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Tribuna
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El titán

Sáenz de Oiza es el titán de nuestros arquitectos. Una tempestad que hace explotar mesas redondas o erige torres colosales y redondas. Toda su leyenda discurre sobre la escarpadura de la provocación, junto a un amor discipular que redondea su corpachón homérico. Si no fuera tan culto no habría logrado el Premio Príncipe de Asturias que desde ayer le cae encima como una veladura de armiño que a estas alturas debe incomodarle el gesto. Casi todo cuanto ha construido ha despertado atención. Unas veces por la admiración, otras a través del improperio. Nunca fue posible tomar a broma cuanto hizo, porque su palabra arquitectónica o monumentaliza o mata. "El principio mío", dijo una vez, "es el de poner en solfa todo". Torres Blancas, en la avenida de América de Madrid, es la plástica del ruido en un pentagrama. La escultura de un acorde atronador que desconcertó al constructor tanto como a los habitantes. No en vano se cuenta que uno de los Huarte, promotores del edificio, le conminó a habitar uno de los pisos como pago a sus honorarios. La tortuosa planta de las viviendas ha acabado expulsando a buena parte de sus ocupantes -ha empujado incluso a un tipo ahíncado como Onetti- y consagrándose a oficinas o remotos laboratorios, donde, entre otros, hizo su última labor Faustino Cordón. Para siempre, Torres Blancas ha quedado como una puerta de Madrid. El hito de una entrada que acabará evocando el pedestal de una antorcha a la que sólo le falta su eterna llama."Lo público es lo universal e inteligible antes de su uso, y lo privado lo que en su uso se comprende", declaró una vez a la revista El Croquis. Las viviendas de la M-30 de Madrid no se entienden hasta que no se vive en ellas. No se las habita y se compara su ámbito con el entorno hundido de donde proceden sus actuales moradores. Contempladas desde su exterior, son extracto de una penitenciaria, experimentadas desde su vientre blando reproducen unas continuas -y acarnavaladas- fiestas isidriles. No será de lo que pueda sentirse más ufano.

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Ni cuadros ni escobas

Pero ¿de qué se siente satisfecho este Wright y Kahn español? Acaso de su esbelto contenedor para del Centro Atlántico de Arte Moderno, donde la limpieza racionalista no precisa ni cuadros ni escobas. Y probablemente ahora de su telúrica Torre de la Cartuja, anexa al recinto de la Expo sevillana, que se alza como un machetazo sobre la mesa de la extensa comunidad andaluza.

El poder personal, consecuencia de un brío físico sin mengua, ha venido siendo el correlato de las enérgicas construcciones de Oiza. Nada es más elegantemente vasco que el Banco Bilbao Vizcaya, en la Castellana de Madrid, con acero cortén y cristal para su musculatura y su piel macho. Nada más obsceno, de acuerdo con su finalidad de expositor locuaz que el oblongo volumen del Parque de las Naciones. Todo al fin grande, rubicundo, ostensible y forzudo, como su tremenda y continua capacidad magistral para la orgía y la duda.

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