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VIEJOS SOLITARIOS EN COMPAÑÍA

Opciones ingeniosas para esquivar el asilo

Una de las fórmulas: 45 familias 'adoptan' a los ancianos a cambio de una subvención

Ana Alfageme

"Qué quiere que le diga. Aquí soy yo tan patrón como ellos". Y tiene razón. Hasta se permite el lujo Martín, a sus 73 años, de abroncar a la nieta de los Durán por lucir las piernas. Todo el mundo en la familia sabe que cuando el tío Martín ve el fútbol en la tele, no se cambia el programa caiga quien caiga. El anciano, que ha sido hombre del campo metido a cobrador de autobús, les lleva muchos goles de ventaja a los 59.000 viejos que viven solos en Madrid.Miedo al negocio

Martín no sube ni atado a su antigua casa, en el piso de arriba de su familia adoptiva, en una calle céntrica de Móstoles (189.000 habitantes). Una noche de invierno le dio el dolor, lo que él llama el negocio, es decir, un infarto. Prefiere los silencios de Antonio, el marido, y el trajinar de Crisanta, que parece tan alta y vigorosa al lado de ellos dos. Martín conoce al matrimonio y sus dos hijos, ya casados hace más de 30 años y tiene un par de ahijados en la familia Durán: "Y no es lo mismo, ¿sabe usted? yo creo que es muy difícil que esto cuaje sin conocerse" .

El día comienza con el café con leche y las pastillas para el corazón que le lleva Crisanta a la cama, los cereales del desayuno a las 10, el paseo. Tras la comida, otra vez el paseo -"en estando bueno, a la calle"-, puede que recoja al nieto más pequeño del colegio o vaya a jugar al mus en el centro de la Tercera Edad aunque tiene prohibido el humo y la bebida. Crisanta supo del programa a través de su nuera, y se dijo: "Martín el hombre está aquí solo, y si le puedo recoger, a mí me dan un dinero y de paso hacemos una obra de caridad".

Martín y ella se entrevistaron con gente de Cruz Roja, quienes indagaron si eran familia y averiguaron si su única motivación era el dinero, condiciones que anulan la participación en el programa. La mujer supo que tenía que atenderle, darle de comer, acomodarle en una habitación para él solo. A cambio, recibiría 32.000 pesetas (la mitad de la pensión de Martín) y 49.000 que pone la Comunidad.

También fue así, más o menos, el arreglo que selló, en noviembre, la unión de Rosa, una viuda de Fuenlabrada (141.000 habitantes) de 61 años, y María, una costurera soltera de 76. Y el de otros 45 ancianos con sus familias adoptivas. María vivía en un rincón del centro de Madrid y un zumbido le machacaba las sienes desde hacía cuatro años. "Para una residencia tenía que esperar un año, y entonces fui a la Cruz Roja y me lo arregló todo en dos meses". La única lista de espera la tienen las familias.

María se alegra del cambio: "En una residencia, si te toca en el cuarto con una señora que no duerme, a ver qué haces". María tendría que haber pagado, en una institución, hasta el 80% de su exigua pensión: 30.000 pesetas; y así ella sólo paga 15.000, y el resto (siempre hasta 81.000 pesetas) la Comunidad. Los zumbidos ya son historia y María tiene una pandilla de amigas para jugar al cinquillo.

Pero la nueva convivencia chirría de vez en cuando. Nacho, el hijo de 18 años, riñe a su madre y a María porque, entre la tele y las conversaciones -marcadas por la sordera de la anciana- no puede estudiar. Rosa trata, con tacto, de modernizar el vestuario a su pupila, pero el hijo piensa que un día María se va a asfixiar de tanta colonia que echa en la habitación.

A Martín también le cae alguna bronca por llegar tarde a comer, pero más de un nieto aprenderá -a conducir en el reluciente seiscientos del salmantino, que ya sabe que allá donde vaya Crisanta -a la huerta de Griñón, por ejemplo-, se lo lleva. Martín les dice a sus amigos: "Si yo estoy mejor que vosotros, porque entro y salgo y nadie me dice nada". El hombre, que nunca se casó, reflexiona: "SI ya no quieren los hijos a los padres. Sí, el día que te dan la paga, papito que te quiero y a los ocho días estorbas".

En Cruz Roja reconocen que esta sociedad ve menos vergonzante enviar los padres a un asilo que acomodarlos en otra familia. En la institución han sudado para conseguir tres familias que aceptasen hablar para este reportaje: y la última de ellas lo hizo a condición de cambiar nombres y omitir alusiones a la situación de la casa ("por si el alquiler y el casero"), explica la cabeza de familia, una camarera de 39 años separada y con dos hijas. En el piso de la capital vive desde noviembre Clotilde, una señora de 67 elegantes y enigmáticos años, que ha ganado una nieta que va para bailarina y que se admira al verla hacer croché. Y una perra que es su mejor compañera en los paseos. Con toda su experiencia dice que es ahora cuando ha aprendido a ser prudente.

La alegría de los 'zaharrak'

Los abuelos guipuzcoanos que viven en familias adoptivas -ahora mismo, 74- están bastante más contentos que los que acabaron en el asilo.La Diputación de GuIpúzcoa ha sido la pionera en España: si en Madrid el experimento comenzó en 1991, en el norte llevan desde 1988 colocando viejos (zaharrak, en vascuence) en familias. Tres de cada cuatro ancianos adoptados muestran su satisfacción total por el experimento. Sólo uno de cada cuatro de los que viven en residencias tienen la misma reacción. Otra de las ventajas que recalcan los supervisores del programa vasco es que el viejo adoptado es más independiente, tiene más relaciones sociales y está más integrado que el que vive en el asilo. Sólo uno de los arreglos madrileños -que se supervisan mensualmente- fracasó. En Guipúzcoa, tan sólo cinco. La gran mayoría de las 36 bajas se produjeron por muerte del abuelo.

En Madrid, la mayoría de los ancianos viven con matrimonios (58%) de la capital (72%), cuya situación económica es regular en dos de cada tres casos. "Pero no tiene que ser agobiante", dicen en Cruz Roja, "para que no dependan sólo de los ingresos del anciano". Las familias prefieren sobre todo mujeres. Por ello el perfil del anciano adoptado es el de una mujer de 76 años, soltera y vecina de la capital, que no llegó al bachillerato y con problemas de soledad.

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Sobre la firma

Ana Alfageme
Es reportera de El País Semanal. Sus intereses profesionales giran en torno a los derechos sociales, la salud, el feminismo y la cultura. Ha desarrollado su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora jefa de Madrid, Proyectos Especiales y Redes Sociales. Ejerció como médica antes de ingresar en el Máster de Periodismo de la UAM y EL PAÍS.

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