La división en el PSOE ha estado a punto de deteriorar la autoridad de González
Las escasas garantías de que los sectores enfrentados del PSOE detuvieran su lucha hasta el próximo mes de octubre ha pesado notablemente en decisión del presidente del Gobierno, Felipe González, de convocar las elecciones. La historia del enfrentamiento ha tenido muchos jalones, pero el reagrupamiento frente al vicesecretario general, Alfonso Guerra, empezó meses después de estallar el escándalo de su hermano. Quienes por distintas razones tenían cuentas pendientes con Guerra, vieron la ocasión de quitarle el poder.
El aparato del partido socialista, que sustentaba a Alfonso Guerra, inició su periodo de resistencia. El forcejeo ha estado a punto de quebrar la autoridad de Felipe González.Hasta que estalló el escándalo de Juan Guerra por la presunta utilización del despacho de la Delegación del Gobierno en Andalucía para negocios privados, en enero de 1990, en el PSOE sólo existía lo que se llamaba "la mayoría" y las escasas voces díscolas se agrupaban en la corriente Izquierda Socialista. Animadversiones soterradas provocaba ya el ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga, por las objeciones que el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, había puesto a algunas de las medidas económicas.
Fuera del Gobierno, dirigentes del partido esperaban desde hacía tiempo que el poder de Guerra se debilitara. "Si no tiene crédito en la sociedad su influencia en el partido también tiene que disminuir", afirmaban los críticos -luego, renovadores- más templados. Los más enfadados con Guerra simplemente decían: "Hay que acabar con él".
Desde enero del 90 -caso Juan Guerra- hasta que Alfonso Guerra dimitió como vicepresidente del Gobierno un año después el sector renovador tomó fuerza ante la opinión pública, aunque el poder de Guerra en el partido seguía intacto tal y como se demostró en noviembre de 1991 cuando el vicesecretario general impidió que destacados renovadores pasaran a formar parte de la ejecutiva federal.
González le dejó hacer la ejecutiva que quiso, pero preparaba ya la salida de Guerra de la vicepresidencia del Gobierno para dos meses después. Alfonso Guerra tenía dos frentes: el sector renovador y el ministro de Economía y Hacienda, Carlos Solchaga. El titular de Economía coincidía con los renovadores en la necesidad de quitar poder a Guerra dentro del partido, pero discrepaba de sus planteamientos político-sociales.
Curiosamente los renovadores estaban, y están, más cerca de los postulados políticos del guerrismo que de los de Solchaga, a quien consideran situado en un claro "socialiberalismo" que, por ejemplo, no considera imprescindible, sino más bien lo contrario, contar con los sindicatos.
El XXXII congreso del PSOE, a pesar de aprobarlo todo por unanimidad, incluida la elección de los miembros de la ejecutiva federal, lejos de cerrar la crisis, enquistó aún más a los renovadores. Carlos Solchaga cerró ese congreso con su estilo directo: "Unos han ganado y yo he perdido". La guerra continuaba.
Todos despistados
Una vez abandonada la vicepresidencia del Gobierno, parece que la muerte política de Guerra es un hecho. Meses después resurge con nuevos bríos. Los críticos concluían que Felipe González, por razones que no lograban entender, no podía o no quería acabar con Alfonso Guerra. En, el último año el secretario general ha logrado despistar a unos y a otros.
La penúltima batalla ha estallado por Filesa y el secretario general anuncia que toma todo el poder. El pasado 10 de abril, Sábado Santo, González utilizó con reiteración la primera persona del singular. La imagen de que había perdido autoridad se extendía socialmente. Lo reconocía: "Hay que enviar a la sociedad un mensaje de donde está la autoridad".
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