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La encrucijada cubana

El cambio de Administración en Estados Unidos, de una rígida concepción hegemónica a una flexible actitud revisionista, puede incidir, entre otros escenarios internacionales (Rusia, Yugoslavia, Libia, Oriente Próximo, China), en la búsqueda de una salida razonable para la crítica situación cubana. Cambio de Administración no significa que, mecánicamente, vaya a haber alteraciones radicales -ni previsibles- en la política exterior de Estados Unidos, pero, en todo caso, el talante demócrata es distinto al talante republicano: intereses condicionan, talantes afinan.El régimen que encarna Fidel Castro es difícilmente comprensible sin atender a una multiplicidad compleja de factores históricos y actuales, políticos y económicos; entre otros, su dependencia y proximidad tradicionales con respecto al gran vecino del Norte, los presupuestos ideológicos de la revolución cubana, los trascendentales cambios de los sistemas comunistas, las perspectivas y estrategias de la oposición exterior y de la disidencia interna, la gravedad de la situación económica y, en fin, la visión de la comunidad internacional y, dentro de, ella, la de aquellos países que tienen una relación especial y secular con Cuba. Cualquier eventual salida no traumática exige analizar y reinterpretar, ante la realidad actual, serenamente todos estos factores y, desde esta perspectiva global, en donde el factor humano tiene también un papel muy destacado,, ayudar a que la transición, en las distintas perspectivas que de la transición se perfilan, se convierta en transacción evolutiva.

En el enfoque clásico norteamericano, acentuado en las administraciones de Reagan y de Bush, con la teoría del nuevo orden internacional -más policía que orden, más economía que derecho-, el régimen cubano y, en general, los sistemas comunistas se inscribían dentro de unos rasgos, doctrinales que la realidad política, a partir del desmoronamiento soviético y regímenes afines, ha desmentido. En efecto, por inercia residual, parte de la sociología americana con proyección ejecutiva (Kissinger, Kirpatrick, Bzrezinski) entendía que estos sistemas políticos eran sustancialmente estáticos: que, aunque quisieran, no podían cambiar. Corolario de esta concepción errónea de guerra fría -y, en especial, en el caso cubano- será una política de bloqueo total. La política se teologizaba: se convertía en cruzada. La vieja concepción de Carl Schmitt, amigo-enemigo, planetariamente entendida, se replanteaba con estas mismas características y con el mismo entusiasmo fundarnentalista: bien y mal maniqueo. Por otra parte, la imagen romántica del castrismo-guevarismo, que se extendió en los años sesenta por todo el continente americano y en amplios sectores intelectuales y de opinión pública europeos, hoy críticos o silenciosos, llevó a los analistas y ejecutivos de la política norteamericana a la búsqueda de un antídoto ejemplarizante: había que perfilar y mostrar, ante la comunidad iberoamericana, que el modelo era un antimodelo. Frente al modelo invocado -hombre nuevo, sociedad nueva, que surge en la Revolución Francesa, y recogido por el marxismo-, presentar al régimen cubano como la institucionalización de un antimodelo de desarrollo económico: no sólo para Cuba, sino para toda America. Sin duda, este objetivo ha sido en parte logrado, pero, por el contrario, su insistencia, deterioro y agravamiento del antimodelo (Cuba Democracy Act, de R. Torricelli, 1992), obstaculizando radicalmente la entrada de Cuba en los mercados internacionales, más que viabilizar salidas, refuerzan el actual statu quo cubano. Con perspicacia, esta paradoja ha sido también señalada por dos autores franceses, no castristas, en un buen libro crítico, Jean Francois Fagel y Bertrand Rosenthal (Fin du siécle à La Havane, Seuil, 1992).

Desde la visión interna del régimen cubano, sin duda, el marxismo es, y sigue siendo, ideología oficial, pero ni lo fue en sus comienzos ni tiene que serlo, inexorablemente, en el futuro -como ideología excluyente o excluida-. Por encima del marxismo hay dos presupuestos más profundos: el sentido de la independencia y el nacionalismo arraigado. Desde hace un siglo muy largo, estos dos factores son los que, con fracasos y éxitos, han formado una identidad insular nacional firme: antigobiernos españoles y antigobiernos norteamericanos. Tad Szulc y, antes, Herbert Mathews, entre romanticismo y pragmatismo, en su día, percibieron esta identidad constante. ¿En qué medida este marxismo instrumental martiniano es un marxismo coyuntural? Por otra parte, los acontecimientos en la ex Unión Soviética y en los países del Este europeo se contemplan desde ángulos diversos: hay conciencia evidente, por obvia, de que la economía de mercado, con correctivos y modalidades, se ha planetarizado, y esto significa adaptación inevitable para no asentarse en un numantismo mágico; pero, al mismo tiempo, algunos procesos europeos no aparecen precisamente como modelos a seguir: crisis real y caos posible forman unos interrogantes, no eludibles. Y, en fin, en estas contradicciones, la salida china (reforma económica avanzada, reforma política controlada) es una tentación fuerte, aunque tropieza con el rechazo norteamericano.

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La oposición exterior, radical o moderada, Fundación y Plataforma, y la disidencia interna se mueven, como es habitual en estas situaciones, entre el utopismo frontal y el posibilismo transaccional. O, empleando una terminología que tanto hemos usado en España, entre la ruptura y la reforma. En transiciones, y en estas dos últimas décadas, hay ya muchos ejemplos; no existen modelos paradigmáticos: en todo caso, y con reservas, hay modelos indicativos. España y Chile, con diferenciaciones, represen tan uno de ellos; Rusia y el Este europeo, otro, y, en fin, China, con su experiencia milenaria, aporta también su singularidad. Y Cuba, cubanos de dentro y de fuera, forjarán inevitablemente su propia transición / evolución, aun desde su actual anta gonismo. En diferentes ocasiones en que estuve en La Habana y en otras ocasiones en que mantuve contactos con dirigen tes de la oposición percibí un fe nómeno que en España, país de exilio -todos nuestros reyes contemporáneos desde hace 200 años y todos nuestros presiden tes de república vivieron o murieron en el exilio-, tuvo una amplia vigencia: un enquista miento de posiciones que lleva, más tarde, a consensos, reconciliaciones y coincidencias. Como se decía en la vieja literatura política, "problema de carácter" y, también, problema generacional: en la medida en que, por el tiempo, nuevas generaciones -en el interior y el exterior de Cuba- comienzan a surgir, la flexibilidad sustituirá a la rigidez. Yo vi, en el despacho haba nero de Fidel Castro, las Vidas paralelas de Plutarco y no los sermones de Savonarola.

La comunidad iberoamericana que en Brasil volverá a reunirse tendrá de nuevo cita y reto con la crisis cubana. Todos los países, y de forma especial México y España, que han conocido y conocen transiciones, podrían reiterar su papel de cualificados mediadores, de apoyo a un desbloqueo disfuncional e injusto y, en fin, desde la solidaridad iberoamericana, buscar una salida pacífica y razonable: resolver la actual encrucijada y no avanzar hacia una aporía.

es catedrático de Desarrollo Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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