Vuelo nocturno
El bailarín esloveno Iztok Kovac, que en su nombre revela el origen húngaro, ha paseado su solo desde que lo estrenó en febrero de 1991 en Litibiana, donde reside, por más de medio mundo. Es una pieza efectiva, sincera, intensa y reveladora de su talento personal, y es el primer artista de la danza de su país que pisa Madrid.Comienza el monólogo gestual con sus brazos alumbrados por un cenital y rotando como aspas de molino. La pieza, al final, vuelve a esta impactante imagen, pero entonces ya el artista tiene los brazos desnudos, pues ha hecho un acto de confesión progresiva frente al público.
Hay ilusionismo, actos malabaristas, pasos de danza contemporánea y alardes gimnásticos, así como una lejana referencia al folclor, que quizá esté en el pasado formal del creador. La sinfonía inacabada de Schubert le da pie para incorporar un personaje que tiene la ingenua turbación de los poseídos, y llega a dar un poco de miedo cuando mira fijamente al público primero y al techo de focos después, queriendo ver un cielo estrellado que no existe. El bailarín se estampa violentamente contra la pared e incluso la escala un poco, dando fe de la violencia que le circunda. Su parte bufa se mofa de sí mismo y de una realidad cruel a la que hay referencias literales a lo largo del soliloquio de salto y suelo. Bien formado, conocedor de su cuerpo, Iztok Kovac domina el espacio, crea segmentos de acción, diagonales como cuerdas flojas por las que flota.
How I caught a falcon
Coreografia e interpretación: Iztok Kovac; música: Franz Schubert y Rosvita Jez; iluminación: Miran Susteric y Guy Peeters; sonido: Samo Jurecic.Teatro Pradillo, Madrid. 26 de Enero.
Quizá el lugar de esta obra sea el café cantante (o cabaré berlinés), un espacio con humo y rumor, como aquel donde el Dr. Unrat se encuentra a Marlene. Le pega mucho la nocturnidad y la alevosía, el tono malvado y conspirador de quien quiere hablar de cosas ocultas, duras y transgresoras.
Crueldad del sintetizador
Tierno e inclasificable, Kovac recita con un ritmo desolado que se interrumpe al mismo tiempo que Schubert. El sintetizador, ese artilugio cruel para la oreja, da apoyo marcial a una retreta bélica. Finalmente, vuelve la música y la atmósfera circense se hace ruta de viajero penitente, sigue adelante con su macuto a la espalda. El funambulista no tiene casa, emigra dentro de sí mismo y se despoja de la capa de Mandrake, la malla del mimo, los zapatos de baile. Es un ícaro desgraciado que vuelve a volar pegado a la tierra, en tinieblas.
Babelia
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