Los serbios bombardean Sarajevo mientras su Parlamento debate la paz
, ENVIADO ESPECIAL,Eran las once y diez de la mañana y las calles de Sarajevo se hallaban repletas. Las colas del pan y del tabaco estaban más abarrotadas que nunca. "No me gusta nada que la gente se confíe tanto", confesó Alma, la intérprete, unos segundos antes de la primera gran explosión. La granada cayó muy cerca. Un polvo blanco y gris envolvió, como un velo, la calle del principal mercado de la parte vieja, al lado de la catedral. La artillería serbia lanzó su mortal ataque en el mismo instante en que el autoproclamado Parlamento serbio de Bosnia iniciaba las deliberaciones en Pale.
Hombres y mujeres empezaron a correr de un lado a otro en busca de refugio. Las explosiones se sucedían. Una, dos, tres... La sensación inicial de fragilidad se tranforma en temor. "Esta es la paz que están dispuestos a firmar", exclama con rabia Hasib, un vendedor de periódicos. Sonaron las sirenas y todo el mundo se esfumé escondiéndose en los bajos de las casas, en busca de un refugio seguro. Pero ya era tarde. Las primeras granadas de mortero habían matado a dos mujeres y herido a 16 personas, dos de ellas de gravedad. Nafija y Fazila se toparon con el destino mientras preparaban la comida dentro de sus casas en el número 18 de Melimed Pase. No tuvieron siquiera tiempo de darse cuenta de que la muerte entraba por la ventana. El doctor Mirsad Babic, el forense de la morgue del hospital de Kosevo, explica que sus heridas afectaron a órganos vitales. "Murieron casi en el acto, no han tenido tiempo de sufrir", dice.Están tumbadas boca arriba, envueltas en sus propias ropas, en unas sórdidas camillas de color marrón verdoso. Una fina capa de yeso las cubre por completo suavizando un poquito esa mueca de horror que la muerte les ha prendido en el rostro, muy desfigurado por la metralla. Al lado, hay otros tres cadáveres.Dos hombres y un muchacho. "Esos son soldados que han muerto hoy en el frentC, asegura el forense.
Dervis, el marido de la infeliz Fazila entra en la morgue por la puerta trasera. Viene apresurado del frente. Aún suda por la prisa. Se acaba de enterar de la muerte de su esposa. Llevaban 30 años casados. Son musulmanes. Entra a trompicones en la sala donde están los cadáveres, como quien intenta despertar de un mal sueño. La realidad le despierta. Exclama un ay y se lleva las manos a la cabeza, tirándose con rabia de los pelos. Llora y murmura a la vez. Reza una letanía amarga, que es puro dolor. Va de un lado a otro, intentando comprender. Todos le miran en silencio, respetando su confusión. Se acerca lentamente a su mujer Fazila y toma con ternura sus manos, para no quebrarlas. Le dice cosas de amor al oído. Está completamente abatido. En un maldito instante se ha quedado sólo. en este mundo. No tiene hijos. Para él la vida ha perdido de repente todo su sentido.
Las reglas de la barbarie
El sonido de las granadas inunda la morgue. Se oyen disparos y el tableteo de las ametralladoras. Las calles se han vaciado. CUatro coches locos recorren la ciudad a toda velocidad. Los francotiradores buscan agazapados en cualquier ventana un civil al que reventarle la cabeza. Son las reglas de esta barbarie.
Aquí, en Sarajevo, tiran a matar, y allí, al otro lado de la montaña, en Pale, hablan de paz. Nadie cree en esta ciudad en la palabra de un chetnik. "Ellos nunca han tenido problema alguno para firmar un papel", asegurauna mujer de la presidencia bosnia en Sarajevo. "Qué más da ' que firmen o no el documento, la situación no va a cambiar", añade.
La gente, como Hasib, el del quiosco, desea con toda su alma la intervención militar internacional. "Que vengan de una vez los norteamericanos y borren del mapa a esos puñeteros tanques y cañones que nos disparan desdelas montañas", suplica Saban, un jubilado. Si se decide finalmente un bombardeo selectivo, más vale que sea efectivo, pues los chetniks han prometido arrasar Sarajevo si alguien les toca un pelo. La bravuconada pasa inadvertida. Aquí ya nadie tiene miedo. La amenaza de provocar un incendio no puede asustar a nadie que ya vive en un auténtico infierno.
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