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Entrevista:

"EE UU no puede dar lecciones morales a Cuba"

Aún emocionado por la acogida que le dispensaron los gitanos, y consternado por las condiciones en que viven, Günter Grass visito la redacción de EL PAÍS. "Tuve un choque enorme cuando vi todas esas chabolas rodeadas por muros recién construídos". También se sorprendió de lo mucho que los gitanos saben de él, de su lucha contra la xenofobia. "Habían leído mis artículos, obviamente los que he publicado en EL PAÍS".A sus 65 años, Grass conserva. el pelo tan negro que parece teñido. Habla con tanta pasión que: interrumpe constantemente a la. traductora de alemán con continuas precisiones y llega incluso a, excitarse cuando aborda temas que le indignan: el pensamiento europeo, "la persecución" a escritores de la antigua República Democrática Alemana, "el miedo de los jóvenes escritores alemanes" y, sobre todo, su nueva "guerra": Cuba y su futuro.

Pregunta. Llega usted de Cuba muy impresionado.

Respuesta. Nunca he tenido una postura pro-Fidel Castro, como Gabriel García Márquez o como Mario Vargas Llosa en su temprano periodo izquierdista, del cual no le gusta acordarse hoy. Yo tenía una postura crítica, sobre todo por los ataques a escritores que pensaban de otra manera. Durante mi reciente estancia en. Cuba, hablé, con gran libertad, durante más de tres horas, con miembros de la Asociación de Escritores. Hablamos sobre todo de los escritores encarcelados y fue una discusión muy abierta. Creo que algunos de los compañeros escritores se tomaron muy en serio mis opiniones. Pero, aparte de eso, cuando se analiza la situación de Cuba de una manera objetiva hay que reconocer que se han hecho cosas en este país de las que carecen muchos otros países del Tercer Mundo. Tienen un sistema sanitario muy bueno, que debería ser un ejemplo para el Tercer Mundo e incluso hasta el muy rico Estados Unidos podría darse por satisfecho si algunas de sus zonas tuvieran una sanidad como la cubana. Y lo mismo digo del sistema escolar.

P. Cuba tiene un buen sistema sanitario y educativo, pero w un régimen democrático.

R. El país sufre, por una parte, el embargo norteamericano, y por otra, el peso de la herencia del dominio soviético. En todas las discusiones que mantuve noté la tendencia de los cubanos a atribuir todos sus problemas al embargo. El bloqueo puede pro vocar el 60% de los problemas, pero el 40% restante son domésticos. No hay duda de que el país necesita reformas internas. Y, sobre todo, necesita la solidaridad de los demás países latino americanos y en especial de Es paña. España tiene que presionar a Estados Unidos para que levante de una vez por todas el embargo. La gente que he conocido en Cuba es crítica con la política de Castro, pero también quiere mantener a toda costa los resultados de la revolución castrista. Nadie quiere la vuelta de un Batista.

P. ¿Tienen información en Cuba de lo que está pasando en la Federación Rusa?

R. Me extrañó muchísimo saber que en Cuba hay 30.000 jóvenes que hablan alemán. Habían estudiado en la República Democrática Alemana y están muy bien informados de las circunstancias que llevaron a la ruptura del sistema comunista. Y también saben perfectamente lo que está pasando ahora en la Federación Rusa y en la antigua Yugoslavia, que no es precisamente un ejemplo a seguir.

P. Si los cubanos tienen tan buena información de la desintegración del sistema comunista, ¿cómo piensan, en su opinión, afrontar su propio futuro?

R. Habría que hacer un cambio en dos sentidos. Primero acabar con el embargo y luego hacer las reformas internas para hacer posible un socialismo democrático. Pero no podemos esperar de Cuba que efectúe esta reforma como condición previa para que se levante el embargo. Lo que se echa en cara a Cuba, la censura, la falta de libertad de opinión, la violación de los derechos humanos... se da también en muchos países que están dominados por Occidente. Estados Unidos, sin ir más lejos, que tiene grandes problemas de racismo, no puede dar lecciones morales a Cuba.

P. Hablando de su reciente encuentro con los miembros de Presencia Gitana, me han dicho que es usted muy crítico con los intelectuales españoles porque no se pronuncian con suficiente fuerza sobre los problemas sociales de este país.

R. No me he manifestado públicamente porque no tengo suficiente información sobre el tema aquí en España. Lo que me interesa es que tanto los intelectuales españoles como los europeos traten el problema de los extranjeros desde una perspectiva más amplia, incluso histórica. No deberíamos olvidar las lecciones que da la historia. Por ejemplo, cuando en Francia persiguieron a los hugonotes, cientos de miles de ellos huyeron a Alemania y significó un enriquecimiento enorme para este país y una pérdida tremebunda para Francia. La política del nacional socialismo comportó una enorme sangría en el mundo cultural alemán de la que aún no nos hemos recuperado. Los intelectuales debemos ser conscientes de que la cultura es más rica cuanta más mezcla tiene, sobre todo de razas.

