Sísifo trepa de nuevo
Al encaramarse en el primer debate televisivo, Felipe González exteriorizo sus sufrimientos y debilidades en lo que pudo ser una fiel representación de Sísifo, tanto más perfecto cuanto días después habló a la multitud con el alma. La primera prueba le infligió un evidente dolor moral. Una semana después -mañana, lunes 31-, nuestro Sísifo, propulsado hacia abajo por el peso de la roca que supuso la riña con José María Aznar, vuelve a trepar la montaña, decidido a llegar a la cima, tras la desorientación y la fatiga. A tan pocos días de las elecciones, la prensa nacional y extranjera comienza a aconsejar a los dos rivales el debate de una agenda de gobierno que abandone la superficialidad de la campana y se eleve por encima de la pequeña política para dirigirse a las grandes necesidades del país. Por ejemplo, el asunto del déficit público. Los candidatos intentan dar un rodeo para evitar el aceite de ricino que supone atacar el problema, y los medios de comunicación denuncian este hecho; los candidatos hablan de la recesión y el paro, y si los electores optan por el político más ambiguo, cuatro años más tarde (en esta ocasión quizá sólo uno o dos) y varios billones de pesetas más, todo el mundo vuelve a alarmarse. Este año, tanto si el ganador es Aznar como si González consigue ser reelegido, el argumento que aflorará para aplazar la reducción del déficit es más que obvio: una economía en recesión es el momento más inoportuno para deflacionar aún más a través de una restricción del gasto.Tanto conversar sobre el déficit y nadie termina por enterarse finalmente de lo que se habla. Como hay matices en todo, también los hay para los déficit. Aquellos que han engordado con el gasto excesivo de manera continuada son tan malos como endiabladamente difíciles de reducir; hay otros tipos de déficit que se forman como resultado de una política anticíclica para reactivar la economía, que acepta por cierto tiempo aliviar la carga fiscal o canalizar ayudas sectoriales.
Es indiscutible que la política del Gobierno ha contribuido a formar el primer tipo de déficit, basado en el desmadre del gasto público, ya que los efectos anticíclicos han brillado por su ausencia, tras la recesión de caballo que vivimos. El déficit crea deuda, y ésta debe ser servida: hay que pagar los intereses a aquellos que asumen ser titulares de esa deuda, y al compás del crecimiento de la deuda se incrementan los intereses a abonar. Cuanto más crece la deuda el problema se vuelve más inmanejable y prepara las bases de una crisis. En 1982, los Intereses de la deuda representaban el 2,6% del gasto del Estado, en 1988 era el 8,1 % y en 1993 será alrededor del 15%. En 11 años, pues, los intereses se han multiplicado por seis. A este ritmo, el servicio de la deuda terminará por engullir el presupuesto de gastos en un tiempo récord. Una de dos, o se equilibra el presupuesto o se reduce el déficit al punto de que el aumento de la deuda pública, actualmente en unos 27 billones de pesetas, no supere el incremento del PIB. González es responsable de la política que condujo a este déficit y promete reducirlo sin explicar cómo lo hará. Aznar posee la ilusión fiscal de reducir el déficit sin subir los impuestos, para bajarlos y eliminar algunos de ellos después. Mañana, ambos candidatos tienen la última oportunidad, ante millones de votantes, para explicar cómo lo harán, si es que piensan hacerlo.
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