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42 obras del mítico artista ruso Malevich se exponen en Madrid

Todos los cuadros pertenecen al museo estatal de San Petersburgo

Cuarenta y dos obras del vanguardista ruso Kasimir Malevich, procedentes del Museo de San Petersburgo, se expondrán a partir del viernes en la Fundación Juan March de Madrid. Malevich (Kiev, 1878-Leningrado, 1935) es, según dijo ayer la conservadora del museo de San Petersburgo Elena V. Basner, un pintor rodeado de una aureola legendaria pero a la vez un gran desconocido, dentro y fuera de Rusia. "Hasta 1976 sus obras estuvieron retiradas de los museos", explica Basner.

Hoy en día, ya, casi no hay que esforzarse para explicar quién era Malevich y su importancia capital para el arte contemporáneo de vanguardia, pues, afortunadamente, de un tiempo a esta parte, han abundado las exposiciones, con contenidos en singular y en plural, sobre la mítica vanguardia soviética, en la que el artista ucraniano desempeñó un papel absolutamente clave.Los propios responsables de la Fundación Juan March nos recuerdan las veces que, en el pasado inmediato, ellos mismos trataron sobre este tema -como, sobre todo, en la antológica titulada, Vanguardia rusa en la colección Ludwig, en 1985-, pero la verdad es que se han ido sucediendo en nuestro país todo tipo de muestras con vanguardistas soviéticos como asunto principal o preferente.

Contrastes de forma. Abstracción geométrica, 1910-1980, Dada y constructivismo, Arte de la vanguardia rusa 19-1935, etcétera, o las monográficas dedicadas a El Lissitzky, Popova, Rodchenko, Stepanova, etcétera, lista de eventos habidos en nuestro país al respecto durante los últimos siete año y que, improvisada de memoria, no es completa, lo que, no obstante, puede dar una idea de lo que ha sido este aluvión, máxime cuando se ha producido aquí donde sigue sin haber nada de vanguardia soviética en nuestras colecciones.

Sea como sea, nunca hasta ahora habíamos podido ver en Madrid una retrospectiva de pinturas tan amplia de Melevich como la que ahora nos visita, ya que, si en la anterior muestra colectiva de vanguardistas rusos presentada en la March hubo 49 obras suyas, la mayor parte eran dibujos, y, en este sentido, no resiste la comparación con la actual. Por otra parte, uno puede lamentar que el Reina Sofía -y no la Fundación Juan March, que en absoluto lo hubiera podido conseguir- dejara pasar la oportunidad de haber reclamado la extraordinaria retrospectiva de Malevich, que, en 1989, visitó Amsterdam, con 215 obras capitales, o cualquiera de las otras exposiciones sobre vanguardia soviética que últimamente han inundado Europa occidental y Norteamérica, todas ellas aprovechándose del desmantelamiento de la URSS y su perentoria necesidad actual de "vender" su riqueza artística patrimonial.

Buenos motivos

Con todo, insisto: Carpe diem. Y, sin duda, no nos van a faltar en esta mini retrospectiva pocos motivos de disfrute, pues en ella se contienen algunos cuadros representativos de su primera etapa; otros tantos, de ese invento suyo que fue el suprematismo y, en fin, una más que generosa selección de ese momento final del pintor, donde, liquidada ya la vanguardia por el estalinismo, Malevich se refugió en ensoñaciones místicas que, yo al menos, juzgo de una hondura emocionante, y me permito personalizar en este juicio, ya que la mayor parte de los historiadores y críticos ven con recelo este ensimismamiento último.

En cualquier caso, al margen de mi personal inclinación por esta postrera etapa de Malevich, el que ella ocupe la mitad de los ahora exhibido descompensa objetivamente el valor de esta exposición como retrospectiva, ya que, cuando se define así una muestra sobre una figura histórica, no es sólo porque ofrece equilibradamente los materiales más representativos de una trayectoria, sino también porque enfatiza sus momentos creativos más relevantes, nada de lo cual puede aplicarse a esta selección.

De hecho, el momento creativo álgido de Malevich se sitúa entre 1915 y 1925, momento en el que formula teórica y prácticamente su concepción artística no-objetiva y suprematista, a partir de la cual se instituye un nuevo lenguaje plástico basado en planos pictóricos puros, que rompen con el orden tradicional, puesto que ya no existe una subordinación jerárquica entre las partes, ni relaciones pre-establecidas entre formas y colores. Es entonces, en 1915 cuando pinta su hoy célebre Cuadrado negro sobre fondo blanco, cuya influencia sobre la vanguardia occidental llega hasta el minimalismo.

'El vencedor del Sol

Nacido en el seno de una familia de la burguesía rural ucrania e instalado en Moscú en 1904, cuando contaba 26 años, con la intención de hacerse pintor, Malevich tuvo la oportunidad de conocer y participar en el desarrollo de la naciente vanguardia rusa, en la que, a partir de 1910, desempeñó un papel capital como artista, teórico, pedagogo y animador. No sólo le vemos participar en las primeras muestras del cubo-futurismo, sino que, sin todavía haber podido salir de Rusia, llevó hasta sus últimas consecuencias la creación de un nuevo lenguaje plástico puro, sintetizando los afanes que entonces también embargaban los ánimos de poetas, músicos y críticos de vanguardia.Entusiasmado con las posibilidades abiertas al arte por el cubismo, pero también imbuido por las concepciones místicas y teosóficas entonces tan en boga, y que, en su caso le fueron inspiradas por Ouspensky, Malevich logra dar su primer paso artísticamente trascendental con motivo de su participación en la ópera Victoria sobre el Sol, estrenada en San Petersburgo el año 1913, con libreto del poeta Krutchenykh y música de Matiuchin, y en la que él, como escenógrafo, montó sus primeras imágenes no-objetivas.

Embarcado con entusiasmo en la Revolución de Octubre, después de ocupar relevantes puestos en la administración artística del nuevo Estado soviético, se dedicó fundamentalmente a la investigación y a la enseñanza, sin por ello abandonar su obra plástica, que, a partir de los años veinte, estuvo centrada en el diseño tridimensional. En 1927, ya objeto de sospechas políticas, viaja a, Berlín, donde expone y toma contacto con los miembros de la Bauhaus en Dessau. A su regreso, debe afrontar un clima verdaderamente hostil a la vanguardia y, aun cuando sigue trabajando, retorna progresivamente un lenguaje figurativo, que es cada vez más realista y simbólico. No obstante, esa obra final conserva un visionario aliento poético, a veces de estremecedor patetismo.

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