¿Cita o reinterpretación?
Guillermo Pérez Villalta
Galería Salvador Riera. Consell de Cent, 333. Barcelona.
Es la primera vez que Pérez Villalta expone en Barcelona, con lo cual esta muestra adquiere tintes de auténtico acontecimiento. Y hay que agradecerle a Salvador Riera el que lo haya traído porque la Ciudad Condal, pese a todas sus aperturas olímpicas, sigue siendo a veces un tanto remisa a mostrar lo foráneo.Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, 1948) pertenece a la llamada Nueva Figuración Madrileña, un grupo de artistas que se dio a conocer a principios de 1972 en Sala Amadís, y en el que también se encontraban Cherna Cobo, Carlos Franco y el recientemente desaparecido Carlos Alcolea. Frente a la escena catalana, que en aquella época estaba embarcada en el movimiento conceptual, los artistas madrileños (de origen o de adopción) preconizaban un retorno a la pintura, adoptando lo que el crítico Juan Antonio Aguirre llamó "la manera antigua", un retorno a las maneras tradicionales.
Sin embargo, ninguno de ellos era directamente académico: de hecho, todos admiraban la modernidad en general y en particular al pintor Luis Gordillo. Con los años, cada cual escogió su rumbo y su estética personal, siendo Pérez Villalta el que más sobresalió entre todos y el que también se lanzó a multitud de proyectos de gran alcance y versatilidad: pinturas, murales, escenografía, arte ornamental... En 1985 le fue concedido el Premio Nacional de Bellas Artes.
La pasión por la representación geométrica del espacio y la mitología tradicional son los grandes temas de este pintor. Pero éstos se alternan también, o se imbrican, con el cuestionamiento de otros elementos del lenguaje pictórico, como el del color, y con referencias a episodios de su propia vida. En muchas ocasiones, su fuerte simbolismo hace alusión a las dificultades del acto creador, tal y como sucede en la obra titulada Esfuerzo, en donde, en lugar de un Cristo que arrastra una cruz, vemos aparecer a un hombre barbado llevando pesadamente un bastidor. El problema de esta estética ecléctica (que en cierto modo se adelantó, todo sea dicho, a la transvanguardia italiana y a los neoclásicos de los ochenta) es calibrar hasta qué punto es una cita literal y mecánica de repertorios antiguos o constituye una relectura en clave personal. El estrecho filo que se para el pastiche de la original¡ dad no es otro que éste: siempre que el cuadro, aun basándose en una tradición, nos diga algo nuevo sobre la representación o sobre el mundo, está aportando algo a la historia del arte.
Sentido onírico
En este sentido, creo que Pérez Villalta es mucho mejor cuando se refiere a problemas espaciales sin tener que recurrir escenas llenas de literatura como ocurre cuando aparecen los gigantes, las masas humanas apiñadas alrededor de cruces, los cristos, etcétera. Porque lo cierto es que a veces sus hombres barbados y desnudos, voluntariamente mal dibujada su anatomía (un guiño al manierismo, estilo que el artista tanto admira) o pintados de forma barrida, se nos antojan un poco ridículos como leivmotiv. A veces, en cambio, logra escenas imbuidas de poesía y de pensamiento, como en sus cuadros titulados El encuentro o Los ritos de la orilla, en donde su idea de "plasmar aquel espacio que funciona como el de los sueños" se hace realidad. En ambos cuadros, una atmósfera que tiene tanto de los primitivos italianos como de la pintura metafísica, unida a una exquisita factura, los convierte en obras espléndidas. Porque el artista aspira a trabajar en la esfera de las ideas, como lo hicieran Velázquez, el siglo XVI o Duchamp, y para ello, nos dice, "elegimos el medio más fácil para expresarlo: la pintura". Temas como las diferencias entre el trabajo masculino o femenino (interesante, ¿no creen?) o el del azar y el orden aparecen en estos dos lienzos únicamente sugeridos, evocados, y tal vez ésta sea la clave de su cualidad: el pintor no nos abruma con emblemas de significado unívoco, y así el espectador tiene campo abierto para imaginar.
Junto a éstos, son sobre todo sus cartones, mostrados en el piso inferior, los que resultan igualmente llenos de interés. Se trata de paisajes de indefinida perspectiva, con embalses, cisternas, ranuras y bancales que dejan ver casi siempre la presencia de agua. Pero su sentido último está más cerca de lo onírico y de lo surreal: los bancales se asemejan a carne humana, las casas se hunden en la arena, las paredes se recortan antes de llegar al muro que las alberga, y todo tiene un aire de misterio y de tiempo suspendido: paisajes, en definitiva, metafísicos. Y a mi parecer, de las obras más bonitas, en pequeño formato, de la producción del artista en estos últimos años.
Babelia
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