Estados Unidos cede al 'liderazgo global'
El presidente Bill Clinton emprende un giro histórico en la política exterior de su país
La posición del Gobierno de EE UU en relación con Somalia y Bosnia -los dos ejemplos más recientes de su política exterior- responde a un mismo criterio: acatar las decisiones de la ONU y actuar de forma coordinada con esa organización, con los países aliados y con el grueso de la comunidad internacional. Es lo que algunos analistas comienzan a llamar ya el fin del unilateralismo y el comienzo del multilateralismo, un término acuñado, precisamente, por la embajadora de EE UU ante la ONU, Madeleine Albright.
George Bush ya practicó esa política con ocasión de la guerra del Golfo. Pero aquello fue distinto. Allí fue Estados Unidos quien dirigió desde el primer momento la operación y quien presionó para que la ONU respaldase sus decisiones, y el resto de los países, también.En esta ocasión la situación parece diferente. Acuciado por las dificultades económicas de su país, favorecido por la desaparición del enemigo comunista y obligado por un nuevo clima internacional que ya no se presta a los acuerdos secretos entre superpotencias, el presidente norteamericano. Bill Clinton, está emprendiendo un giro en la política exterior de Estados Unidos que puede alcanzar significación histórica.
El pasado jueves, el presidente Clinton dijo, analizando la participación norteamericana en la ofensiva de la ONU en Mogadiscio: "En esta era nuestra nación tiene que ejercer un liderazgo global similar a lo que hemos hecho esta semana en Somalia".
Ese concepto del liderazgo global es aplicable también a Bosnia. El jueves, Clinton lamentó que la ONU no hubiera autorizado el levantamiento del embargo de armas a los musulmanes. "Creo que fue un error", reconoció Clinton, "pero tenemos que respetar las reglas de las Naciones Unidas".
Criterio aliado
Hace apenas un mes, el Gobierno norteamericano presentó un plan sobre Bosnia que incluía la autorización para efectuar bombardeos selectivos contra los serbios. El secretario de Estado, Warren Christopher, viajó a Europa para vender ese plan y los europeos no lo compraron. La consecuencia fue que Clinton aceptó el criterio de los aliados, en contra de su propio punto de vista. Un síntoma de debilidad, dijeron algunos. Puede ser, pero es también una prueba de que Estados Unidos ya no puede ejercer su supremacía mundial como hace apenas un año.Con el Gobierno de Bill Clinton, Estados Unidos empieza a ser uno entre varios. El más fuerte, el más capacitado militarmente, el más sólido política e ideológicamente, tal vez, pero uno más.
El mismo Clinton explicó el sábado que la aparición de naciones de potencial medio como protagonistas activos en la solución de conflictos regionales -España es un ejemplo- crea las condiciones para que Estados Unidos ceda bastante en su labor de policía mundial.
Fuentes del Departamento de Estado comentaron recientemente que Estados Unidos tiene que prepararse para actuar en misiones multilaterales, incluso en aquellas en las que no es la fuerza mayoritaria ni tiene el mando de la operación.
El liderazgo global es, en cierta medida, el reconocimiento de que el poder de Estados Unidos en esta época se ha relativizado.
El liderazgo global está exigido también por la propia debilidad norteamericana -los gastos militares han sido reducidos progresivamente en los últimos siete años- y por el reconocimiento de que los valores que defiende EE UU son también globales. Ya no se trata de defender la libertad y la democracia frente al comunismo, sino defender la libertad y la democracia en un mundo que reivindica prácticamente al unísono esos mismos valores.
En términos generales, Occidente sigue reconociendo en EE UU su líder en cuanto a los méritos políticos que este país representa. También sigue siendo EE UU el espejo principal en que se miran los nuevos sistemas del Este de Europa. A ello se suma el hecho de que Europa aún no dispone de capacidad para imponer su propia línea de política exterior ni Japón se basta para garantizar la seguridad de Asia. EE UU tiene, pues, que seguir ejerciendo su papel de primera potencia, pero adaptado, eso sí, a las nuevas circunstancias.
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