forjó mediante una recomposición histórica del beneficio empresarial. El voluntarismo llevó en 1989 la peseta al mecanismo de cambios del SME para dar otra vuelta de tuerca: obligar a las empresas a reestructurar sus costes y olvidarse de las devaluaciones competitivas. La eficiencia forzada. Dicha táctica tuvo efectos benéficos en materia de inflación, pero fracasó en su objetivo: las empresas cedieron ante las demandas salariales y mejoraron la productividad vía despidos, en tanto que la sobrevaluación del tipo de cambio cerró la puerta a la exportación. La triple devaluación fue un castigo despiadado de esa política.

Y ahora, ¿vuelta a Keynes, con baja generalizada de los tipos de interés a corto plazo, y, si ello no basta, aumento del déficit, o reducción drástica del déficit para lograr una baja de los tipos a largo plazo y estimular así la inversión?. La primera alternativa difícilmente consiga ya resultados milagrosos porque con tasas de crecimiento inferiores a 3,5% no se logra en esta etapa crear empleo, mientras que la segunda, aplicada al mismo tiempo por varios países, acentuará la recesión. Una baja gradual de tipos a corto y una reducción del déficit a lo sumo puede abrir un período de estancamiento. Pero como ocurrió primero en Suecia y sucede en Holanda, Alemania y Francia, el capitalismo avanzado ya no puede pagar ciertas ventajas. Del Estado del Bienestar al Estado del Malestar. España, pese a la música electoral, no es ni será diferente.

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