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Marcha de los deportados palestinos contra el diálogo árabe-israelí

Ansiosos por dar el mayor dramatismo posible a su destierro, los deportados palestinos abandonaron ayer temporalmente sus tiendas y acamparon a la intemperie tras una corta pero simbólica marcha que los llevó prácticamente hasta la boca de los cañones israelíes en el sur del Libano. Impertérritos ante los disparos de mortero que se estrellaban en un promontorio rocoso a 100 metros de distancia, los palestinos se sentaron en el asfalto del camino y comenzaron a orar. Rezaban por su pronto retorno tras cuatro meses de exilio, pero también por la ruptura del proceso de paz que se reanuda hoy en Washington.

La habían llamado la marcha de la muerte y aunque el riesgo era patente, tanto los deportados como los israelíes que reforzaron sus posiciones en el llamado cruce de Zernraya con tanques y una docena de vehículos militares, actuaron con extrema prudencia.

El ambiente era casi festivo. Fue una especie de pic-nic y una sentada indefinida en protesta contra las expulsiones de Israel y la política conciliatoria de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasir Arafat. Los deportados recorrieron unos 400 metros desde el Campo del Retorno hasta una curva del angosto camino desde donde se veía a los soldados israelíes pasándose los binoculares para el próximo disparo. Los tiros de advertencia, por supuesto, no pasaron desapercibidos. En la atmósfera de extraña serenidad resultaba claro que ninguno de los 396 palestinos quería convertirse en mártir. Los israelíes, por su parte, se vieron obligados a emplear la máxima precisión en el bombardeo. La explicación de esa puntería era esencialmente política: una gota de sangre en las filas palestinas resulta en estos momentos demasiado costosa. Ayer habría bastado un solo herido para sabotear la apertura de la novena ronda de negociaciones en Washington.

"Pasaremos una, dos noches aquí para demostrar a Israel nuestra decisión de volver a nuestros hogares, y al mundo la magnitud de esta injusticia", dijeron sus líderes. "Si morimos aquí, moriremos camino a nuestros hogares", afirmó Jaider Abushi, un deportado de Nablus. Mahmud Az Zahard, un médico de Gaza, que como la mayor parte de los deportados milita en el Movimiento Islámico Hamás, en guerra abierta contra la ocupación israelí, reflejó el sentimiento de muchos al afirmar: "El liderazgo de la OLP nos ha traicionado. Nosotros hemos sido olvidados y Arafat ha sido engañado. Nada bueno saldrá de Washington".

La ronda de conversaciones se abre en el marco del escepticismo árabe generalizado. Nadie corre tanto peligro como Arafat. Al aprobar el envío de la delegación palestina, el jefe de la OLP ha ignorado a los militantes de Hamás y de Yihad Islámica en los territorios ocupados, y a los sectores izquierdistas de la guerrilla palestina con base en Siria.

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