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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Apuntalar a Rusia

LA AGENCIA de viajes de Borís Yeltsin le da una buena noticia (está confirmada su plaza en el vuelo a Vancouver) y otra mala (está en lista de espera para el regreso). Este chiste, que circula en Estados Unidos, resume bien los riesgos que corre el presidente ruso en su viaje a Canadá para entrevistarse con Bill Clinton. Yendo a Vancouver, demuestra que es fuerte, pero arriesga encontrarse a su regreso con un país irreconocible o, en el peor de los casos, sin presidencia a la que volver; pero si hubiera decidido no ir habría demostrado que es débil, que no controla el poder.El cómputo de ventajas e inconvenientes es favorable al viaje del primer mandatario ruso. Haya o no oposición interna a que Washington se inmiscuya en la situación rusa o favorezca, claramente a uno de sus protagonistas, Yeltsin no puede sino obtener beneficios políticos de un decidido apoyo norteamericano. Por tanto, le conviene acudir a la cumbre que empieza hoy. Lo mismo puede decirse de Clinton cuando apuesta por Yeltsin e intuye correctamente que éste es su mejor interlocutor y que su línea política es, pese a exabruptos y exageraciones, la de mejor futuro.

No se puede acusar al presidente estadounidense de carecer de política exterior decidida y coherente, para que luego los expertos le aconsejen no apostar por un poder inseguro. Estados Unidos tiene que apostar por el poder inseguro que existe en Moscú después de las alternativas de la última semana porque, al final, la esperanza de una reforma democrática que asegure la estabilidad interna y la moderación internacional (sin olvidar las incertidumbres provocadas por el armamento nuclear repartido no se sabe muy bien por dónde) pasa por Borís Yeltsin y sus más o menos fieles seguidores.

Bien cierto es que la decidida actitud de Clinton ha producido resquemor en la oposición a Yeltsin, especialmente en el presidente del Parlamento ruso, Ruslán Jasbulátov, que hace unos días se quejaba de que Washington les colgara a él y a la institución que preside el sambenito de antirreformadores. ¿Y por qué' no? La trayectoria del Parlamento en las últimas semanas no ha sido una exhibición de respeto democrático, por grandes que hayan sido las tentaciones populistas de Yeltsin. Mientras el presidente, cuando se ve en apuros, cede a la pulsión de la democracia asamblearia, el Parlamento tiende a encerrarse en sus privilegios y caótica inmanejabilidad. Y, al fin y al cabo, de todos ellos, Borís Yeltsin es el único que ha sido elegido democráticamente.

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Contrariamente a lo que se temía, no se han producido en Rusia los inviernos trágicos de hambre y miseria que se vaticinaban. Las dificultades no están ahí. Es cierto que deben aliviarse los problemas más urgentes de penuria, pero la prioridad para Clinton es explicar a Yeltsin cómo se hace la conversión ordenada de una economía dirigida a. una de mercado. El presidente norteamericano sabe exactamente lo que tiene que hacer en Vancouver: incrementar la ayuda económica estadounidense a Rusia (especialmente el alivio de las necesidades de alimentos y medicinas más urgentes, la edificación de viviendas, el saneamiento de la industria petrolera -703 millones de dólares, 75.000 millones de pesetas, que el presidente ha solicitado del Congreso-), suavizar el servicio de la deuda y renegociaria (80.000 millones de dólares, 8,5 billones de pesetas), proponer planes de desarrollo y ofrecer asistencia para disciplinar el comportamiento financiero y económico del país. El Club de París ya anticipó ayer su buena disposición hacia Moscú al acceder a escalonar en excelentes condiciones 15.000 millones de dólares de deuda.

Finalmente, debe hacer lo posible para que el Grupo de los Siete (G-7) siga el buen ejemplo y se decida a ayudar seriamente al maltrecho país. El grupo de los más ricos tiene que aceptar que parte de la ayuda a Rusia sea en forma de donaciones y no de créditos cada vez más difíciles de reembolsar. Y aunque ha apoyado económicamente mucho -57.000 millones de dólares, unos seis billones de pesetas, entre 1990 y 1992-, el esfuerzo debe ser mayor aún si se quiere que en el Este vuelva a existir una potencia capaz de desempeñar un papel estabilizador. La ventaja hoy es que ya no es necesario que esta potencia sea hostil a Occidente. Si lo consigue, el presidente de Rusia no sólo obtendrá plaza en el vuelo de regreso a Moscú, sino que merecerá ser recibido con honores.

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