P. Es cada vez más evidente la evolución de los intelectuales alemanes hacia posiciones conservadoras. Se dice incluso que autores como Habermas o Enzensberger han dado un giro a la derecha.

R. Sí. Pero Habermas no sigue una orientación hacia la derecha. Ha mantenido desde siempre una posición socialdemócrata. En cambio, Enzensberger ha pasado de ser un izquierdista radical a ser un conservador. Ha dado un salto muy fuerte, ha pasado de un extremo a otro.

P. ¿A qué atribuye usted esta evolución? ¿Al miedo al extranjero? ¿A la reunificación? ¿A la situación económica?

R. Este miedo existe entre algunos políticos que lo están inculcando demagógicamente en la población. Cuando el año pasado se desencadenó una oleada de violencia tremenda contra los extranjeros, fue un puro reflejo de las opiniones políticas demagógicas. La reacción en contra de esa violencia no se produjo a partir de los partidos, que se sentían culpables, sino a iniciativa de los ciudadanos, que se manifestaron en muchas ciudades para demostrar que la mayoría del pueblo alemán está a favor de acoger a los extranjeros. Los partidos se inhibieron.

P. Las recientes elecciones en Hesse mostraron el agotamiento de los grandes partidos en Alemania y una subida considerable de la extrema derecha.

R. Estoy convencido de que una democracia estable puede aguantar sin ningún problema que la extrema derecha obtenga un porcentaje del 7 al 10% de votos. Lo realmente peligroso es cuando los partidos democráticos, los tres grandes (socialdemócratas, democristianos y liberales) asimilan las ideas de la derecha radical ante el miedo a la pérdida de votos. En Alemania, el cambio en el derecho al asilo es una capitulación de los partidos democráticos ante el frente radical.

P. Esto da mucho miedo.

R. Claro. Pero la evolución es similar en Francia y ahora mismo está empezando a pasar en España. El problema es que falta una política europea sobre un tema tan preocupante como el de los extranjeros. Necesitamos que la Unión Europea formule una política trasnacional de verdad. Exactamente lo contrario de lo que ocurre ahora, que se actúa de una forma nacional, como en el siglo XIX. Si existe algún pensamiento europeo es el de construir Europa como si fuera un castillo en el que protegerse de los de afuera.

"Estados Unidos no puede dar lecciones morales a Cuba"

P. Cuando se habla de Europa parece que lo único que interesa es si el Bundesbank baja o no los tipos.

R. Esto pasa porque el pensamiento europeo está enfermo, porque solamente está orientado económicamente. Nos falta un pensamiento que vaya más allá de la economía. De esta carencia se derivan las reacciones tan feroces ante el problema de la inmigración, porque la idea que predomina es la de la fortaleza europea frente al resto del mundo. Y la obligación de Europa es preocuparse de que haya una distribución más justa entre los países industrializados y los países pobres. Los europeos deberían trabajar para mejorar las condiciones de los países subdesarrollados para que sus ciudadanos no tengan que abandonarlos e irse a Europa. Ésa sí sería una respuesta constructiva a los problemas de los inmigrantes.

P. Los ciudadanos que vivieron los últimos años del siglo XIX entraron en el XX con grandes esperanzas de que las nuevas tecnologías iban a cambiar el mundo. Y así fue. ¿Qué esperanzas tienen los ciudadanos que van a entrar en el siglo XXI? ¿Grandes hambrunas en el Tercer Mundo? ¿Intentos de emigraciones masivas? ¿Intolerancia?

R. Cuando el Club de Roma advirtió que todo eso iba a suceder nadie lo tomó en serio y ya se ha confirmado. En este tiempo en que hay una tremenda sobreinformación, parece imposible que no se pueda reconocer hasta qué punto los distintos problemas están conectados entre sí. Willy Brandt fue durante años presidente de la Comisión Norte-Sur y escribió mucho sobre la injusta distribución entre los países industrializados, que consumen el 80% de la energía mundial, y los del Tercer Mundo, que viven permanentemente en la miseria. Brandt pidió hace más de 20 anos un nuevo sistema económico mundial y esta petición no ha encontrado aún respuesta.

P. Sigue siendo usted un escritor comprometido.

R. Diré siempre sí al compromiso, pero no únicamente desde el punto de vista del escritor sino como ciudadano en mi país. La República de Weimar fue destruida por los nacional socialistas y por los comunistas, pero también porque no había suficientes ciudadanos comprometidos para protegerla. Me siento obligado a mantener mi compromiso a través de mi profesión y también desde el punto de vista de un ciudadano que vive en su país, que paga impuestos, que vota.

