Los trabajos, los días, el tiempo
"Me mato trabajando, dedico mucho tiempo a una serie de efectos diferentes, pero en esta época del año el sol se pone tan pronto, que no puedo continuar... Me vuelvo tan lento trabajando que me desespero. Cuanto más viejo me hago, más cuenta me doy de que hay que trabajar mucho para llegar a reproducir lo que busco". En el otoño de 1891, un Claude Monet que llevaba pintando desde hace tiempo los mismos cuadros (almiares al sol, álamos a la orilla de riachuelos), confiesa que lo que ha elegido no parece capaz de captar la luz cambiante del sol, sus efectos sobre el paisaje y las cosas. Su desesperación es el motor que le anima en una búsqueda tan empecinada como sublimes fueron sus resultados.Como Monet, Antonio López sabe mucho de esos sinsabores. Se queja, como el maestro francés, de que ha escogido "un lenguaje tan limitado" pero, más prudente, confirma a dos locuaces chinos que lo visitan: "Estar cerca (de lo que se pinta) es más importante que el resultado". La cámara y el micro están ahí, presencias mudas que captan éste y otros diálogos. Pero ante todo, dan testimonio de esa búsqueda obsesiva, casi maniática de las cambiantes tonalidades de un membrillo otoñal que inicia el de Tomelloso el 29 de septiembre de 1990, para concluirla el 11 de diciembre, con un breve epílogo primaveral, éste ya aportación del cineasta. El resultado es una obra maestra, la plenitud de un cineasta riguroso: estremecedora en su sencillez, contundente en su reivindicación de un cine en contacto con lo material, magistral en la actualización del programa de la modernidad.
El sol del membrillo
Dirección: Vietor Erice, según la idea cinematográfica de Erice y Antonio López. Fotografia: Javier Aguirresarobe, Ángel Luis Fernández y José Luis López Linares (vídeo Betaeam), Música; Pasea¡ Gaigne. Producción: María Moreno, España, 1992. Con la presencia de. Antonio López, María Moreno, Enrique Gran, José Carretero, Janusz Pietrziak, Marsk Domagala, Grzegorz Poniwkia. Estreno en Madrid: cine Alphaville.
Porque, como López, Erice sigue ahí. Más allá de modas, y por encima de ellas, el cineasta ha sabido sacar partido de las limitaciones de su arte, que son bien distintas que las del pintor, pero que existen. Porque si su cámara es capaz de captar el más intimo de los matices de la luz, no es menos cierto que Erice sabe que las potencialidades del cine están hoy al servicio de causas pírricas, del entretenimiento como única divisa, de la repetición caduca de estructuras narrativas detrás de las cuales no hay nada más que el manierismo formal y la brillantez tecnológica: raramente el sentimiento. Con paciencia y sabiduría, Erice vuelve al punto de partida de cineastas que, como Rossellíni, Bresson, Antonioni, Godard (y antes ltenoir), profundizaron encamines no recorridos por el cinema para encontrarse con la estremecedora, desnuda verdad que es capaz de transmitir la imagen.
Desmontar géneros
Desmontarlos géneros, romper las estructuras narrativas y la "naturalidad" de la expresión fílmica; alejar al cine de la tradición narrativa de la literatura, vincularlo con el terreno común que comparte con la representación pictórica; investigar, tensar, capturar el tiempo; involucrar al espectador mediante otros ingredientes que no sean la sorpresa, el suspense, el artificio: he ahí un programa, el de la modernidad, que Erice reivindica. Y lo hace con las modestas formas del documental aunque, al fin y al cabo, artista de su tiempo, sepa muy
bien que ya no se puede inventar lo inventado. Así, y sin romper nunca con lo real, sin alejarse ni un milímetro de las cosas, Erice desvía sutilmente el curso documental del filme y lo abre a una dimensión ficcional, a una polifonía de sentidos que son su mejor hallazgo.
Porque, más allá de esa reivindicación de la modernidad cinematográfica, el filme es muchas otras cosas: un documento de trabajo, de la obsesión por domeñar un arte. El repaso a toda una idea de creación artística hecho con la naturalidad de la conversación entre amigos. La creación de una mínima intriga que alimenta el filme (¿será capaz de pintar el árbol? ¿cómo lo hará?). La sombra premonitoria, intuida pero no menos real, de la muerte en el cuadro de María Moreno, su esposa, que le retrata casi de cuerpo presente; en los membrillos caducos.
López recrea en el sueño su inspiración, su casa de Tomelloso, un membrillero tal vez idéntico al que intentó pintar. Erice nos devuelve esos desvelos, nos hace público adulto de una liturgia casi olvidada, la de la participación afectiva, pero también intelectual, en la comunicación audiovisual: es un privilegio social tener entre nosotros a un cineasta como Erice. Que sea por muchos años.
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