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Chirac utiliza la alcaldía de París como plataforma para ganar el Elíseo

Jacques Chirac ya está en campaña. Tan activo como siempre, pero esta vez, y allí está la gran diferencia, mucho más seguro de sí mismo. El líder gaullista mira más allá de las legislativas de marzo, que la derecha parece tener ganadas. El Elíseo empieza a estar a su alcance. Por eso cuida París como a la niña de sus ojos. El alcalde sabe que la capital es el mejor escaparate que puede presentar la derecha en las vísperas de las elecciones legislativas francesas, y su gran argumento para aspirar a la jefatura del Estado.

Era corriente decir que Chirac, por demasiado crispado, demasiado fogoso, demasiado veleta, nunca podría ser jefe del Estado francés. Su dura derrota frente a François Mitterrand en la elección presidencial de 1988 acreditaba esa idea. Ahora hay que corregir el juicio: los franceses le ven como el presidente de derechas ideal, por delante de su eterno competidor, Valery Giscard d'Estaing. Y eso porque ha conseguido dar espesura a su personaje.Chirac y su partido, la Asamblea para la República (RPR), son, a tenor de las encuestas, la principal esperanza de cambio de los franceses. El 32% de ellos coloca al alcalde de París como el número uno de los reformistas, muy por delante de los socialistas, Jacques Delors y Michel Rocard y del centrista Giscard. El 31% declara que el RPR es la fuerza que puede hacer las reformas que necesita la enferma Francia. Sólo el 16% otorga esa consideración al Partido Socialista.

Recorriendo estos días los pueblos y ciudades de la Francia profunda, Chirac cumple una doble misión: apuntalar el previsible triunfo de la derecha en las legislativas y comenzar su propia precampaña presidencial. En cuestión de meses, Chirac ha conseguido hacer olvidar sus vacilaciones iniciales durante el referéndum de Maastricht y el doloroso hecho de que la gran mayoría del RPR no le siguió cuando finalmente se decidió a apostar por el sí. Al contrario, ese incidente le ha permitido despegarse del partido y dotarse de una aureola de estadista.

Quizá por su edad, 60 años recién cumplidos, quizá influenciado por su hija Claude -su mejor colaboradora-, Chirac parece más próximo a la gente normal y, sobre todo más tranquilo. Se permite visitar exposiciones o pasear por París y vigilar al ejército de trabajadores consagrados a que la ciudad brille como una patena.

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