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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una política exterior para Moscú

LAS ENORMES dificultades que encuentra el Gobierno ruso para definir su estrategia en la reforma económica son paralelas a las que tiene para elaborar una política exterior propia, que borre la extendida impresión de que en este terreno sigue casi automáticamente lo que hacen o desean los norteamericanos. De ahí los esfuerzos que está realizando el ministro de Relaciones Exteriores, Kozirev, una vez que se ha asentado en su puesto, a pesar de los ataques de los conservadores, por trazar las líneas de una política específicamente rusa ante las grandes cuestiones internacionales.Las razones de política interior sobre la necesidad de una política exterior diferenciada son obvias: existe una fuerte presión nacionalista que reprocha constantemente a Yeltsin y a su ministro un excesivo seguidismo con la política occidental. De otro lado, es evidente que Rusia, país a la vez europeo y asiático, con una población musulmana considerable y relaciones seculares con Oriente Próximo, necesita elaborar una política exterior propia, que tenga en cuenta sus intereses y también el papel que puede desempeñar en diversos lugares del mundo.

La actitud manifestada por Rusia al distanciarse de EE UU en la cuestión de los bombardeos contra Irak, de poner en duda que fuesen una aplicación de las resoluciones de la ONU y de pedir que el Consejo de Seguridad tome el asunto en su mano (para que sólo éste pueda decidir eventuales medidas contra Sadam) ha sido un paso significativo. Kozirev ha aprovechado un momento en que entre no pocos europeos crecía el descontento por la acción unilateral de EE UU. Con ese gesto, Rusia estaba segura de encontrar una acogida favorable del mundo árabe, de ciertos países europeos y sin duda de China, que siempre ha sido muy reticente en el Consejo de Seguridad al uso de la fuerza contra Irak.

Sin embargo, nada indica que Rusia esté en condiciones de defender en la arena internacional una posición realmente independiente que pueda reducir o matizar la actual supremacía exclusiva y total de EE UU. Una creciente debilidad caracteriza su situación interna, económica y política, pendiente de un incierto referéndum, el próximo 11 de abril, sobre los principios de la futura Constitución. Pero además -y ése es el factor decisivo- Rusia no logra resolver sus relaciones con sus vecinos, las repúblicas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI), creada para mantener los lazos inevitables entre los antiguos miembros de la URSS. La CEI, a pesar de la cumbre de estos días en Minsk, no se sabe muy bien si existe. Hay, sin duda, relaciones en los terrenos militares y económicos, pero ninguna continuidad en la solución de problemas comunes. Nada, en suma, que se parezca a una comunidad.

Lo decisivo para Rusia son las relaciones con Ucrania. Para los rusos es casi imposible imaginar una Ucrania separada de Rusia. Los ucranios, si bien necesitan mantener relaciones económicas con Rusia (las ideas de espléndido aislamiento han fracasado y se percibe un cierto retorno al realismo), no quieren integrarse en una comunidad hegemonizada por Moscú: algo inevitable en la CEI. Por eso la mejoría de relaciones entre Moscú y Kiev sólo se puede lograr sobre una base bilateral. La reciente cumbre Yeltsin-Kravchuk fue un paso, seguida por conversaciones directas en Minsk, con ciertos frutos. En el asunto más candente, las armas nucleares que Ucrania tiene bajo su control administrativo, se han apuntado bases de solución que los dos jefes de Gobierno deben formalizar para el 15 de febrero. Rusia dará las garantías de seguridad pedidas por Ucrania, y ésta firmará los tratados START I y de no proliferación nuclear.

Pero aún quedan temas pendientes: Kiev aprovecha su lugar especial en el proceso de desarme (su firma del Tratado START I es indispensable para que el START II entre en vigor) para exigir compensaciones económicas consideradas excesivas en Moscú y en Washington. Es una actitud que no parece mejorar su imagen en el escenario internacional, en el que está dando sus primeros pasos.

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