Así que pase Jerjes...
Cuesta arriba, avanzamos por un camino sin fin, empinado y peligroso para los coches, un camino que enfilan día tras día ancianos acostumbrados a una vida sin respiro. Somos cinco, estudiantes de la Universidad de Atenas, acompañados por dos responsables del programa de la CE en favor de los grupos menos favorecidos, y estamos en Perama, un núcleo chabolista.Enfrente, separando el mar y El Pireo, la isla de Salamina es lo único que no ofende a la vista. Estamos rodeados de chabolas de madera con dos estancias, donde se hacinan familias enteras. En la chabola más distante, de madera podrida y cristales rotos, vive una familia de cinco personas. El padre cerró la puerta al programa dispuesto a prestarles ayuda. Tal vez pensó que podía mantener su dignidad negando que necesitara ayuda. Pero esa puerta no es más que un sucio andrajo.
Qué contraste con la iglesia, la casa de Dios, con sus paredes de blanco inmaculado y su cúpula azul, como un cuadro imaginario. Como algún día se le ocurra a Dios pasar por aquí, que siga su camino y no espere que le inviten a ninguna de estas casas.
"¿Y ustedes qué estarán mirando? Aquí no hay nada que ver", nos da una voz un anciano, riéndose para sus adentros como un niño satisfecho porque le prestan atención. "¿Qué tal está". "¿Qué tal? ¿Si estuviéramos bien acaso estaríamos aquí esperando a que pasase Jerjes?". Esta manifestación autosatírica y un ilustre pasado son los únicos consuelos de un presente maltrecho en la montaña.
Pero Jerjes, el enemigo, ya se ha infiltrado en sus casas disfrazado de Pobreza. El anciano lleva en la brecha desde 1952, cuando tuvo que resignarse a abandonar Drama porque sus cosechas no rendían lo suficiente para pagar el arrendamiento del campo. ¿Qué armas le quedan para seguir batallando?
Para quienes no disponen sino de un nivel mínimo de formación o cualificaciones, cuando quiera que haya trabajo, sobre todo en los astilleros, no deja de ser temporal. Sin embargo, estos hombres son capaces de gastarse en una sola noche, o en cualquier lujo, lo ganado a duras penas. ¿Extravagancia? ¿Afán de rechazar una situación que les niega hasta los más mínimos placeres? Para darse a la fuga también está el alcohol, que, junto con los malos tratos a las mujeres y la prohibición de que éstas trabajen, muestra el lado más oscuro y pernicioso de la tradición.
El programa comunitario, el tercero de una serie destinada a luchar contra la exclusión social, parte de la asunción de que no podemos desvincular ciertas formas de pobreza ni afirmar que se trata de un problema de índole exclusivamente económica o social. Apoyándose en asistentes sociales, el programa presta asesoramiento a esta gente, les enseña cuáles son sus derechos y cómo hacerlos valer. Hubo quienes encontraron un empleo y quienes se beneficiaron de una formación destinada a reincorporarles al mercado de trabajo.
El programa se hace cargo de los niños que han abandonado la escolaridad obligatoria y les ayuda a contemplar con realismo las oportunidades de empleo.
A las personas minusválidas y postradas en cama, numerosas en este núcleo chabolista, prestan asistencia sanitaria mujeres que aprendieron, en el marco del programa, primeros auxilios y demás cuidados de la misma índole, mientras se establecen guarderías para los hijos de las mujeres que trabajan fuera de casa. En ningún caso el proyecto comunitario da limosnas, consciente de que las causas de la pobreza no son meramente económicas, sino mucho más arraigadas y complejas. Se propone estimular a la gente a regresar a las actividades que hayan abandonado, así como a reforzar su interés en y su compromiso con su presente y su futuro. Son acciones en las que colaboran plenamente los beneficiarios, participando éstos, por ejemplo, en las obras de acondicionamiento de sus ruinosas chabolas, desprovistas a menudo de aseos.
De zinc es el tejado de la primera casa a la que nos dirigíamos. Nos recibe uno de los hijos, un chaval que no sabe adónde mirar de pura timidez, sobre todo ante la presencia de tres chicas. Nos da la bienvenida mirando al suelo y en un susurro. "Pasen ustedes a la salita". Su madre nos introduce en un cuarto apenas mayor que una mesa. Lo construyeron con la ayuda del programa comunitario, así como el baño.
Recorremos el resto de la casa, o sea, unos cuartos separados por andrajos de color marrón.
Las camas sin hacer no son más que tablas podridas que se desmoronan al rozarlas; una me araña como para llamarme la atención.
"¿Les apetece tomar un café?". "No, gracias, ya es mediodía...". "¿Por qué no, chicas?". Su pregunta da en la diana del verdadero e inconfesable motivo de nuestra negativa. Nuestra anfitriona parece entender y condenar el hecho de que no queramos tomar una taza de café en esta casa, en esta cocina azul, sucia, plagada de jaulas de canarios. Invita a uno de los responsables del programa a llevarse uno, ya que tiene ratones en casa.
La zona carece de médico, de farmacia y de tienda de ultramarinos. Hasta hace poco no había ni agua. ¿Qué cabe esperar de las autoridades públicas y de sus conciudadanos más afortunados? A veces se les compadece, a lo más inspiran indiferencia, y la pregunta es la consabida: "¿Y qué puedo hacer yo?". Ser pobre estigmatiza, y a la gente le desagrada encontrarse con la pobreza.
En un reportaje de televisión le preguntaron a una niña como se sentía ante su pobreza. Al día siguiente, sus compañeras de clase se burlaban de ella por ser pobre; ya lo sospechaban desde hacía algún tiempo...
Si bien es cierto que aún no se ha comprobado que la pobreza sea contagiosa, de todos es conocido que las ciencias médicas también cometen errores, y, por dondequiera que se mire, el que le vean a uno en compañía de un pobre puede perjudicarle a cualquiera. De modo que...
El programa comunitario de lucha contra la pobreza salta al ruedo para acabar con esta tradición, tanto pública como privada. ¿Lo conseguirá?
Conforme la amargura se apodera de uno, acaba resignándose y sintiendo vergüenza de su propia vida. Crece la exasperación. Pero nada de esto da de comer.
Y las perspectivas de encontrar algo que llevarse a la boca disminuyen cada vez más. A fin de cuentas, todos pasan hambre en Grecia, ya sean albaneses, epirotas del Norte, originarios de Laurión o incluso iraquíes.
Jerjes, El Bárbaro, es el único al que le importa que sean griegos.
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