La vieja herida se ha abierto
Al deportar a 415 palestinos, presuntamente islamistas, Isaac Rabín quería dar un castigo ejemplar y mostrar que el asesinato de un militar israelí se sanciona con dureza. Pero es el ejemplo contrario el que se ha dado. La negativa del Líbano de recibir a los desterrados ha levantado en unas horas un teatro en el que se representa la tragedia original de los palestinos.Expulsados de su tierra, los desterrados se han encontrado a caballo sobre la frontera, empujados por unos, bloqueados por los otros, arrinconados en una "tierra de nadie" que es la representación emblemática de su situación en el mundo. Si se hubiera intentado imaginar una canción de gesta para ilustrar en pocas imágenes el problema palestino, no se hubiera encontrado nada mejor. Con la interrupción de los suministros y los cuidados médicos, se ha asegurado el suspense mediante la cuenta atrás (¿cuánto tiempo aguantarán?) y, para terminarlo de complicar, han intervenido la nieve y el frío (es Navidad). Las televisiones de todo el mundo han acudido a este nuevo belén. Es corto, claro, es fotogénico: la difusión mundial del folletín se ha impuesto sola. Si hubiera podido medir las consecuencias, seguro que Isaac Rabin hubiera preferido abstenerse.
Pero ¿qué cuenta la obra? Que antes que un problema de ocupación, el problema palestino es un problema de expulsión. Los israelíes han afirmado siempre que los centenares de miles de palestinos que huyeron de su país en 1948 habían partido voluntariamente, animados por los Estados árabes vecinos urgidos a pelearse con el Estado judío que acababa de proclamar su independencia. Los palestinos han desmentido siempre esta versión de los hechos. Sin entrar en detalles, constatemos simplemente que, los expulsados en 1948 se encontraron en campos de refugiados (en Líbano, Siria, Jordania, Cisjordania y Gaza) y que siempre han reivindicado su "derecho a volver". Hasta 1967, la cuestión palestina era eso y sólamente eso.
La guerra de 1967 permitió al ejército israelí tomar el control de Cisjordania, de Gaza y de Jerusalén-Este, añadiendo el problema "ocupación" al problema "expulsión". En ese momento, Yasir Arafat y su grupo (al Fatah) tomaron la dirección de la OLP. Veinte años más tarde, en 1987, se desarrolló la Intifada sobre el modelo "guerra de Argelia" (un levantamiento contra la ocupación). La OLP trabajaba para que el problema de la "vuelta" pasara a segundo plano, insistiendo principalmente en la devolución de los territorios ocupados para crear un Estado palestino. La Intifada la ha animado en esta vía e incluso ha provocado una aceleración del movimiento. Realpolitik obliga. En otros términos, Yaser Arafat y sus compañeros, que durante dos decenios han estado sopesando la relación de fuerzas, han osado proclamar que lo mejor que podían esperar era un compromiso histórico que hiciera posible la existencia de una pequeña Palestina coexistiendo pacíficamente al lado de Israel.
En el aire
Esta elección, si es conveniente para los habitantes de Gaza y Cisjordania (representados por sus notables, especialmente Huseini), deja en el aire la suerte de los refugiados de 1948. Estos últimos continúan, en sus mayoría, apoyando a una OLP que les ha situado implícitamente ante el dilema: "o esto, o nada". Pero es necesario que esta línea desemboque en algo tangible. Ése es el objetivo de las negociaciones de paz que se iniciaron en Madrid.
Mientras tanto, una nueva generación ha llegado al proscenio y, con ella, los islamistas de Hamas. Para ellos no hay negociación de paz que valga sino una guerra abierta hasta la desaparición del Estado de Israel. El problema es, pues, saber si la generación de los "viejos", en escena desde hace veinte años (Arafat de un lado, Rabin-Perés de otro), llegará ha concretar ese compromiso histórico. En caso afirmativo, se puede esperar que el acuerdo (obligatoriamente imperfecto) estabilice una situación explosiva desde hace demasiado tiempo y desemboque (quizá) en una paz. En caso contrario, si la línea seguida hoy por la OLP acaba en un fracaso puro y simple, la vieja generación perderá toda consideración y se abrirá el camino a la generación siguiente, es decir, a Hamas. Esto promete nuevos y largos años de horror. En cierto sentido, hombres como Isaac Shamir o Ariel Sharon podrían preferir esta salida por lo fácil que les sería presentar a los islamistas como salvajes sedientos de venganza con los que es imposible tratar.
En este contexto, el tema de los desterrados pierde todo su sentido. Para todos los palestinos ha reabierto la vieja herida. Los hombres de Hamas han aparecido como héroes y martires, lo que ha obligado a la dirección de la OLP a suspender su participación en las negociaciones de paz.
Difícil marcha tras
En el campo contrario, a Rabin se le ha hecho muy dificil dar marcha atrás, so pena de ofrecer a los islamistas una victoria más brillante todavía. Ha actuado de manera que no puede ni avanzar ni recular.
Pero el conflicto palestino-israelí ha conocido otras peripecias y, mucho más graves todavía. Al gobierno israelí le bastaría una semiretirada (permitir, por ejemplo que la Cruz Roja Internacional llegue a la no-mans-land), para hacer que la tensión baje y progresivamente se deje de prestar atención a este foco de conflicto permanente. En la medida en que ha despertado los traumatismos, la crisis puede ser también una ocasión para forzar la salida. Por lo menos ha mostrado que el famoso compromiso histórico sigue siendo el interés común de todas las partes.
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