Ruge el barítono

Aunque no falta quien asegura lo contrario, se dice que el saxo barítono alcanza toda su majestuosidad cuando aprovecha al máximo las capacidades de su imponente registro grave. Lástima que el volumen de aire que se necesita para moverlo le haya impuesto ciertas limitaciones y le haya cargado con el sambenito de metal torpón, ingrato y de movimientos extremadamente lentos. Pero eso era antes de que el nervioso lenguaje del bop le urgiese a ganar en agilidad. Desde entonces, el gigante ha cultivado sus poderosos músculos hasta conseguir la elasticidad necesaria para describir piruetas casi tan airosas como las de sus hermanos más ligeros.Precisamente, cuando lo empuña Gary Smulyan parece como si este joven músico, curtido en las grandes orquestas de Woody Herman y Thad JonesMel Lewis, una vez conseguido un sonido puro y redondo, hubiese dedicado sus desvelos a tocar tan exigente artefacto con la mayor fluidez. En manos de Smulyan, el barítono no parece un instrumento, sino el más escurridizo de los peces, el zig zag hecho música, el tobogán después del columpio... Smulyan carga sus solos de notas, las articula con precisión y las emite en un orden casi matemático, con la resolución de la frase siempre a la vista. Así una y otra vez, con severa insistencia y concentración plena. Quizá debiera permitirse algún acento que rompiese un perfil a veces excesivamente plano, pero es lógico que se resista a introducir cambios: ha conseguído forjarse un estilo que tiene en la homogeneidad todo un tesoro.