La guerra de los 'think tanks'
100 instituciones y batallones de analistas compiten por suministrar ideas a la élite política
Un importante abogado y componente de un lobby comentaba a este periódico, no sin cierta dosis del cinismo que hoy predomina entre los ciudadanos norteamericanos: "En Washington hay cuatro poderes: el Ejecutivo, la judicatura, los think tanks y la prensa. Y no precisamente por este orden". Cientos de especialistas, analistas e investigadores, los mejores cerebros en todos los campos de la política (militar, económica, internacional y social), libran una feroz y sorda batalla por suministrar ideas a la élite política en los cambios que se avecinan.El final de la guerra fría, el derrumbe del comunismo, los conflictos étnicos y nacionalistas en Europa, la crisis económica internacional con sus secuelas de paro y pobreza generalizados, el colapso de los sistemas sanitarios y de la Seguridad Social, todos estos problemas han dado un fuerte impulso a los think tanks en los últimos años' Para muchos hace falta definir nuevas estrategias que permitan afrontar todo esto antes de que se desborde, y esa función la realizan estos laboratorios de ideas.
Se trata de organizaciones independientes que no tienen nada que ver con lobbies (defensa de intereses de grupo) y fundaciones (actividad filantrópica), otras dos instituciones básicas en el sistema americano. Paul Buiar, que tiene su lobby en Nueva York, dice que "los think tanks son reactivistas: investigan, piensan, sugieren, y fueron inventados para dar trabajo a los que salen del Gobierno".
Actualmente se cuentan entre 1.200 y 1.300 en todo el país, y de ellos los 100 más prestigiosos e influyentes concentran sus baterías en Washington. El término think tank cobró carta de naturaleza durante la ll Guerra Mundial y en la posguerra fue utilizado para describir organizaciones de investigación. militar, como la Rand Corporation. En los años sesenta se convirtió en algo de uso común, cuando la atención se centró en los intelectuales de la política que suministraban ideas a los presidentes John Kennedy y Lyndon B. Johnson.
La competencia entre ellos es brutal. "Estamos librando una guerra de ideas", indica Chery1 Rubin, de la Heritage Fundation (HF). Saben que pueden provocar revoluciones (aunque sea al estilo norteamericano) como la conservadora de la era Reagan, en la que la HF jugó un papel destacado. La HF y el American Enterprise Institute (AEI) son think tanks considerados hoy como la principal fuente de poder intelectual conservador en EE UU. La primera surgió de una idea de Pat Buchanan, el político ultraconservador que escribía los discursos del presidente Richard Nixon.
A pesar de su vinculación a la política, los think tanks afirman que son apartidistas, aunque en la práctica tienen una indudable coloración política. No pagan impuestos y deben cumplir no sólo con el principio de ser apolíticos, sino también con el objetivo de dedicarse al estudio, a la educación y a la investigación. Cuando los think tanks toman nombre propio aparecen la HF, la AEI, la Brookings Institution (BI, liberal), el Cato Institute (libertario), el Institute for Policy Studies (IPS, izquierdista), el Center for Strategic and International Studies (CSIS, conservador) o la Rand, entre otros.
Su independencia viene determinada por su autonomía financiera. Los principales cuentan con importantes recursos procedentes de antiguas donaciones, de fundaciones, corporaciones, y aportaciones voluntarias. Los cinco o seis principales ingresan conjuntamente al año más de 200 millones de dólares (25.000 millones de pesetas) y llegan al millar los analistas e investigadores que trabajan para ellos.
La Bl ingresó el año pasado casi 20 millones de dólares y tiene 50 investigadores con sustanciosos contratos; el CSIS ingresará este año 13,5 millones de dólares (1.688 millones de pesetas) y cuenta con 100 analistas, entre los que se incluyen consejeros como Henri Kissinger, ex secretario de Estado; Zbigniew Brzezinski, ex consejero de seguridad de la Casa Blanca, y James R. Schlesinger, ex secretario de Defensa. La Rand ingresa 100 millones de dólares al año (12.500 millones de pesetas), y la HF, más de 20 millones, con unos 60 analistas a su servicio.
