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Falla revisitado

Tras 59 años de ausencia, Joaquín Nin-Culmell ha vuelto a subir la empinada cuesta de la Antequeruela Alta para dirigirse al carmen de Manuel de Falla. Seguido por una comitiva respetuosa y un poco emocionada, don Joaquín -que se ha constituido en el corazón y la memoria de las jornadas dedicadas en Granada a la cultura en la II República -andaba bajo una lluvia mansa en una mañana inusualmente fría. Le acompañaban María Isabel Falla, sobrina del compositor y presidenta de la Fundación Archivo Manuel de Falla y Jorge de Persia, su director.Joaquín Nin-Culmell cruzó la puerta del carmen por última vez en el verano de 1934. Desde 1930 acudió, allí para recibir consejo y lección de Falla, "aunque él", dijo en un hermoso coloquio mantenido esa misma tarde en el Auditorio, "por pura modestia no quería tener discípulos". Con posterioridad, Nin-Culmell ha vuelto a Granada, pero nunca se ha atrevido a volver al carmen "por miedo". Es una casita modesta y deliciosa, casi un conventito: tiene la elegante desnudez de una celda cartujana. Don Joaquín compartió su emoción. Hubo nostalgia, pero no tristeza. En el comedor de la planta baja recordó la cena-a la que a diario Falla le invitaba, para hacer menos gravosa su estancia en Granada:

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Nin-Culmell tocó el piano "de don Manuel"; recordó la broma montada con María del Carmen y el cónsul de Bélgica en la que él, disfrazado de cura, se presentó a Falla como enviado de un cardenal francés; evocó una rapidísima visita de Federico García Lorca; y la imagen del rigurosísimo compositor defendiéndose de una invasión de cucarachas: antes de aplastarlas de un zapatazo les decía, una a una "sé que sois hijas de Dios y que tenéis el mismo derecho a vivir que yo, ¡pero esto es ya imposible!".

Por la tarde, en su conferencia Falla como maestro, Nin-Culmell hizo revivir su figura con el respeto emocionado del discípulo hacia el maestro: 'Te he dedicado, como músico, varias de mis composiciones; ahora, aquí, en Granada, tan cerca de su casa, le quiero dedicar toda mi vida como músico, como hombre y como católico". Cuando, al final, interpretó el homenaje de Falla a Dukas, que él estrenó en 1936, se alcanzó un inusual y muy emocionante grado de intimidad. Emocionado por los aplausos, don Joaquín alzó la partitura. Como una ofrenda.

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