Muerte en Sri Lanka
EL TERRIBLE atentado que causó la muerte, el pasado 1 de mayo, al presidente de Sri Lanka, Ranasinghe Premadasa, y a otras 20 personas ha sumido a ese país en el desconcierto. Es cierto que el jefe del Gobierno, Dingirí Banda Wijetunge, se ha apresurado a jurar el cargo de presidente provisional de acuerdo con la Constitución, pero ello no asegura, en modo alguno, que no se produzca un recrudecimiento de la violencia política. La policía ha atribuido la culpabilidad del crimen, cometido por un hombre bomba cuando Ranasinghe Premadasa presidía el desfile del Primero de Mayo, a los Tigres Tamiles, organización terrorista que de hecho ocupa una zona independiente en el norte de la isla. Sin embargo, éstos lo han desmentido de manera rotunda y no se han aportado pruebas convincentes de la tesis policial.Una circunstancia que no se puede dejar de lado es que, ocho días antes del asesinato del presidente Premadasa, el jefe del partido Frente Democrático (desgajado en 1991 del Partido Nacional Unificado, que gobierna el país), Lalith Athulathinudali, había sido asesinado en un mitin preparatorio de las elecciones provinciales convocadas para el 17 de mayo. Los dirigentes del Frente Democrático lanzaron entonces fortísimas acusaciones contra el presidente Premadasa por utilizar métodos violentos para debilitar a una oposición que está logrando un ascenso rápido en los sondeos. De ahí que la tesis según la cual Premadasa ha sido asesinado como venganza por la muerte de Athulathmudali haya cobrado bastante credibilidad.
El presidente Premadasa era un político con prestigio entre sus partidarios; sin embargo, su trayectoria ligada a una represión que puso fin a la larga etapa de luchas civiles entre la población cingalesa concitaba contra sí muchos odios; y no sólo por parte de los tamiles, contra los cuales aplicó métodos particularmente duros. Era un político muy autoritario, y ello explica en parte que en las filas de su propio partido haya surgido el Frente Democrático, liderado por Athulathinudali, en el que se agrupan, sobre todo, sectores jóvenes y profesionales que no encuentran encaje para sus aspiraciones.
La variedad de interpretaciones a que ha dado lugar su asesinato es un factor de inestabilidad de cara al futuro. La sustitución de Premadasa no se presenta como una tarea fácil. Ni el actual jefe provisional del Gobierno ni las otras figuras del partido gubernamental parecen tener una talla suficiente para hacerse cargo de una situación tan compleja. Un factor de especial preocupación es que no parece existir, en ninguno de los principales movimientos políticos del país, una personalidad capaz de advertir a la ciudadanía de los riesgos extremos que tendría dejarse deslizar por la pendiente de la violencia para dirimir las diferencias políticas, por serias que éstas sean.
Sri Lanka, un país con una agricultura rica y con una población que destaca por su nivel de educación, ha tenido un destino político dramático. El número de atentados políticos ha sido elevado, empezando por el de uno de sus primeros jefes de Gobierno, la primera ministra Sirimago Bandaranaike, a los diez años de la proclamación de la independencia. Por otra parte, la guerra con los tamiles ha dado lugar, desde el inicio de los años ochenta, no sólo a operaciones militares en el norte de la isla, sino a una larga cadena de actos terroristas en numerosas zonas del país. Una trágica situación que parece prolongarse.
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