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Un caramelo en La Habana vieja

Durante su breve estancia en Cuba, el industrial italiano inauguró uno de los concesionarios Benetton en la plaza de Armas. Allí llegó montado en una bicicleta y, ante un público habanero que sufre los rigores de la escasez, habló de los colores pastel, de su nueva moda y de otros temas, ninguno político. Mientras hablaba, un grupo de negros cubanos observaba el escaparate con ansia forjada en los rigores del racionamiento. La tienda, que, en realidad, todavía no ha abierto, parecía un caramelo caído en medio de un cumpleaños de niños pobres."¿Pero no se dá cuenta de que esta tienda será sólo para turistas?", exclamó uno de ellos. Sí, Benetton se daba cuenta, y por ello luego diría: "Tenemos que tener confianza de que en un futuro cercano a los cubanos les será posible adquirir nuestros productos". Según dijo el empresario, la región italiana de el Véneto donde se asientan sus fábricas era hace 40 años una tierra de emigrantes y poca calidad de vida. "Hoy", argüía, "todo el mundo vive bien".

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Para Luciano Benetton, "Cuba es un país que despierta muchas simpatías en el mundo". "No es un país agresivo ni poderoso, y se debe colaborar con él", afirmó. Más tarde, el empresario italiano diría que "el esfuerzo Benetton es un pequeño engranaje de una rueda que cada vez girará más rápido".

Luciano Benetton caminaba por La Habana vieja, y mientras lo hacía, entre niños y jóvenes cubanos vestidos sin sus colores, alguien recordó que el 8% de sus ventas las realiza en Estados Unidos, el país que desde hace 30 años predica el embargo económico a Cuba. Él fue tajante: "Yo represento a una firma italiana, y, que yo sepa, en Italia no existe ninguna ley de bloqueo a Cuba".

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