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Reportaje:

Akihito intenta borrar el rencor de Okinawa

El emperador japonés visita la isla entre un gran despliegue policial

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALLos suicidios en masa habían comenzado en Guadalcanal y siguieron en Okinawa. Los comandantes del Ejército imperial apremiaban una inmolación honrosa porque, decían, los marines norteamericanos asesinaban a los hombres rendidos, violaban a las mujeres en el cautiverio y torturaban sin clemencia. Nunca un emperador japonés visitó Okinawa. Hoy lo hace Akihito, hijo del hombre que en esta isla meridional se recuerda como el culpable de aquella inútil carnicería.

"Sea bienvenido el emperador, pero deseamos escuchar sus palabras de condolencia", dice Kazumori Zaki, presidente de la asociación de familiares de las víctimas en la terrible batalla de Okinawa, la más feroz del Pacífico. El emperador Hirohito, divinidad encarnada cuando el militarismo nipón invocaba su nombre en las trincheras de Asia, nunca viajó a esta isla para pedir perdón por la brutalidad de los soldados con sus compatriotas.El resentimiento es intenso entre quienes perdieron padres, hermanos o hijos. Kazimi no puede ocultar una cierta apatía. "Para decirle la verdad, me hubiera gustado más la visita del anterior emperador". Un total de 30.000 policías han sido movilizados para neutralizar un posible atentado contra Akihito, cuyo discurso intentará apaciguar un rencor profundo. A fin de cuentas, ésta es una sociedad que, desde Tokio, algunos miran por encima del hombro.

Las tres armas del Ejército imperial se batían en retirada cuando Estados Unidos, en 1945, se lanzó al asalto de Okinawa, isla mayor de una cadena de 60 situada en un estratégico cruce de rutas entre Japón, la península coreana, China y Filipinas. Los combates duraron tres meses, y el bombardeo norteamericano sobre las posiciones japonesas no cesó.

Holocausto

Desde tierra, mar y aire, se castigaron sin tregua las líneas enemigas, y la infantería aliada, más numerosa y con cobertura de fuego, avanzó sobre cadáveres de soldados y civiles mentalizados para resistir hasta la muerte. El holocausto se había conocido antes en Saipan. Cientos de familias se lanzaron contra los escollos, otras murieron al activar granadas entregadas por las tropas derrotadas, y la huida de muchos fue impedida desde las filas nacionales a bayonetazos o ráfagas de ametralladora.La batalla terminó con 140.000 civiles muertos durante el asedio norteamericano, ejecutados por fanáticos que los diezmaron en nombre del emperador, suicidándose ellos mismos o pidiendo en el sacrificio la asistencia de familiares o amigos. Casi 100.000 soldados nipones se sumaron a la relación de caídos, y EE UU encajó 12.000 bajas.

Akihito y su esposa, la emperatriz Michiko, permanecerán tres días y conversarán con sobrevivientes. Uno de ellos es Yuriko Minei, de 82 años, testigo del episodio ocurrido en un hospital de campaña. Allí continuó la loca ofrenda cuando la vanguardia estadounidense de la 77 División de Infantería se abría paso en las inmediaciones: 167 enfermeras casi adolescentes de un batallón de 223, decidieron morir antes que entregarse. "Nunca olvidaré la angustia experimentada cuando caí sobre el cuerpo sin vida de mi marido y mi hermano pequeño. Debo superar este recuerdo", dice Yuriko. Fue la única batalla entablada en suelo japonés.

Otras injusticias retrasan también la reconciliación de esta isla, situada a 1.500 kilómetros al sur de Japón, con el Gobierno de la metrópoli que colonizó la cadena en el siglo XVII.

Las islas, llamadas hasta entonces Reino de Ryuku y que habían comerciado por libre durante 450 años, pagaban tributo a Japón y a China. La anexión nipona, y el posterior sometimiento económico y cultural de sus gentes, llegó en 1879. Okinawa, la provincia más pobre de Japón, denuncia hoy marginación y afrentas a pesar de que, en los últimos 20 años, la Administración central invirtió 25.000 millones de dólares en obras públicas. La renta per cápita de su millón de habitantes es menos de la mitad de la media nacional.

Derrotado Japón, EE UU controló militarmente el país hasta 1952, año en que entró en vigor el Tratado de San Francisco, por el que Tokio cedió la soberanía de Okinawa. No fue hasta hace 21 años cuando el Gobierno norteamericano devolvió el archipiélago, pero antes aseguró el control de una quinta parte de su territorio, la mejor.

El agrupamiento de tropas más importante de EE UU en Japón. (30.000 marines) ocupa 25.000 hectáreas de Okinawa. Choko Takayama, consejero del gobernador, lamenta que "dondequiera que miramos buscando suelo para carreteras o fábricas tropezamos con el alambre de espino de las bases".

Akihito viajó a Okinawa, como príncipe, en tres ocasiones. En 1975 le fue lanzada una bomba de fabricación casera durante una ofrenda floral, y en 1989, en la inauguración de un encuentro deportivo, un manifestante desgarró la bandera japonesa.

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