Disparatados y conversos
Se veía venir. Tras exponer en una cascada de artículos una amplia gama de razones para el voto al PSOE, sin olvidar la hermosura de Cobi y el símil de la Primera División, al conocer los resultados, Javier Pérez Royo estalla. No es sólo un hombre el que opina, sino la expresión de una colectividad, el portavoz de un todos que, al parecer, adoptan una reacción unánime ante las elecciones: la que él formula. A continuación proporciona una explicación político-constitucional, cuyas premisas indudablemente "todos sabemos" y que él acierta a clarificar. Pero igual que cada paraíso requiere siempre un arcángel armado, y éste un diablejo al que vencer, nuestro heraldo militante de la sensatez general necesita el contrapunto de un polo negativo: la presencia de unos políticos y publicistas -pocos, por fortuna- que no alcanzaron a entender su verdad, la verdad de y para todos. Conviene identificarlos. Primero es Aznar, seguido, en asociación implícita, de dos colaboradores de este diario, Ignacio Sotelo y yo mismo, "que no se han enterado de nada de lo que estaba en juego, y por eso, aun diciendo cosas razonables ocasionalmente, han desbarrado sistemáticamente en todo cuanto han escrito en estos últimos meses" (sic).Nada más. Ni un argumento: pura y simple descalificación, pues desbarrar no es otra cosa que decir disparates. Estamos ante una declaración en el mejor estilo guerrero y guerrista, la cual, además, enlaza con unos antecedentes ideológicos y de militancia que hubieran debido desaconsejar al autor el lanzamiento de una polémica con tal ausencia de razonamientos y de respeto al otro. Ya pasé el tiempo de designar enemigos del pueblo, ni de fijar imperativamente únicos caminos.
De entrada toca advertir que la descalificación no tiene valor explicativo alguno. Lo único que muestra es la incapacidad de aquel que recurre a ella para entablar una discusión argumentada. Pero adquiere sin duda sentido en un contexto polémico, como el que caracteriza a una contienda electoral. Responde a las frustraciones que puede suscitar un discurso crítico a cargo de un oponente. Es el "dales caña", a falta de razones. Y sobre todo cumple un papel, eso sí, un tanto siniestro, de señalización. Cabe suponer que el emisor se ve forzado a recurrir a esa forma de discurso vejatorio porque, cargado de irritación, igual que el nosotros cuya voz asume -en este caso, los vencedores en las elecciones-, no puede seguir soportando la presencia del adversario. Le señala y pide implícitamente su supresión. En efecto, ¿qué sentido tiene que los responsables y los lectores de un diario razonable como éste sigan soportando a unos sujetos que desbarran durante meses en sus apreciaciones políticas, en contra del interés colectivo?
Además, la descalificación cubre otro cometido complementario: la provocación. El destinatario del golpe se encuentra ante un dilema. Por una parte, el desprecio ante un recurso propio de la vieja España machadiana, poco inclinada a usar la cabeza para la exposición de sus pensamientos, puede aconsejarle el silencio, con lo cual parece injustificadamente merecedor de la reprimenda. O puede responder, pero ello exige una labor de autojustificación que acabará por aburrir al lector y quizá dando pie al autoasignado censor para enzarzarse en una polémica de interés aún más dudoso. Sin embargo, a pesar de semejante riesgo, seguiré esta vía, aunque sólo sea por no premiar una estrategia del discurso que estimo despreciable.
Diré que de algo me he enterado. Por lo menos, en medio de los dislates, supe anticipar la evolución del electorado en vísperas del 6-J, según consta en artículo entregado en la mañana de ese día. En los dos últimos años, a través del seguimiento de la realidad política y también por efecto del azar en el acceso a datos en más de una ocasión, apunté la fragilidad de una situación económica definida desde arriba como fastuosa, señalé contracorriente el vacío de los festejos del 92 e intenté explicar los mecanismos de corrupción en el partido-Estado. En función de todo ello, y al mismo tiempo que puntualizaba claramente mi rechazo del Partido Popular (véase El elector ante el vacío), expuse una serie de motivos para no dar mi apoyo a González.
Me he enterado, a fin de cuentas, de que existe una distancia insalvable entre mi concepción de la política y la que ha prevalecido en el partido del Gobierno. Contaré una anécdota. El 29 de mayo de 1992 tuvo lugar, en La 2, un debate sobre capitalismo y socialismo en el cual participé al lado de Alfonso Guerra. A éste no le gustó nada que saliera en el debate el tema de la huelga general del día anterior, cuya mención le estaba prohibida al equipo responsable del programa. Menos le gustó el intercambio de opiniones, y al abandonar el edificio me dijo con cierta irritación: "Elorza, no se puede ir de puro por la vida. Para hacer política hay que hundirse en el fango". Testigo de la escena era, creo recordar, un eurodiputado de IU, Fernando Pérez Royo. Por supuesto, no volví a ser invitado a TVE. Me atrevo a pensar que esa aspiración a ejercer un control omnímodo desde el fango tiene poco que ver con una democracia progresista y bastante con la experiencia de estos años, en detrimento de aquellos socialistas que han sido gestores eficaces y honestos. Y en ese fango, nada lorquiano, no estuvo Guerra solo: la responsabilidad alcanza a González y, para temas como el V Centenario, a algún notorio "renovador" sevillano.
Por último, me he enterado de que el problema de la corrupción no se entiende a base de recetas simples. Centrar la supuesta explicación en un tópico como que "la naturaleza humana es la naturaleza humana" (sic), y que lo que pasa en España "ha pasado en todas partes" (sic), supone al mismo tiempo no aclarar nada y lanzar una cortina de humo tendente a la justificación. Si la voz de la naturaleza es la voz de la naturaleza, la voz de la sangre es la voz de la sangre: ya tenemos un caso resuelto, por lo menos en Sevilla. Pero, al margen del humor negro, lo que cuenta es el ejemplo italiano de una degradación profunda del sistema debido a la corrupción, siguiendo una línea de encubrimiento y relativización en que se inscriben las conductas del PSOE y del propio Felipe González. Con los añadidos de la ley Corcuera, el comportamiento del fiscal general del Estado y las previsiones sobre el tema de los GAL hay base para enterarse de algo, reconociendo que en la gestión del PSOE ha habido algo más que modernización. Claro que, como advirtiera el profesor Tierno Galván, no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Acabemos. Si no fuese por el respeto que siento hacia la obra de Javier Pérez Royo hubiera creído encontrarme ante la agresión de un trepador ávido de contraer merecimientos, ahora que sale del horno la tarta para los "independientes". Conociéndole, pienso que se trata sólo de la vehemencia y de la extremosidad de un converso, incapaz en este caso de liberarse de unos orígenes en los que el reconocimiento de la alteridad no tenía mucho sentido. Polemizar y disentir es una cosa; arremeter con el propósito de destruir una imagen, otra bien diferente. Por usar un vocabulario que quizá sea del agrado de un hombre de deporte como Javier: el estilo Bilardo no es de recibo en las relaciones intelectuales.
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