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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Muertes en Mogadiscio

LA PRESENCIA de las tropas de las Naciones Unidas en Mogadiscio ha cambiado radicalmente de carácter en los últimos días. Cuando en diciembre pasado se inició la Operación Devolver la Esperanza con el desembarco de 38.000 soldados norteamericanos, se trataba de paralizar a las bandas armadas que ensangrentaban al país y de permitir la distribución de alimentos a una población que llevaba meses condenada al hambre. Esa operación logré ciertos resultados positivos, concretamente en la lucha contra el hambre. Pero la situación actual en las calles de Mogadiscio tiene poco que ver con los propósitos generosos que fueron la razón del envío de cascos azules a Somalia.El sábado pasado, como represalia por la muerte de 23 cascos azules paquistaníes atacados por las bandas del general Aïdid, aviones norteamericanos iniciaron una serie de bombardeos contra depósitos de armas y contra la radio que utiliza dicho general. Esos bombardeos han causado víctimas civiles, lo que ha provocado un clima de irritación entre amplios sectores de la población de la capital somalí. En esta escalada de violencia, los soldados paquistaníes han disparado de manera indiscriminada contra una manifestación de ciudadanos en Mogadiscio, causando 20 muertos, entre ellos mujeres y niños. Este hecho ha causado indignación en el mundo: nada puede justificar que soldados de las Naciones Unidas cometan un acto tan odioso contra manifestantes desarmados. Es un acto de venganza criminal, ya que nada tienen que ver los manifestantes con los que dispararon contra los cascos azules. Éstos no pueden ponerse a la altura de las bandas de Aïdid o de otros señores de la guerra que se comportan irresponsablemente.

Según las declaraciones de Madeleine Albright, delegada de EE UU en las Naciones Unidas, las operaciones militares van a continuar "sin límite de tiempo" para apresar al general Aïdid y para "restablecer la ley y el orden". Es un gravísimo error creer que el camino para salir de la tremenda situación que se ha creado en Somalia sea continuar los bombardeos y otras acciones militares. Si el objetivo es apresar al general Aïdid -principal enemigo de la acción humanitaria y antagonista irreductible de un acuerdo para reconciliar al pueblo somalí-, el resultado de dichas acciones es el contrario: aumenta su popularidad al presentarse como el acusador principal de las acciones de violencia de EE UU y de la ONU.

Es legítimo que la ONU se esfuerce por detener y juzgar a los culpables de la muerte de los cascos azules paquistaníes, pero es dudoso que ello justifique acciones de guerra que puedan meter a la organización intemacional en un callejón sin salida. Por otra parte, es urgente que se aclaren y castiguen las responsabilidades por la matanza de civiles somalíes cometida por cascos azules paquistaníes. Es una medida indispensable para reducir el desprestigio que la ONU está sufriendo. El gran error de la operación somalí, primero de EE UU y luego de la ONU, ha sido no desarmar a las bandas de los señores de la guerra en el primer momento, cuando tenían una fuerza aplastante y nadie se atrevía a discutir sus decisiones. Incluso el general Aïdid se mostraba entonces dócil. Pero esa ocasión se perdió por falta de visión política.

Hoy la ONU atraviesa un momento difícil por la incongruencia militar de su actitud, diferente según los países en los que actúa. En un país casi inexistente, como Somalia, ampara unos bombardeos norteamericanos cuyo objetivo no está claro. En cambio, en la antigua Yugoslavia, en medio de unas matanzas espantosas, la Organización de Naciones Unidas restringe al máximo la capacidad de defensa de los cascos azules. Si el Consejo de Seguridad no pone orden en esas contradicciones, cobrarán mayor vigor aún las fuertes críticas que ya está recibiendo.

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