Muros de luz

Durante la pasada edición de Arco, Mitsuo Miura presentó una gran instalación mural, espacio celeste cuajado de pequeñas piezas geométricas que desplegaban contrastes puntuales de color, en lo que, para mi gusto, constituyó una de las sorpresas más emotivas de toda la feria. Ahora, en esta nueva muestra personal, espléndida a todas luces -y nunca mejor dicho-, el artista nos brinda la oportunidad de contemplar otros trabajos recientes que inciden en la misma línea.El sorprendente impacto de estas propuestas y su eficaz sinestesia no deben equivocamos sobre lo que, finalmente, no hace sino llevar hacia un límite, Más arriesgado y contundente, un planteamiento sugerido ya por anteriores muestras personales de Miura, en su vocación por sumergir al espectador, más allá de las distintas piezas o series sectoriales, en una atmósfera integral.

Y para ello desarrolla esa vía fundamental a la evolución de su trayectoria que, en una reducción de herencia minimalista, concentra sus armas en una radical economía de elementos, equivocamente austeros, mediante el uso de formas elementales y planos de color uniforme.

Evocación

Desde una muy sabia administración de esos recursos, Miura despliega una hipnótica y compleja poética de evocación, que extrae su misteriosa energía de esa resonancia que impregna, en sus propias raíces, el silencio y el vacío.Y así, en el pacto elemental que establecen, a través de la vibración y el reflejo, color y luz -desde una vía de sensibilidad que en ciertos acentos se acerca al temblor lumínico de un Flavin-, su obra nos enfrenta a una singular lectura de la naturaleza, atrapada esencialmente a través de su rumorosa y sutil movilidad, bajo el signo omnipresente del cambio, fértil inestabilidad que el artista persigue no en efigie, sino en esa sombra luminosa y sonora en la que el mito sospecha, de siempre, su secreta y esencial identidad.