Ríco, rico
El 19 de abril de 1991, un jurado presidido por Cela concedía el Premio Príncipe de Asturias al pueblo de Puerto Rico por "la decisión ejemplar"' de "haber declarado el español como único idioma oficial del país". La decisión ejemplar se había producido 14 días antes, y más que del pueblo fue decisión de su gobernador de entonces, Rafael Hernández Colón. La sinécdoque -el gobernador por su pueblo- no extrañó entonces a nadie, pero nos ha colocado en situación harto delicada. Porque hace pocos días el pueblo de Puerto Rico ha otorgado una amplia mayoría política al nuevo gobernador, Pedro Roselló, que se presentó a las elecciones con la inequívoca intención de derogar la oficialidad única de la lengua española. Y que se ha apresurado a cumplir su propósito, declarando también oficial la lengua inglesa.La decisión de Roselló, altamente razonable en un Estado veteado de relaciones políticas, económicas y culturales con Estados Unidos, ha. sido rápidamente juzgada desde la Península como una afrenta. El heroico corazón latino se siente mancillado, y no habría que descartar acciones de enjundia, cual sería -y a ver por qué no- la propia retirada del Premio Príncipe de Asturias. Cuando el esencialismo es capaz de despojar a la lengua de su mera función instrumental, entonces ya es posible cualquier cosa. Es posible que los que reivindican el mestizaje como uno de los componentes de EE UU se rasguen ahora las vestiduras ante la cooficialidad del mestizaje lingüístico en Puerto Rico. Posible incluso que los que suspiran porque el castellano alcance algún día la cooficialidad en EE UU pretendan ahora poner puertas al campo en Puerto Rico.
Tal vez el bilingüismo sea un placer de la inteligencia. Una moral, incluso. Pero baste decir, sin ir a lo hondo, que es una cláusula de la realidad perfectamente inmune a las soflamas y al Príncipe de Asturias.
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