México contra México
La guerra contra el narcotráfico destapa un podrido sector del Estado que se había vendido al hampa
En México se libra una dura batalla entre el hampa y el Estado. Gana el Estado. Pero la pugna ha puesto al descubierto que, para vencer el crimen organizado, el Estado tiene que luchar contra sí mismo. El corrompido superjefe de la policía del Distrito Federal, Santiago Tapia Aceves, acaba de ser encarcelado. También tres magistrados de Sonora. Habían sido comprados por el narcotráfico.Hasta hace muy poco nadie pensaba en México que un jefe policial o un juez fueran a acabar en una celda. La impunidad estaba por encima de la lucha contra el crimen organizado, Lo que se estilaba eran golpes, espectaculares por cada sexenio presidencial. En el anterior fue la detención del Negro Durazo, un siniestro jefe policial podrido por la corrupción, y en éste, la de Joaquín Hernández Galicia, La Quina, un capo que se escudaba en su liderazgo del sindicato petrolero.
La muerte, hace un mes, del cardenal de Guadalajara, Juan Jesús Posadas, víctima casual de un fuego cruzado entre narcotraficantes, ha precipitado las cosas y ahora se percibe más eficacia para acabar con esta lacra. Los resultados, no obstante, son escasos, pero las investigaciones confirman lo que antes era un secreto a voces. "Al menos este crimen ha destapado la cloaca de la corrupción existente en los organismos gubernamentales", asegura el obispo Luis Reynoso, portavoz de la Conferencia Episcopal Mexicana.
La. muerte de Posadas movilizó al Estado. Hoy son ya 25 los narcotraficantes detenidos como implicados en la balacera, entre ellos Joaquín, El Chapo, Guzmán, el hombre que fue confundido con el cardenal. Pero lo que se cuece ahora en México es aclarar la conexión de estos delincuentes con un Estado asociado históricamente a la corrupción y la impunidad.
La calle, alentada por a Iglesia católica a menos de dos meses de la visita del Papa a Yucatán, está exigiendo que se desenmascare a los autores intelectuales de la escalada criminal que asola el país y que ha vuelto a destapar un México negro y sangriento que parecía en proceso de extinción.
Guerras entre familias
El origen de la criminalidad son las guerras entre las familias mafiosas para repartirse el territorio más importante para el paso de la droga hacia Estados Unidos. Y los cómplices, una Administración corrupta y mal pagada que se pone al servicio de los narcotraficantes o de quien más le ofrezca. También una élite policial y judicial impune que se enriquece brindándoles protección.El problema es que el Estado tiene que investigar al Estado, la policía a la misma policía y la justicia a sus propios jueces. Detrás de la mayoría de los actos criminales del narcotráfico se sabe con certeza que, por lo general, hay una toga, una placa de la Policía Judicial y un despacho oficial. últimamente se ha sabido que también hay redacciones de periódicos.
El presidente, Carlos Salinas, tomó conciencia a tiempo del gangrenoso problema que se le estaba planteando a México y puso hace unos meses al constitucionalista Jorge Carpizo, antiguo ombudsman del país, al frente de la Procuraduría de Justicia. Pronto Carpizo denunció la corrupción policial, se enfrentó a los periódicos por cantar verdades, se ganó enemigos dentro de la justicia y se convirtió en el objetivo número uno de todos los narcotraficantes.
Carpizo, pese a tener el viento en contra, se ha mantenido valientemente en el puesto y ha puesto en marcha una estrategia radical hasta ahora inexistente en la lucha contra el narcotráfico, caiga quien caiga.
De momento, tras la muerte del cardenal Posadas, 67 agentes han sido separados de sus funciones; dos superjefes policiales, Antonio Bejos (Jalisco) y Santiago Tapia (Distrito Federal), están en la cárcel; alredededor de otra decena de servidores públicos se encuentran bajo arresto, y tres jueces de Sonora han sido destituidos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.