El regreso íntegro y fantasma de 'Cleopatra'
Una versión de 4 horas del filme de Mankiewicz se ha distribuido de tapadillo en los quioscos
Ha pasado de tapadillo por los quioscos españoles una versión de cuatro horas de la Cleopatra de Mankiewicz que no se ha exhibido jamás en circuitos comerciales, tampoco existe en las cadenas de distribución del videocine y es igualmente inédita en cualquier cadena de televisión. Incorporada a una colección de fascículos de Planeta Agostini titulada Los Oscar de Hollywood, Cleopatra se ha presentado como un título más. La película mantiene el doblaje de 1962 y las escenas que en su momento no pudieron ser dobladas se presentan en versión original con subtítulos en español.
Se recordará que la Cleopatra de Joseph L. Mankiewicz es el filme manipulado por excelencia: el que hace 30 años mutiló la productora por motivos comerciales hasta el punto de que su director detestaba referirse a él. Su solamención conseguía irritarle. Ignoro si llegó a participar, años después, en la edición que ahora se nos presenta. Tiene una duración de cuatro horas, una más en relación a todas las versiones conocidas en Europa y, por su puesto, en España.Basta con decir que cuando se emitió por última vez por TVE (en la primavera de 1992) mantenía todos los cortes del día de su estreno, con una duración de menos de tres horas. La versión reconstruida es, pues, la única que deberemos considerar a partir de ahora, aun recordando que en su proyecto inicial Mankiewicz contemplaba la posibilidad de montar dos partes separadas de tres horas cada una.
En cualquier caso, cuatro horas de Cleopatra son mucho más de cuanto sus admiradores pudimos soñar en tiempos de penuria.
Resulta curioso que una edición tan valiosa se deslizase en el mercado español casi paralelamente a la muerte de Mankiewicz, principal víctima de la obra de arte sometida a las implacables leyes de la industria. Pero lo que podría parecer una reivindicación pierde su eficacia, ya que la edición sólo ha permanecido un par de semanas en los quioscos, devorada por la feroz dinámica de la industria editorial. El aluvión semanal de fascículos no permite individualizar los productos: la abundancia actúa en detrimento de la información. Así, un concierto de Abbado, una novela de Musil o una película de Hitchcock alternan con lecciones de jardinería, recetas de los cocineros de la tele y cursos de idiomas. Incorporada a una colección de fascículos de Planeta Agostini titulada Los Oscar de Hollywood, Cleopatra se ha presentado como un título más. Ni siquiera en la carátula se destaca su novedad en relación a ediciones precedentes. Puestos en contacto con los encargados, hemos sabido que nadie conocía sus características excepcionales (ni siquiera la distribuidora).
Excelente inglés
Esta Cleopatra casi fantasma conserva el doblaje de 1962, muy superior a las mediocridades propiciadas por la exhaustiva demanda televisiva de los últimos años. Las escenas que en su momento no pudieron ser dobladas se presentan en versión original con subtítulos en español. Este azar da como resultado una hora de excelente inglés, tan de agradecer cuando las voces de Julio César y Marco Antonio corresponden a los actores Rex Harrison y Richard Burton. Voces de lujo. Voces que prestan al Filme un tono teatral de gran altura. Julio César suena a Bernard Shaw gracias a Harrison; Antonio suena a Shakespeare gracias a Burton. Y Elizabeth Taylor consigue sonar a Mankiewicz, lo cual es mucho, dada la escasa adecuación de la estrella al personaje. (Tiene, con todo, grandes momentos que los cortes anteriores nos habían escamoteado).
Con tales atributos -integridad y originalidad-, el prestigio de Cleopatra se agiganta. Justa reivindicación, dados los penosos antecedentes. Los cortes salvajes perpetrados por la productora antes de su estreno internacional hicieron que durante 30 años fuese una obra poco apreciada. Recuerdo el escándalo de algunos ortodoxos cuando, en 1965, la califiqué de obra maestra en un extenso estudio sobre Mankiewicz publicado en Film Ideal. El tratamiento actual legitima mi afirmación de entonces y permite la apreciación de nuevas excelencias. La más importante es la restitución de una estructura dramática que revela las verdaderas intenciones del autor: intelectualizar un género inicialmente desprestigiado. De lo que se pretendía espectáculo de superlujo Mankiewicz sacó un gran fresco histórico centrado en el retrato de tres personajes singulares.
Esta búsqueda del personaje aparece en toda la obra de Mankiewicz, y sólo la crítica menos advertida pudo silenciar que Cleopatra era una versión coloreada de los títulos que rodó en la llamada "etapa del director", desarrollada en la segunda mitad de los años cuarenta. La reina de Egipto podría ser una de las mujeres de Carta a tres esposas, Eva al desnudo o Mujeres en Venecia, por citar los títulos que mejor acreditan el dominio de Mankiewicz: en su aproximación al universo femenino. Tópico crítico éste, pero perfectamente aplicable a un filme cuya versión definitiva ofrece uno de los grandes retratos de mujer de la historia del cine.
Pero la obra de Mankiewicz constituye también un gran ejemplo de cine literario, condición que nadie le negaba hasta que se vio envuelto en las intrigas del palacio de Alejandría. Craso error de una crítica empeñada en juzgar a la obra en relación al género y no en sí misma. De hecho, con Cleopatra ocurre lo que con Aida en el repertorio operístico; si a ésta la trivializa una exasperada escena triunfal propicia a desmadrados carnavales, a la otra le disminuye una colosal entrada en Roma, perjudicada por la estética del Moulin Rouge, algo sin duda ajeno a Mankiewicz: y que sirvió para encasillarle en la tradición de Cecil B. de Mille. Pero Cleopatra, igual que Aida, son obras intimistas obligadas a pagar el tributo a la grandiosidad que se supone al antiguo Egipto y la Roma imperial (The glory that was Egypt /The grandeur that was Rome).
No es, con todo, el único pecado estético de un filme que, por otro lado, revela en sus múltiples facetas el refinamiento de Mankiewicz y su condición de hombre de cultura. El mal gusto yanqui tenía que aflorar en más de una ocasión, y para garantizarlo allí estaba Irene Sharaff diseñando para Cleopatra VII algunos gorros floreados y un abriguito de leopardo que bien pudiera lucir Maruja Díaz en la boda de Bertín Osborne.
Pese a las concesiones al gusto de los años sesenta, Cleopatra obtiene una victoria póstuma al demostrar que tenían razón los artistas y no los mercachifies de la industria. Muerto el director y los dos protagonistas masculinos, la reina de Egipto se permite asestar un duro golpe contra la memoria de Darryl F. Zanuk en nombre de la memoria del cine. Del gran cine, para ser exactos.
Babelia
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