La devaluacion, ¿Puntilla o cartucho?
La única ley de la historia que aún sobrevive es ésta: nunca se cambia excepto cuando hay que dar respuesta a una crisis. El Gobierno prefirió devaluar por tercera vez el tipo de cambio de la peseta, esta vez en frío, eludiendo el cuerpo a cuerpo con los mercados, después de perder reservas a lo largo del último mes. Aunque supone la traición del objetivo de defender la paridad, el trío de la peseta -Solchaga, Rojo y González- ha disparado, por paradójico que pueda sonar, el último cartucho electoral que quedaba: la bajada de los tipos de interés se hará sentir a lo largo de las tres semanas que restan hasta el 6 de junio.Pero la nueva estrategia ofrecerá alguna rentabilidad electoral y mantendrá la peseta sólo si la reducción de tipos continúa. Los inversores, acertaron con la devaluación de la peseta porque sabían que el Gobierno español no podía estrangular por mucho más tiempo su economía con un diferencial de tipos tan espectacular en relación con una Europa que los reduce más aceleradamente estos días. Ésa fue la clave de la victoria de los mercados. El Banco de España debería ahora seguir bajando sus tipos de intervención, tras el primer test al mercado del viernes pasado, y podría pegarse al Bundesbank, que el próximo jueves estudiará un nuevo recorte de su tipo de descuento. De lo contrario, nos veríamos cara a cara nuevamente con el problema del tipo de cambio. Los mercados son glotones y después del bocado del jueves pasado están preparados para sentarse otra vez a la mesa.
La pista de que el Gobierno se movilizaba -mientras juraba y perjuraba que no devaluaría- fue él deslizamiento, a primeros de mayo, del tipo hacia el nivel de 73,85 pesetas por marco, algo más de una peseta sobre la paridad central vigente entonces, con movimientos hacia arriba y abajo, lo que castigó a los inversores que entraron tarde al casino. Los bancos -Indosuez, BBV, BCH, Caja de Madrid y CECA, en general- vendían marcos por cuenta del Banco de España, pero las posiciones abiertas seguían siendo de varias decenas de miles de millones de marcos. Y aunque los mercados sabían que las cifras de la EPA eran malas, su difusión podía convertirse en el día D. El Gobierno conocía la gravedad de los datos al menos desde el jueves 6 de mayo.
El Banco de España actuó, por tanto, con gran sigilo. Aprovechó una reunión de rutina del Comité Monetario Europeo, al que colocó ante el fait accompli, sin esperar a que la tormenta impusiera la devaluación en caliente. Lo que no pudo conseguir fue el placet para depreciar un 10% -a 80 pesetas por marco- para bajar más aún los tipos. En cuanto a las reservas brutas, según cifras semioficiales, oscilan en tomo a los 38.000 millones de dólares, de las que deben descontarse las fuertes ventas a plazo. Banqueros privados estiman que están prácticamente agotadas. Con todo, hay que recordar que entre noviembre y enero pasados se recuperaron casi 20.000 millones de dólares perdidos en los ataques anteriores.
González acusa a Aznar de la devaluación por haber difundido su conversación telefónica sobre la peseta y pescar en río revuelto. Aznar dice que no tiene un pacto de silencio con González. Esta batalla infantil debería terminar. A este ritmo, en tres semanas ambos pueden acabar el uno con el otro al precio de cargarse lo que queda de país.
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