Entre lo malo y lo peor...
Desconcierto y falta de entusiasmo entre los votantes en el plebiscito celebrado ayer
Era difícil hallar entusiasmo a la salida de los colegios electorales. "Creo que todo seguirá igual", comentaba sonriendo Larisa, una joven de un antiguo barrio obrero moscovita. ¿Por qué ha votado entonces? "Yo soy apolítica, pero mi marido me convenció", respondió. ¿De qué la convenció? "Del único político del que me fío algo es de Yeltsin". Esta actitud de los ciudadanos que se han debatido hasta el final entre el sí al presidente y la abstención la resumió el taxista Kíril con una frase inacabada: "Entre lo malo y lo peor...". Yeltsin sigue siendo para muchos la única esperanza.
P. B. / S. S. M. Tamara, una anciana que emitió su sufragio en el mismo colegio que el vicepresidente, Alexandr Rutskói, tampoco votó con entusiasmo por Yeltsin. "No hay otro", dijo al justificar su elección. "Es sencillo y habla bien", agregó. Tamara ha vivido desde 1929 en una casa comunitaria que ni siquiera está dotada de agua caliente y cobra una pensión de 6.000 rublos, poco más de mil pesetas. Llegó al colegio sin saber muy bien qué debía hacer. El sistema de voto no era fácil de entender. Los responsables de las mesas entregaban cuatro papeletas, una para cada pregunta, en las que figuraban un sí y un no. Para votar sí había que tachar el no con una cruz, y para, votar no había que tachar el sí. Y esto se explicaba a pie de papeleta en letra menuda.Tamara tuvo suerte y encontró una joven que, con un periódico en la mano, le orientó. Así logró otorgar la confianza a Yeltsin en la primera pregunta y completar las demás en la forma que quería: sí a la reforma económica, no a la elección adelantada de presidente y sí a la renovación adelantada del Congreso.
Pero Alexandra, también anciana y firme opositora a Yeltsin, no tuvo tanta suerte. A ella nadie le ayudó y el no, no, sí, no que pretendía votar se convirtió en todo lo contrario. No se percató de su error hasta que al salir del colegio comentó con su marido lo que había hecho.
Vitali y Stanislav, dos interventores de un colegio situado en un barrio acomodado, coincidieron en que se había adoptado un sistema complicado. "Mucha gente puede equivocarse porque tachar lo contrario de lo que se quiere es muy normal", comentó Orlov, miembro del sóviet de la región. Zatjov, comunista, interrumpió la conversación para llamar la atención sobre una señora que, con una papeleta que había estropeado en la mano, trataba de conseguir otra. Quería votar no y había tachado correctamente el sí, pero además se le había ocurrido escribir un segundo no. "Una papeleta así será declarada nula", aseguró el diputado. "Pero no se le puede entregar otra porque nos las han enviado justas", agregó.
A la salida del colegio, Lidia, una dicharachera abuela de 81 años, explicaba que lo que quiere es que Ias cosas se aclaren" y su obsesión es "evitar una nueva guerra". Porque "la situación es muy dificil, pero se puede aguantar". En el momento en que Lidia se manifestaba admiradora de Lenin -"¡qué lástima que se muriera tan pronto!",- exclamó-, Guennadi, de 36 años, intervino. "Los ancianos tienen unas ideas que ya no tienen nada que ver con la situación actual", quiso dejar claro.
Pero el yeltsinista Guennadi se precipitó al interrumpir la conversación: Lidia también había votado por el presidente. "No puedo decir que con Yeltsin las cosas mejoren, pero le apoyo para que los votos le empujen a cambiar algo", argumentó la anciana. A Guennadi le aterra que el Congreso pudiera llegar a imponerse. "Jasbulátov [presidente del Congreso] podría acabar trayendo a Moscú a Dudáiev [presidente de la independizada Chechenia, la república donde nació Jasbulátov] y tendríamos otra vez un tándem como el que formaron Stalin y Beria", originarios ambos también del Cáucaso. "No digo esto por cuestiones nacionalistas", se apresuró a precisar, "pero ya tuvimos bastante con un Stalin".
A Guennadi le preocupaba también ver que en el colegio había pocos jóvenes votando, una impresión generalizada a mediodía de ayer.
Que un grupo de población no soporta la reforma lo puso de manifiesto un matrimonio de mediana edad en un colegio de otro barrio obrero. "No esperamos nada del referéndum", fue su primera respuesta. ¿Por qué votan entonces? "Para que sepan que estamos en contra, para protestar", y se fueron enfadados.
A la puerta del mismo colegio, sentado en su motocicleta, el veinteañero Serguéi representa a otro mundo: "Yeltsin debe ganar", dijo sin pensarlo dos veces. Stanislav, otro joven, se pensó la respuesta un buen rato antes de completar la idea anterior: "Debemos tener un Gobierno presidencial y hemos de avanzar hacia la economía de mercado. Nunca más ha de volver el comunismo".
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