El don de la pintura
Más sólido, rotundo y sabio, aunque: sin sustanciales variaciones respecto a un rumbo pictórico , ya suficientemente consolidado, José Manuel Broto (Zaragoza, 1949) nos ofrece una bella exposición de su producción última, con cuadros flechados en 1992 y 1993. Sobre la base de dos formatos estandar, 200x2OO centímetros y 260x2OO centímetros, que se corresponden sucesivamente a las series por él tituladas como Los libros y Sefarad, despliega un conjunto de bien armada y suntuosa solemnidad, en el que la pintura parece soltar el lastre de efectismos ruidosos y se muestra con serena suficiencia.Habiéndose podido seguir con puntualidad la trayectoria de Broto durante los últimos años, no nos cuesta demasiado esfuerzo comprender que los atributos antes señalados se corresponden con la arribada de la madurez de un pintor, una madurez en este caso venturosa, pues concierta los elementos puestos en juego de forma armoniosa, viable, que facilitan ese estado de beatitud contemplativa siempre en los aledaños del silencio.
Broto
Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5.Madrid, del 18 de mayo hasta el 30 de junio.
Corrientes profundas
Por lo demás, la ausencia de variaciones o giros dramáticos, ese silencio mismo que provoca la pintura serenamente ensimismada o autosuficiente, no implica ninguna aburrida inercia formularla, sino, por el contrario, las más de las veces, corrientes de profundidad que hay que adivinar y gustar a través de sutiles accidentes de la superficie.La pintura actual de José Manuel Broto Broto es pródiga en estas señales de intensidad, que se decantan con hermosa discreción. En este sentido, el característico meollo luminoso que brotaba como en sordina desde el fondo de sus lienzos, forzando a veces de manera dramática y quizá deslumbrante el perfil de sus figuras, así como haciendo flotar deshilachadamente en el espacio los episodios pictóricos de gestos, manchas, salpicaduras, se ha compactado.
Mas lo que esto pueda suponer de merma de espectacularidad, en la medida en que se atenúan los contrastes y los socorridos acompañamientos de fanfarrias, no lo es, en absoluto, de la intensidad y la hondura de una pintura, que exige concentración. ¿Dónde está el secreto? ¿Es acaso el barrido de aerosoles, que difumina la luz, ahorma la estructura figurativa y deja todo lo que antes estaba en vilo armoniosamente distribuido en un primerísimo plano, el responsable de esta nueva perspectiva, sin duda más sútil y hermosa?
Por otra parte, en esta ahora superficie homogéneamente saturada, emergen como mallas geométricas, a las que el barrido de luces transforma en cristalográficas. Se podría entonces pensar que el romántico Broto deviene menos romántico. Es verdad que la apelación en los títulos de las series a Los libros o Sefarad arrastran nuestra imaginación hacia la olvidada memoria de lo sagrado y lo que ello comporta de antiguas amputaciones criminales a nuestra más que precaria identidad. Con todo, la reflexión melancólica alumbra ahora la plenitud del cuadro, que puede alcanzar la pasmosa rotundidad del irrepetible Sefarad III o la turbadora oscuridad de Los libros IV, que con sólo estos dos cuadros, dos auténticas cabezas de serie, bien podría José Manuel Broto satisfacerse con el don de la pintura, que resplandece gracias a sus propias manos.
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