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Contra el angel humano

Manuel Rivas

¿Qué minoría es más pequeña y más débil que la minoría (le uno?Tiene razón Salman Rushdie. Toquemos madera, pero si él desaparece, si la fatwa se cumple, una minoría irremplazable, una nación de un hombre, habrá sido violentamente borrada de la faz de la tierra.

Por existir como libro. Por escribir su propio cuento.

Creo que en España se ha seguido con excesiva frialdad y distanciamiento el calvario de Rushdie, si exceptuamos el cálido interés informativo de algunos medios. El grado de compromiso de instituciones y políticos ha sido, en la práctica y simbólicamente, muy inferior al de otros países europeos y Estados Unidos, donde el escritor recibió el apoyo de dirigentes y cámaras parlamentarias. Deseo equivocarme, pero tengo la impresión de que tampoco han sido muchas esta vez las voces alzadas contra el cazador ni todo lo intensa que cabría esperar la campaña de solidaridad de los propios escritores hacia la víctima. Y es una pena, porque es bien cierto que Rushdie somos todos. En su caso, como una pesadilla, rebrota nuestra historia, las llamas ¿le todas las hogueras. Pero sobre todo, su destino es el nuestro. La fatwa es un edicto contra el ángel humano.

He podido ver de cerca a Rushdie en una mágica noche irlandesa, hace ahora un mes.

Asistíamos a una conferencia sobre censura, secreto y democracia. Apareció como un duende detrás de la cortina, después de que Carl Berstein disertara sobre el creciente proceso de idiotización cultural en el mundo del periodismo. Su hu mor era admirable. No ame drentándose, ¡y qué humano se ría!, el escritor ha hecho de su propia piel un libro. Su parpadeo es como un código de banderas de navegación; las arrugas de la frente, surcos de tole rancia, y las del entrecejo, el braille del ingenio; los labios, dos cíngaros indómitos. Quisiera liberarse de una vez de esos otros apellidos indeseados que se han pegado a él como lapas en los titulares de los periódicos: affaire, caso, escándalo Rushdie. Volver a ser, simple mente, el escritor Rushdie. De alguna forma, lo ha conseguido. El affaire ya no es el suyo

Es el de las autoridades político-religiosas que desde un Estado perseveran en una disposición criminal. El caso es el de los que pisotean, con propios y extraños, los derechos. humanos. El escándalo es que se siga invocando a Dios para justificar la arbitrariedad y el más cruel despotismo.

Expresó él también su temor a que esa especie de burbuja a prueba de balas en que se ha visto forzado a vivir se acabara convirtiendo en una cápsula a prueba de realidad. Pero es Rushdie, en cierta manera, el que ha devuelto un sentido de realidad sobre cosas fundamentales al mundo comodista. No sólo ha dado prueba de tesón y entereza personales, soportando en ocasiones y en su propio país comentarios propios de la idiotización denunciada por Berstein y anticipada tiempo ha por Luis Cernuda: lo cretino, en ti, no excluye lo ruin; lo ruin, en tu sino, no excluye lo cretino. Pese a que algunos gastan su preciosa libertad en contar lo cara que está la vida de un hombre o para reprocharle que no se haga mejor el muerto y cierre el pico, es el gesto de Rushdie, atreviéndose a estar vivo, defendiendo como madre a sus criaturas, el que traspasa la burbuja en que levita ensimismada la sociedad, es su tragedia la que alienta de nuevo la épica de la libertad.

Mientras prospera un modelo de cosmopolitismo basado en la imparable extensión de la fast food, el episodio de este escritor, de esta minoría de uno, invoca al cosmopolitismo menos pringoso de un renacimiento democrático. De entre los textos sagrados, sagrado debiera ser el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

En la retórica fundamentalista se atribuye al imperialismo la causa de todos los males. Incluso la novela de un escritor puede ser una temible agresión urdida por el imperio del mal. Parece muy probable que el imam Jomeini ni siquiera llegara a ver un ejemplar de Los versos satánicos y que hizo lo que hizo a partir de rumores e interpretaciones. Así lo cree el propio Rushdie. Pero las palabras no resisten mucho tiempo en tan toscos grilletes. Si hay un imperio en este caso es el que busca destruir y acallar para siempre a la minoría de uno.

La universalización de los derechos humanos era desde luego incompatible con el viejo orden colonial, pero no ha encontrado tampoco su mejor aliado en el discurso tercermundista que suele utilizarse como distracción o mecanismo exculpatorio de tiranías internas. En una impresionante carta de solidaridad-reproche, la escritora iraní Fahimed Farsaie le recuerda a Salman Rushdie que debe utilizar la publicidad de su caso para dar a conocer los casos de otros muchos escritores perseguidos en el mundo, bastantes de ellos hasta la muerte, por intentar expresar sus opiniones. Según un informe del PEN Centre, sólo en 1991 fueron 739 escritores de 75 países los que sufrieron diferentes tipos de calamidades.

Nacida en 1952 en Teherán, encarcelada en 1972 por un escrito crítico contra el régimen del sah, expulsada de su país en 1982 por el régimen de Jomeini, exiliada ahora en Europa, Fahimed Farsaie señala que el mismo año que se dictó la fatwa fueron ejecutados 11 escritores en Irán. "Por supuesto, sus nombres ni siquiera aparecieron en un simple periódico. A nadie le fue permitido llorar por ellos, ni aun a sus familias. Ellos permanecen deshonrados bajo la negra1ierra. Y hasta el presente día nadie ha podido visitar sus tumbas

La noche en que apareció como un duende tras las cortinas dublinesas, Rushdie habló de estos muertos. La fatwa los ha ido sacando del ocultamiento, los ha desenterrado. Quiera Dios, esa interesante palabra, que la fatwa acabe resucitando a los muertos.

es escritor.

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