El sol invernal abrigó el entierro de Nureyev
Una hermosa ceremonia en la ópera de París despidió al bailarín fallecido
Ningún discurso, ninguna ceremonia religiosa acompañaron la inhumación de Nureyev a una veintena de metros de la tumba en mármol negro del coreógrafo Serge Lifar. Unas 200 personas desfilaron en silencio delante del féretro de Nureyev depositando flores de lis, ramilletes silvestres y zapatillas de baile. A las 12.30, recién introducido el ataúd en la tierra, comenzaron a dispersarse en silencio.
Bajo los rayos del recién aparecido sol, el cementerio de Saint-Geneviéve-des-Bois, con sus cruces ortodoxas, sus cupulitas bulbosas y sus retratos de mostachudos guerreros y príncipes del zar Nicolás II, era un lugar encantador. El vagabundo Nureyev lo había escogido personalmente como su última residencia. En las vísperas de la muerte, cruelmente alcanzado por el sida, el bailarín había deseado unir así su amor por Francia, la tierra que le descubrió la libertad, a su pasión por Rusia, su cuna y la fuente de su genio.
Tuvo que negociar esta inhumación el Gobierno francés con él Ayuntamiento comunista de Saint-Geneviéve-des-Bois, localidad situada en los suburbios de París. No querían los ediles comunistas ninguna nueva ampliación del cementerio que alberga los despojos de 7.000 "rusos blancos". Propiedad ahora de la Iglesia Ortodoxa Rusa, el camposanto fue creado en 1926 por una amiga inglesa de la princesa Mechtchersky, que allí tenía un chateau. Reposan en su seno el escritor Ivan Bunín, premio Nobel en 1933, una quincena de cosacos, el príncipe Yusupov, el cineasta André Tarkovski, Serge Lifar y aristócratas escapados de la revolución bolchevique.
Seis veteranos
La inhumación de Nureyev había sido precedida por los funerales desarrollados a partir de las 10 horas en el palacio Garnier. El ataúd salió y entró del palacio a hombros de seis veteranos bailarines de la ópera de París, y en presencia de dos hermanas de Nureyev; el ministro de Cultura francés, Jack Lang; el director de la Ópera, Pierre Bergé, y el ex ministro de cultura François Leotard. Lang, que ofició la ceremonia, hizo el elogio del bailarín que él había nombrado en 1983 al frente de la dirección artística del Ballet de la Opera de París."Que la tierra de Francia, que has escogido para ser enterrado, te sea dulce y hospitalaria", dijo el ministro. Y tras rendir homenaje a la "lucidez" y "valentía" de Nureyev frente a su enfermedad, afirmó: "Los astrónomos dicen que la luz de algunas estrellas brilla mucho tiempo después de su desaparición. Desde el panteón de la belleza, su única y verdadera residencia permanente, Rudolf Nureyev continúa deslumbrándonos".
Un millar de personas venidas de todo el mundo asistían a la ceremonia. En el exterior, con sus flores en las manos y los rostros descompuestos, se agolpaba otro millar. A estos últimos, los anónimos admiradores de la estrella, la policía les impedía la entrada en la ópera.
Hubo una chica que logró colarse. Era una muchachita de unos doce años que llegó y le dijo a uno de los severos guardianes del orden: "Quiero entrar, soy bailarina". El funcionario le respondió lo que a todo el mundo: "Si no tiene usted invitación, no puede pasar". Entonces la chica se puso de puntillas, hizo una grácil pirueta y, sosteniéndose en el aire sobre un pie, repitió: "Soy bailarina". Rendido, el guardia retiró la valla metálica y le abrió el paso.
En el peristilo del palacio Garnier, puntuados por extractos de composiciones musicales de Bach y Chaikovski, se leyeron poemas en cinco lenguas. En la voz de Ninel Kurgápkina, la que fue partenaire de Nureyev en el Kirov de Leningrado, resonaron en ruso los versos de Puchkin: "¿Cuándo vendrás, mi libertad? ¡La hora ha sonado y yo te llamo!"
Le siguieron, en inglés, las palabras de Byron: "Los espíritus que he convocado me abandonan, los encantos que he conjurado se burlan de mí, el remedio que había soñado me tortura, ya no puedo recurrir a ayudas sobrehumanas". Tomó el relevo la dulzura de las rimas italianas de Miguel Ángel: "El amor me posee, la belleza me encadena, la piedad, la merced, con sus suaves miradas, dan a mi corazón una firme esperanza".
Fue entonces el turno del alemán de Goethe: "No he hecho más que atravesar el mundo corriendo; he cogido por los pelos cada deseo, dejando ir al que no complacía, dejando pasar al que me escapaba". Terminó el francés de Arthur Rimbaud: "Es el amor medida perfecta y reinventada, razón maravillosa e imprevista".
Las dos hermanas
Estaban presentes dos de las hermanas de Nureyev, Rosa Francois, que vive en Francia, y Rasida Efgrafova, venida de Bachkiria, el país de origen de los Nureyev. A su vera, Patrick Dupond, sucesor de Nureyev al frente del Ballet de la ópera de París, encabezaba las apretadas filas del mundo de la danza.Todo lo presidía el féretro depositado en lo alto de la gran escalera interior del palacio Garnier, recubierta ésta por ramos de crisantemos blancos. A los pies de los restos de Nureyev, reposaba un cojín azul con la cruz de caballero de la Legión de Honor y la corbata de las Artes y las Letras, dos de las distinciones que Francia le había otorgado. Nureyev se iba para siempre, su magia quedaba también para siempre y el sol comenzaba a sonreír sobre París.
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