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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ahora Europa

CON LA ratificación por Dinamarca del Tratado de Maastricht en el referéndum del martes pasado, la construcción europea entra en una nueva fase en la que los diversos países tienen que acelerar su preparación para la puesta en práctica gradual de las transformaciones que dicho tratado implica. Cierto que de la fase anterior -la de las ratificaciones- queda aún pendiente un problema importante: el Reino Unido había retrasado su aprobación hasta después de la decisión de Dinamarca. Ello explica la presencia de diputados británicos contrarios a Maastricht en la campaña danesa. Sus esperanzas se han frustrado. Ahora todo indica que la Cámara de los Comunes ratificará Maastricht en fecha muy próxima, tras lo que se librará una batalla más larga en la Cámara de los Lores, donde Margaret Thatcher abandera a los opositores. En todo caso, ya se vislumbra el final del túnel: aunque el de Maastricht haya sido uno de los tratados cuya ratificación ha tenido más dificultades, hoy su aprobación final está casi lograda.Pero la nueva fase de la construcción europea no debe conducir a un nuevo optimismo acrítico: si el obstáculo danés ha sido superado, otros de naturaleza diferente obligan a hacer acopio de pragmatismo y de paciencia en el avance hacia la Unión Europea. En el plano económico, la recesión y las sacudidas monetarias que Europa está padeciendo complican la marcha hacia su unión económica, y monetaria. Será necesario un trabajo intenso para ajustar los plazos de convergencia a una realidad que es hoy mucho más difícil de lo que era en el momento de la firma del acuerdo. Por otra parte, la terrible guerra en la antigua Yugoslavia pone de relieve la extraordinaria dificultad de materializar el objetivo europeo de una política exterior conjunta. Si se ha realizado una acción encomiable, sobre todo por los cascos azules, aún se carece de una voluntad política única en temas decisivos, lo cual genera pasividad e impotencia.

Son problemas que no se resuelven con retórica o con desesperanza pesimista. Las cosas son como son, y para que Maastricht sea una realidad serán precisos esfuerzos pacientes que vayan creando, en la lucha diaria contra las dificultades, las bases de actitudes auténticamente europeas. Para ello hace falta que finalice la etapa de excesiva discreción adoptada por la Comisión de Bruselas. Motivada, quizá, por el deseo de no alimentar la campaña contra el "burocratismo de Bruselas" que tan determinante fue para hacer que los daneses votasen no en junio de 1992. Pero ahora es indispensable que se dinamicen cuestiones ligadas a la preparación de Maastricht, como el plan Delors, enfocado a reactivar las economías europeas.

Con vistas al futuro, no es posible silenciar ciertos riesgos implícitos en la forma en que se ha producido la aprobación de los daneses al tratado. En el Consejo Europeo de Edimburgo, en diciembre pasado, los restantes miembros de los Doce aceptaron que Dinamarca no quedase comprometida en tres puntos fundamentales: la moneda única; la política común de seguridad y defensa, y aspectos jurídicos de la ciudadanía. Fue una decisión sensata que ha ayudado a la ratificación. Sin embargo, sería peligroso que esta excepcionalidad pudiese conducir a una situación en que la Unión Europea tuviese miembros de diversas categorías. En el momento en que se empieza a discutir las incorporaciones de Austria, Finlandia, Suecia y Noruega, no debe existir ninguna duda sobre el hecho de que la adhesión supone la aceptación del Tratado de Maastricht en su integridad. Al insistir en ello, España no defiende intereses particulares, sino un interés europeo común.

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En este clima, la ceremonia que tiene lugar hoy en Aquisgrán para la entrega a Felipe González del Premio Carlomagno llega en un espléndido momento. El galardón, que ha sido concedido a los principales artífices de la construcción europea, tiene siempre un relieve particular en los círculos políticos de nuestro continente. El acto de Aquisgrán no es la simple entrega de una recompensa merecida: por tercera vez (después de Salvador de Madariaga y del rey Juan Carlos) un español recibe él citado premio. Es un hecho en sí destacable. Pocas personas pueden dudar -incluso en estos momentos de agitación electoral- que Felipe González lo merece por su larga trayectoria de gobernante decididamente europeísta.

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