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Tribuna
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Macho, chulo y elegante

Toda una declaración de principios. Quien así define lo que tiene que ser un torero está sobrado de palabras para explicarse ideas para sentir el toreo, y no tiene que doctorarse en Oxford para contar la historia de la tauromaquia de unas cuantas décadas que ha visto, pongamos que desde los cincuenta. O sea, que por eso y otras cuestiones de la vida y sus duquelas y fiestas, lo tiene muy claro. Y ya sabemos que, en estos días, de claridad de ideas, poquito; que no da fama ni parné. Lo que no es, lo juro, es un alma de cántaro.Le gusta fumar puros observando el ritual pertinente con empaque y el relajo adecuado, rebosa casta paría discutir sin perder los papeles, para decir lo que piensa y para defender su visión acerca de lo que acaba de ver y de lo que antes vio. Gracejo para contestar en un lenguaje ajustado, a veces plástico, siempre expresivo, como buen aficionado.

El torero tiene que ser macho. Quiere decir el amigo aficionado, que las posturas y los amaneramientos, sin contenido, son agua de borrajas, pompas de nada sin luz, acompañamiento como invitado de mármol a una reunión, con el toro, en la que no participa.

El torero tiene que ser chulo. Porque se necesita arrogancia desafiante para enfrentarse y domeñar a un animal que pesa siete veces más, que tiene fuerza descomunal y una capacidad para defenderse y atacar, muy superior a la del hombre.

El torero tiene que ser elegante. Si no es así, la arrogante chulería quedará en desprecio, y el torero jamás desprecia al toro, ni a aquel que le partió las carnes y a lo mejor le truncó la temporada. Una elegancia que se transformará en figura erguida, desdeñesa del peligro; que implicará armonía y transmitirá ritmo y conocimiento. Interpretando el toreo, cuando se realiza con esa pasmosa naturalidad que, por ejemplo, nos brindaron Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida, El. Viti.

Tales conceptos son una teoría del toreo que, si es menester, la llevá Luis Jiménez a la CEE o la ONU. Esto de defender dicha teoría en esas tribunas no me lo han dicho, pero estoy seguro de que no dejaría de hacerlo si fuera necesario.

Le gusta a Luis la caña de cerveza bien servida, y además, casi tanto como los toros el flamenco; aquí es una autoridad y un Espasa, y en un momento oportuno hasta se canta un fandango para amenizar la velada o desahogar una emoción que quiere compartir. Lo del flamenco, también lo tiene clarísimo, y su radical e incuestionable posición estética la dice y desarrolla con firmeza y 9se archivo en el su magín que Borges hubiera admirado.

La calle ha sido su universidad. Y vive de sus manos: lo mismo modela un trofeo para los premios de la Peña Taurina El 7, que adornos con diversos motivos tauromáquicos, que portarán muchos aficionados que por los Madriles pululan. A los mismos les recomiendo que si se encuentran con su autor una tarde de toros por los aledaños de Las Ventas, no pierdan la oportunidad de beberse una. cerveza a su vera. No esperen que les dé coba por lo contemplado en la plaza, si no está de acuerdo con los ingredientes de la observación. Eso, jamás. Ahora, eso sí, los argumentos en contra serán generosos en noticias.

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