P. En un reciente encuentro en Málaga entre escritores jóvenes y veteranos, éstos mantuvieron que es imprescindible el compromiso. Los jóvenes, en cambio, aseguraron que no sólo no es necesario sino que hay que huir de él. ¿Tanta diferencia hay entre generaciones?

R. No es sólo una diferencia entre generaciones. Es algo más. En los suplementos culturales de mi país hay una tendencia creciente a rechazar per se todo compromiso intelectual y político. Han intentado equipararlo con el compromiso político que se produjo en los países de ámbito comunista. No es de extrañar que los escritores jóvenes tengan mucho miedo, pues no quieren ser rechazados en las páginas culturales de esos diarios. Pero la idea de la literatura sólo por la literatura y el arte sólo por el arte está muy anticuada; se llevó al absurdo en Alemania, después de 1933, cuando los nazis quemaron libros, muchos de ellos de autores que no querían comprometerse políticamente. Para mi generación fue toda una lección. Hemos aprendido que quien empieza queman do libros acaba quemando gente. Puedo decir, no obstante, que nunca he escrito un libro para hacer propaganda a un partido, pero mi prosa tiene un compromiso con la realidad cotidiana.

P. Tiene usted el pasado muy presente.

R. Creo que es un mérito de la literatura alemana de la posguerra el que los autores de varias generaciones no hayan dejado jamás de lado el tema del pasado alemán. Hubo una cierta tendencia a olvidar, pero la literatura ha sido siempre una voz en contra de este olvido. Y esto no se puede perder ahora. Recuerdo que estuve con Willy Brandt en el primer. congreso del PSOE en España, en 1976. Muchos de los oradores acababan de llegar del exilio. Hubo muchas intervenciones y me extrañó que en todas ellas se hablara de un nuevo comienzo y en ninguna se hiciera alusión a la guerra civil, a la dictadura franquista. En la recepción, pregunté a Felipe González cómo era posible que nadie hiciera referencia al tema. Me contestó que eran completamente conscientes de ello pero que lo habían evitado porque se reabrirían las viejas heridas y podría provocarse hasta una especie de segunda guerra civil. Puede que entonces fuera cierto, pero no se puede olvidar el pasado, porque entonces crece una nueva generación sin tomar conciencia.

P. Alemania vive una gran polémica sobre la colaboración de escritores de la antigua RDA con la policía política, la Stasi.

R. Desde el principio, he criticado el intento occidental de comerse colonialmente a la antigua República Democrática Alemana. Esta toma de posesión de la RDA fue acompañada por la obsesión de eliminar la cultura y la contracultura de Alemania Oriental. Esto comenzó hace tres años en dos periódicos tan importantes como el Frankfurter Aligemeine y Die Ziet, que iniciaron ataques permanentes a Christa Wolf. No concedo a los alemanes occidentales el derecho de Juzgar, desde su postura segura de Occidente, a los escritores que tuvieron que vivir en una dictadura como la de Alemania oriental. Sabemos que Wolf hizo informaciones para la Stasi durante dos años y medio, a finales de los cincuenta. Era entonces comunista, fiel miembro del partido. Lo que se ha publicado de estos informes revela que eran juicios literarios que no hicieron daño a ninguna de las personas mencionadas. Parecían informes editoriales, un poco aburridos. Pocos años después, ya mostró su oposición con su propio partido y en los años sesenta y setenta continuó en el partido, pero ya siempre desde una posición crítica, y llegó a tener dificultades. A su manera mostró mucho valor.

P. Es dificil estar con Günter Grass y no hablar de literatura.

R. Estoy trabajando en una nueva novela desde enero. Trata de la realidad, igual que mi último libro, Malos presagios, porque me gusta tremendamente en un tiempo en que hay cambios tan abruptos y radicales escribir siguiendo el rumbo de ese tiempo. Y no digo más porque no puedo hablar de huevos aún no puestos.

P. ¿Por qué tiene tan malas críticas en Alemania?

R. Nadie es profeta en su tierra. Digo mis opiniones de manera muy clara, como en el caso de la reunificación alemana, en que denuncié desde el principio que se emprendía un camino equivocado. Cuando mis advertencias se confirmaron y fueron incluso superadas por la realidad no se produjo una mejor comprensión de mis tesis sino que se incrementó la polémica contra mí.

P. Cuando publicó La rata, en 1986, fue tan vapuleado por la crítica de su país que se fue un año a Calcuta.

P. Llevaba mucho tiempo preparando ese viaje a Calcuta con mi mujer y luego la prensa interpretó que me enfadé mucho por las críticas y emigré a Calcuta. Todos mis libros, comenzando por El tambor de hojalata, han suscitado polémica y me he tenido que acostumbrar a ello. Pero en cambio estoy muy contento de la acogida que tienen en el extranjero, en países como España, por ejemplo, donde existe una opinión constructiva y objetiva.

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