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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un texto valioso

A mí me resulta penoso que una obra de 1961 se represente en un centro que se llama "de Nuevas Tendencias": con 32 años a su frágil espalda. El mundo es otro, el teatro y la literatura son otros. Si el Estado español hubiera tenido conciencia teatral, o al menos la hubiera recuperado tras la restauración, o instauración, o como quiera que se llame el gran cambio hacia otras aspiraciones de libertad (en el teatro ha ido a peor), Nosferatu se habría estrenado en su tiempo, hubiera sido una pieza sorprendente, y Francisco Nieva ocuparía hoy un lugar, quizá con otras obras, en el repertorio de los teatros nacionales, como Arrabal en la Comédie Française; y Beckett, Ionesco. Nieva es un clásico de mal asiento. Su categoría nacional le viene de otras instancias: el Premio Nacional, el Príncipe de Asturias, la Academia. El teatro apenas le compensa.En cuanto a las nuevas tendencias, tendrían que hacerse, primero, nuevas de verdad; y crearse solas y en plena lucha, probablemente frente al Estado (como escribió Nieva en esa época; y, me parece que en todas) hasta ser reconocidas por él; y si hubiera un centro, vio tendría que ser como éste, desorientado y falto de público, programado de aluvión y sin concierto ninguno con la sociedad. Pero esto es lo que hay.

Aquelarre y noche roja de Nosferatu

De Francisco Nieva (1961).Intérpretes: Marina Andina, Yolanda García, Lola Mateo, Juan Matute, Natalia Menéndez, Resu Morales, Pepón Nieto, Nancho Novo. Música: Manuel Balboa. Músicos: José Amador, Juan José Rubio, Arturo Ballesteros. Ortofonía y voz: Concha Doñaque; coreografía: Mónica Runde; escenografía: Álvaro Aguado y G. Heras; figurines: Rosa García; iluminación: Miguel Ángel Camacho. Dirección: Guillermo Heras. Sala Olimpia, de Nuevas Tendencias Escénicas. Madrid, 26 de mayo.

La obra: parece, o se dice por el director, que es un homenaje al cine expresionista alemán; pero también representa "el vampiro de Europa", según su autor, que añade: "Y lo hago portavoz de su decadencia". La de entonces. Un mundo, evidentemente, acababa; quizá el de los cupiditas de Nieva, o el de "la sensual concupiscencia y el desenfreno de los instintos". Se cuenta en el texto muy bien: leerlo, releerlo ahora, es una delicia. Lo sería verlo bien representado. Había arrancado ya cuando escribió esta obra, este que iba a ser académico con justicia, un lenguaje, una escritura de talento, una mezcla de cosmopolitismo y casticismo, de frase hecha retorcida y revisitada, de tópico dado mil divertidas y brillantes vueltas, de las que le salían nuevos e inesperados destellos. Le venía en parte del surrealismo, que está tan presente en Nosferatu (como que era contemporáneo aún), y de una cultura española; de un sentido del humor, de una fuerte personalidad ya quizá desengañada de muchas cosas, pero ardiente y vital.

Sin intención de progreso

La obra no tiene intención de progresar, en el sentido anterior del teatro, de ir hacia un desenlace; él o los episodios dan igual, lo que importa es la pintura paródica de personajes que ya en sus invenciones eran extremos y sobrecargados (incluyendo al ratón Mickey), y es lo que se dice en ella, su descripción de una época agónica, y el lenguaje en que se dice. Hay aquí algunos parlamentos largos que tienen toda la belleza, la nostalgia y la acusación; y unas réplicas privilegiadas que son de un humor nuevo que nadie más ha sabido cultivar como Nieva.La dirección de Guillermo Heras no parece tener ninguna intención de conservar idea y lenguajes, porque trabaja para que no se entienda bien. La exageración del énfasis en las voces, en su sentido de corrupción, destroza la palabra. Debe ser lo que Heras supone que sería el cine que imita si no fuese mudo; o el cabaré que parodia (a veces con servilismo hacia Cabaret: en música, en posturas, en el cuarteto de chicas, en el remedo de Liza Minnelli y su silla; podrá decir que es "un homenaje", pero es falta de otra invención, dentro de un espectáculo en el que todo es homenaje: demasiado). Con estas voces, la música, la interpretación simultánea o coral, la vocación cantarina de los actores, se apaga el texto. Y a esto se puede añadir que la sala Olimpia no tiene una acústica conveniente.

No sé si hay que repetir una vez más que hay formas de dirección y equipo de dirección que consumen la obra que representan, y ésta es una de ellas: si la dicción de Concha Doñaque ha querido superar el texto de Nieva, y los movimientos y sombras chinescas de la escenografía, ganar a la imaginería de las palabras; y la imitación al cine expresionista, a la idea de despedida de un mundo que se acababa ya cuando se estaba escribiendo esta obra, todo ello será un mal servicio al teatro. Sin quitar por ello el valor colorista y cálido de los trajes, o la música evocadora de Balboa y los artefactos escenográficos de Álvaro Aguado con Guillermo Heras.

Nosferatu sigue siendo una obra para estrenar otra vez, si se puede decir. Para oír bien y a gusto. En último caso, se puede leer. Las ovaciones principales fueron para Francisco Nieva, como prueba de que el público se había aproximado a su creación; y no se ahorraron para los actores que, como Nancho Novo o Amparo Pascual, trabajaron seriamente para sacarla adelante.

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