Eran grandes y fuertes...
EL INTERÉS por los dinosaurios, que nunca ha cesado desde que en 1770 se descubrieron en Maastricht los primeros restos, se ha incrementado enormemente en los últimos tiempos, convirtiéndose en muchos casos en verdadera devoción por obra y gracia de una superproducción cinematográfica basada en una novela de éxito. Al interés por lo desconocido se une la habilidad de quienes hace tiempo conciben espectáculo y beneficio como dos caras de la misma moneda.Lo cierto es que se siguen con creciente pasión los continuos descubrimientos científicos y las nuevas teorías sobre esas singulares criaturas que dominaron la Tierra durante 150 millones de años y se extinguieron misteriosamente a finales del cretáceo, hace unos 64 millones de años. Museos y libros conocen perfectamente el interés general y lo rentabilizan. Los niños repiten con fruición los complicados nombres latinos de las grandes bestias. En definitiva, se ha desarrollado en torno a los dinosaurios toda una industria de reproducciones, muñecos articulados, publicaciones y distintos objetos. Podría decirse que han sido asimilados al consumismo después de muertos.
¿Qué provoca esa fascinación? No hay una respuesta única. Los niños, según los psicólogos, ven en los grandes animales figuras que evocan la solidez de los mayores, pero, también, su brusquedad y torpeza. En él encuentran, además, el mito ancestral del dragón, protagonista de espléndidos relatos y leyendas. ¿Y los adultos? Se ha especulado con la idea de que lo que hace a los dinosaurios fascinantes es que se extinguieron y no sabemos aún la causa. Pero no es sólo eso. La atracción por los dinosaurios lo es en gran medida por el pasado, un estremecimiento ante un inmenso abismo temporal que cuestiona nuestra seguridad, nuestra propia existencia. Eran grandes y fuertes. Reinaron y pasaron. Ese ejemplo es quizá lo más sugerente y aterrador que nos han dejado en herencia los grandes saurios prehistóricos.
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