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LA MUERTE DE DON JUAN DE BORBÓN

Don Juan permaneció inconsciente 24 días

J. BOIX ANGELATS "No puedo decirle cuáles fueron las últimas palabras de don Juan. No las oí porque los médicos hemos sido muy respetuosos con la intimídad de la familia, pero sí vimos de lejos el entrañable abrazo de despedida que don Juan dio al Rey el día en que comprendió que su vida se acababa", dijo ayer perceptiblemente emocionado el doctor Rafel García-Tapia, jefe del equipo médico que atendió a don Juan, en la rueda de prensa que siguió a su comunicación oficial de la muerte de don Juan de Borbón. Se refería el doctor a la visita del Rey a su padre el pasado día 7 de marzo. Fue la última vez que don Juan vio a su hijo. El día 8 entró en la agonía que le mantuvo, inconsciente, profundamente dormido, 24 largos días resistiendo a la muerte. Hasta ayer, a las 15.30.

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Los Reyes, las infantas Pilar y Margarita, y el doctor Zurita estaban comiendo momentos antes en la cafetería de la clínica cuando fueron llamados por los doctores. Don Juan" que por la mañana había sufrido y superado espontáneamente tres bradicardias severas, presentaba de nuevo un cuadro similar. Pocos minutos después de la llegada de sus hijos a la habitación 601, el corazón de don Juan se detuvo definitivamente."El óbito se produjo como consecuencia de una parada cardiorrespiratoria tras dos nuevos episodios de bradicardia severa y falleció por una fibrilación ventricular. Desde el día 16 de septiembre permaneció ingresado en la Clínica Universitaria de Navarra por padecer un carcinoma de hipofaringe y boca de esófago", dice el último parte.

"Don Juan" -respondió el doctor a otra pregunta- "ha tenido una muerte extremadamente dulce, la muerte que yo quisiera para mí, para mis seres queridos y para todos los enfermos que he tratado y trataré". Explicó también que la sedación que se ha suministrado al paciente en las últimas semanas es "la más ligera que se pueda imaginar", que en los últimos días ni siquiera la necesitó porque estaba profundamente dormido. En ningún momento se le ha asistido con ayuda mecánica: "Ni respirador automático, ni ayuda cardiológica ni ninguna otra".

El padre del Rey tuvo siempre consciencia de la irreversibilidad de su afección y fue, según el doctor, "su capacidad de esfuerzo, su espíritu de sacrificio y de resignación lo que le ha ayudado a soportar la enfermedad".

La consciencia la mantuvo don Juan hasta finales de febrero y empezó a perderla en los primeros días de marzo. Esto se produjo, explicó el doctor García-Tapia, a consecuencia de una compresión venosa: "Don Juan había sido operado hace ya muchos años del lado izquierdo del cuello. En aquella operación se le había extirpado la vena yugular [la que drena la sangre venosa de la cavidad encefálica] de ese lado. A primeros de marzo, el tumor comprimió la vena yugular derecha, lo que produjo un defecto del retorno venoso que originó un edema cerebral. Así, poco a poco se fue restando su capacidad de fijar la atención, de expresarse, fue adormeciéndose progresivamente hasta llegar a un punto en el que con una mínima sedación tratamos de evitarle estos últimos minutos en los que un hombre en esta situación de sopor quiere comunicarse y no puede. Una sedación muy ligera bastó para ahorrarle este sufrimiento psíquico. Pocos días después ese grado de sopor fue tan profundo que don Juan no requirió la ayuda de los sedantes, se quedó dormido y así ha estado hasta el momento en que ha entregado su alma a Dios".

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El doctor García-Tapia distinguió dos periodos en los seis meses en que don Juan permaneció ingresado en la clínica: "En el primero, se trataba de cuidar su vida, su calidad de vida; en el segundo hemos tratado de cuidar su muerte". Durante el primero, la clave estuvo, según el doctor, en que don Juan no se vio sometido a un ritmo de vida muy distinto del que ya llevaba. En el segundo, fue fundamental la presencia de sus hijos y la percepción muy clara que el enfermo tuvo de que era un hombre respetado y apreciado por todos.

La tuvo claramente, dijo el doctor, y contó a este respecto la siguiente anécdota. Al regresar del último acto público al que asistió, en el que se le impuso la medalla de oro de Navarra, don Juan comentó, no sin humor: "Quizá esto ha sido un homenaje póstumo".

La habitación en la que el padre del rey ha vivido el largo tramo final de su vida no fue habilitada con mayores comodidades de las que disponen las demás de su modalidad, dormitorio con pequeña sala de estar. La clínica ofrece una por planta. Don Juan tenía en ella una talla de la virgen del Carmen, patrona de los marineros; un crucifijo, fotos familiares y el mismo manto de la virgen del Pilar que cubrió el féretro de su padre, el rey Alfonso XIII.

En las últimas semanas, cuando entró en la fase final de su agonía y sus hijos se mantuvieron constantemente a su lado, las tres habitaciones contiguas fueron destinadas a sus acompañantes. En una de ellas dormían los médicos y otra fue convertida en un pequeño despacho desde el que el Rey siguió al corriente de los asuntos de Estado. Allí recibió don Juan Carlos al presidente del Gobierno Felipe González, el pasado día 12 , en una de las sesiones de trabajo que mantienen semanalmente.

Calma y sosiego

La sensación de calma y sosiego envolvió, según coincidieron en resaltar todos los testimonios, el ambiente en el que don Juan de Borbón agotó sus últimos momentos. Con la única ayuda de los sedantes que le evitaron el dolor, la resistencia asombrosa del corazón de don Juan se fue apagando pausadamente, venciendo una y otra crisis y la capacidad de predicción de los médicos.

Tras entrar en una fase crítica el lunes, 8 de marzo, y creyendo que el desenlace era inminente, los Reyes y demás miembros de la familia real viajaron aquella misma noche a Pamplona. Su estancia se fue prolongando hasta siete días, después de los cuales el Rey no tuvo más remedio que regresar a Madrid.

El rostro del Rey reflejó en muchos momentos la intranquilidad propia de una situación en la que se debatía entre el lógico deseo de estar junto a su padre hasta el final y la posibilidad de que el cumplimiento de sus obligaciones lo impidiera. Apoyado por los aplausos de decenas de personas que le esperaban cada día a la salida de la clínica, el Rey no pudo ocultar algún rasgo de la emoción acumulada tras pasar largos ratos sentado en un sofá de la habitación 601, solo y en silencio, frente al cuerpo moribundo de su padre.

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