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JUAN MARICHAL La idea de España en Azaña

Un gran poeta español -y gran admirador del presidente Azaña-, Antonio Machado, decía que lo más propio de la humanidad es "una voluntad de vivir que no es un deseo de perseverar en su propio ser, sino más bien de mejorarlo". Añadiendo Machado: "El hombre quiere ser otro de ahí lo específicamente humano". Manuel Azaña quería también que España fuera otra, "una España mejor", pero sin dejar de ser ella misma. Por eso mantenía que, no obstante ser un hombre de ánimo reformador, era también "el español más tradicionalista, que existía en España". Esto es, Azaña reiteraba, frecuentemente, que "un país es una herencia histórica corregida por la razón". Se trataba de preservar la tradición, de realzarla incluso más, incorporándola, simultáneamente al progreso y mejoramiento, del país: "A mí lo que me interesa es renovar la historia de España sobre la base nacional de España", afirmaba, con claro orgullo, Manuel Azaña en uno de sus grandes discursos de 1932. Aquel mismo año repetía que él quería edificar una nueva España "sobre la roca viva española". Se comprende así que el tono y los conceptos de muchos discursos de Azaña sorprendieran a muchos políticos españoles y entusiasmaran a sus oyentes republicanos.Recordemos que Manuel Azaña accedió al poder político y gubernamental en 1931, tras el establecimiento, el 14 de abril; de la Segunda República española. Tenía 51 años, y no había hecho, propiamente, carrera política, dentro de un partido importante. Por eso se habló, entonces, de "la revelación de Manuel Azaña", y algunos viejos políticos se maravillaron de "cuánto llevaba dentro" para la formación de las nuevas instituciones democráticas españolas. Mas unos pocos amigos y admiradores de Azaña sabían, desde hacía bastantes años, que había en él una gran capacidad para la política (entendida en su más noble acepción) y para el Gobierno. En verdad, desde su conferencia de 1911 en la Casa del Pueblo de su villa natal (El problema español, Alcalá de Henares) hasta sus resonantes discursos de 1931, hubo en Manuel Azaña una excepcional continua dedicación intelectual a formular una nueva política para el mejoramiento de la vida española. Esfuerzo que tenía un constante norte: el de contribuir a elevar las miras individuales y colectivas de los españoles, al considerar sus propias vidas y la de su patria común. Se explica así que el pensamiento de Manuel Azaña haya sobrevivido a su tiempo y persona, en contraste con la generalidad de los políticos de cualquier país, cuyos móviles y actos no suelen constituir un legado valioso para la posteridad. Manuel Azaña alcanzó, en verdad, la rara categoría intelectual de un clásico del pensamiento político universal. Y no sería arbitrario considerarlo el más destacado pensador político de toda (¡sí!) la historia española.

De ahí que, en esta dramática hora de España y de su restaurada democracia, convenga acercarse nuevamente a Manuel Azaña, cuya obra -por vicisitudes que no son del caso narrar ahora- no es aún accesible a la generalidad de los lectores españoles. Cierto es que uno de sus libros más excepcionales (La velada en Benicarló) alcanzó una merecida difusión (gracias a la memorable adaptación teatral de José Luis Gómez y José Antonio Gabriel y Galán): mas conviene tener presente que aquel libro fue la voz de un corazón español que se sabía herido de muerte por la enorme catástrofe de 1936-1939 y que quería dejar el testimonio de su profunda tristeza e incontenible dolor. El legado de Manuel Azaña más pertinente y utilizable para los españoles de hoy -sobre todo para los jóvenes para quienes es apenas un nombre- no es, en cambio, un mensaje melancólico. Es justamente todo lo contrario: una repetida profesión de fe en la capacidad española para la civilización humanitaria y para las creaciones culturales de valor perenne. Fe apoyada en una firme convicción: "Lo que, más necesita España es que sus lujos adquieran confianza en el esfuerzo personal".

Cabe preguntarse ahora si ha habido, en la historia de España, un político y hombre de gobierno tan admirador del pueblo español como Manuel Azaña. Sentimiento de admiración que le llevó repetidamente, desde 1931, a afirmar orgullosamente su condición de español identificado con la historia patria: "Cuando nosotros decimos español damos a esta palabra un acento nuevo y viejísimo, viejísimo porque resuena en el cóncavo más profundo de la historia de nuestro país, en la cual hemos ido a forjar nuestro ideal de hombres de gobierno". Y, efectivamente, los escritos de Manuel Azaña de las dos décadas 1911-1931 muestran cómo su estudio de la historia española le llevó a formular conceptos que, además de sustentar su actividad política y de gobernante (1931-1939), constituyen hoy una parte sustancial del legado de su patriotismo. El primero de dichos conceptos es, justamente, la idea de patria. Conviene señalar que en la definición de Azaña tuvo marcada importancia la observación y estudio de Francia desde el año que pasó en París, como becario oficial español (1911-1912). Aludiendo al significado que el vocablo patria adquirió en la Revolución Francesa de 1789, escribía Azaña: "La patria es una conquista de pueblos libres. Esto es, la patria es, ante todo, una tradición moral y la representan los creadores de cultura, lo que un país aporta a la humanización progresiva de la humanidad. La patria, en suma, para Azaña, es la libertad que enlaza a un pueblo con la humanidad: "No es buena ninguna política, ninguna educación, ningún sistema, que pueda poner en conflicto, dentro de nuestra conciencia, lo que debemos a nuestra calidad de españoles con lo que nos exige la condición de hombres, el interés nacional y la solidaridad de la especie". Es imperativo, añadía Azaña, que la conciencia del pueblo español esté "en perfecta coincidencia con la conciencia universal". Y de ahí que expresara su repulsa de la utilización de la historia patria para hacerla servir de alimento al odio, lo que constituía "un desvarío anticivilizador". Confesaba, gravemente, Azaña que él abominaba "de cualquiera tradición que no destile más que odio".

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Afortunadamente, el pueblo español podía volver la vista atrás "para algo que no fuera empapar su corazón en hiel". Porque España tenía también una tradición humanitaria, desde el siglo XVI, y, sobre todo, desde el siglo XVIII, el de los reformadores que "trabajaron por colocar la vida española en los cauces de libertad y progreso por donde ha corrido la historia de los pueblos europeos en todo ese tiempo". Añadiendo Azaña: "España no ha sido siempre un país inquisitorial ni un país intolerante".

Podrían citarse muchísimos textos de Azaña que reiterarían lo expuesto en estos breves apuntes sobre su hondo sentimiento patriótico, fuente primera de todo lo que fue su acción política y gubernamental. Y que tan incomprensible resulte hoy la hostilidad sufrida por su persona y su figura histórica, durante tantos años de la siniestra opresión padecida por el pueblo español. Mas, pese a todo el odio aludido, la justicia de la verdad histórica se ha impuesto y Manuel Azaña ha alcanzado el lugar que le corresponde entre los grandes patriotas liberales (en su recto sentido) que vivieron entregados a la reconstrucción humanitaria de España. Porque, en verdad, la figura de Azaña no puede separarse de la historia liberal de España, sin la cual no habría podido surgir su ejemplar figura, cuya perdurabilidad se hace sentir en esta hora de España.

es historiador español y catedrático emérito por la Universidad de Harvard.

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