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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Bolshoi en concierto

El punto más alto de las actuaciones madrileñas de la ópera del Teatro Bolshoi de Moscú ha sido la versión de El príncipe Ígor, tina ópera que las temporadas de la Zarzuela han revisado repetidas veces, con lo que era más fácil el triunfo de esta escucha sin escenario, asunto peliagudo para las creaciones de un género sustantivamente teatral.El príncípe Ígor contiene muchas bellezas, aunque resulte un tanto problemática, quizá por el hecho de haberla dejado inconclusa Borodin al morir en 1887 y haber sido puesta en disposición de estreno por Rimski-Kórsakov. Esta edición se estrena el año 1890 en San Petersburgo, llega a Barcelona en 1922 y al Teatro Real de Madrid en febrero de 1,1923, juntamente con Borís Godunov, de Mussorgski.

El príncipe Ígor

De Borodin / Rimski-Kórsakov. Ciclo Grandes Orquestas de Ibermúsica-Tabacalera. Orquesta y Coro del Teatro Bolshoi de Moscú. Director de coro: S. Likov. Director: A. Lazarev. Auditorio Nacional. Madrid.

La ópera va creciendo en interés y belleza, pues desde una convencional obertura y tras sorprendernos el arioso de Yaroslavna y su escena con las doncellas, el papel del coro se toma cada vez más importante, pues ya sabemos que desde Borís, el nuevo espíritu de la ópera popular otorga a la masa vocal un papel preponderante, tendencia que se refleja en otros países y que llega a España con Amaya, La vida breve y Goyescas.

También son progresivas las resonancias de lo tradicional-popular, y, en este sentido, el momento más hermoso de la ópera de Borodin lo asume la melodía que canta una solista en el coro, de corte eslavo-hebraico, con el característico gozne de la segunda aumentada. Quizá este breve fragmento es la almendra que sustancia el resto de la partitura, con el coro y la danza de las polovtsianas, la bella cavatina de Konchkovna, su dúo con Vladímir Igorevich y las arias de Konchak y el Príncipe para estallar, al fin a la eclosión de los divulgados bailes y coros.

Todo adquirió en la versión de las formaciones moscovitas, gobernadas por Alexandr Lazarev dentro de una brillantez incluso excesiva y una explotación del color fascinante.

Tuvimos una soprano excelente -voz fresca, hermosa línea, atractivo estilo- en Marina Lapina y una magistral mezzosoprano -calidad y materia densa, noble línea, expresivos acentos- en Tatiana Erastova. De ellos, el barítono Yuri Nechayev hizo un Príncipe de todo punto. excelente; el tenor Lev Kuznetzov dio vida musical a VIadímir, con tonos gallardos, agudos fáciles e igualdad de color; el bajo Vladímir Matorin contó entre lo mejor, al asumir la parte de Galitski, por la generosidad de los medios y la elevación de los conceptos, y, dentro de la tónica general, rayó a menor altura el otro bajo, Gleb NikoIski. Pujante el coro de un centenar de voces, que dirige Stanislav Likov. En resumen, una jornada de éxito, pues si no me atrevería a calificar de perfecto cuanto escuché, sí es innegable que se nos ofreció arte vivo, rico, capaz de conmover profundamente a la audiencia, que aplaudió casi con tanto calor. como el instrumentista de la gran caja (bombo, para entendernos) desplegó a la hora de atacar las espectaculares danzas. En sí mismas sugieren y evocan la invención escénica y coreográfica que le aplicaran las huestes de Diaghilev y sus Ballets Russes.

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