Influencia dentro y fuera
La influencia de los think tanks dentro y fuera de EE UU es considerable, y los medios de comunicación son su principal instrumento. "Sin nosotros no tendrían tanto poder", dice Marlene Fernández, jefa de la sección latinoamericana de la cadena de televisión CNN en Washington.
Cuando el presidente Bill Clinton habló de los bombardeos selectivos en Bosnia, lo primero que hicieron los medios fue pedir la opinión de los think tanks, y éstos sentenciaron que la idea era funesta y militarmente incoherente. El debate empezó a partir de ahí. El Congreso y los militares adoptaron posturas en contra, y Clinton dio marcha atrás. "Sabe que si su política encuentra resistencia en los think tanks no podrá sacarla adelante", comenta Fernández.
La Casa Blanca, la Administración en general y el Congreso necesitan a los think tanks. Se nutren de sus expertos e ideas. Los altos funcionarios piden informes y los Comités del Congreso suelen citar a los expertos para que les orienten sobre asuntos en proceso de- debate. Uno utilizado asiduamente es la Rand, think tank financiado por las Fuerzas Aéreas de: EE UU y que cuenta con los mejores cerebros. Sus trabajos, en general, se centran en defensa y seguridad. "Los políticos no son expertos en nada. No tienen ideas y recurren a nosotros para alimentarse", asegura Rubin. "Nuestro gran papel es influenciarles".
Cuando Clinton accedió a la presidencia, lo primero que hizo fue pedir a los think tanks informes y recomendaciones sobre la situación económica y los homosexuales en las Fuerzas Armadas. Fichó a Alice RivIin, economista prestigiosa de la Bl durante 27 años, como directora adjunta de la Oficina del Presupuesto (la lucha contra el gigantesco déficit es una prioridad de Clinton), y a Elisa Harris, experta en proliferación de armamentos de la BI, miembro del Consejo de Seguiridad Nacional. La Bl fue el think tank que elaboró los estudios que sirvieron a Kennedy en su plan de transición.
La conexión exteriorDe puertas para afuera, los think tanks tienen conexiones con otros hermanos y se centran sobre todo en los de Europa Occidental y del Este, y en los de la cuenca del Pacífico (China, Japón y las dos Coreas). El CSIS tiene una comisión presidida por Brzezinski trabajando sobre Polonia para identificar obstáculos a la inversión extranjera, al mercado libre y al ingreso de ese país en la OTAN y en la CE. Otra comisión trabaja en San Petersburgo (Rusia), presidida por Kissinger y Anatoli Sobchak, alcalde de la ciudad, para analizar la recuperación de la región. El AEI tiene importantes especialistas trabajando en política exterior bajo la dirección de Jeane J. Kirkpatrick, ex embajadora de VE UU en la ONU.
Los think tanks no siempre cuentan con simpatías. Cuando Gorbachov era presidente de la URSS protestó ante un grupo de políticos norteamericanos que visitaban Moscú por la actitud de uno de ellos, la Hoover Institution (HI): "Su Hoover dice que nuestra sociedad está en descomposición, pero son ustedes quienes lo están". Gorbachov estaba obsesionado con la HI y creía que sus ideas sobre la URSS fueron adoptadas por la Administración de Reagan. No fue el único, puesto que en EE UU también hubo quien aseguró que Reagan ganó las elecciones de 1980 como fiel intérprete de la munición aportada por la industria de las ideas conservadora.
Miembros del Gabinete de Richard Nixon se nutrían de la Rand y de la BI. Nixon prohibió la alimentación suministrada por este último think tank porque era' un nido liberal. Su principal ayudante, Buchanan, trató de neutralizar la influencia de BI y llegó a proponer un incendio que pareciese fortuito en su sede para hacer desaparecer documentos del Pentágono, un anticipo en tres años del famoso Watergate, que estalló en 1972.
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