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Pasion por 'La Prospe'

Los alumnos de la amenazada Escuela Popular la defienden como a su vida

En la Escuela Popular de Prosperidad, La Prospe, han aprendido a leer y a escribir, desde 1973, decenas de adultos desde los 18 años hasta los 82. Allí han recuperado la dignidad personas que entraron sin saber rellenar un cheque bancario o entender las páginas de un periódico. Entre sus muros han nacido y languidecido amores y han surgido amistades eternas. Pero la decisión del arzobispado, apoyado por el Ayuntamiento, de recuperar la pequeña casa de colores donde se ubica la escuela, amenaza un proyecto que ha sabido mezclar sabiamente utopía y realidad.

La Escuela Popular de Prosperidad, La Prospe, nació en el barrio de Prosperidad en 1973 y allí ha echado sus raíces como centro de educación permanente de adultos. Durante estos 19 años, monitores y alumnos han desarrollado una pedagogía alternativa, caracterizada por el voluntariado de sus monitores -que no cobran un duro-, la participación constante de los alumnos -que pueden ejercer de monitores-, la ausencia de exámenes y una gestión democrática, en la que todos deciden los presupuestos y el ideario de la escuela.Su actividad le ha merecido galardones institucionales: el Ministerio de Educación y Ciencia premió en 1990 y en 1991 su labor de alfabetización. Pero esto no ha sido bastante para alejar la orden de desalojo que pende sobre la escuela popular más antigua de Madrid. En 1983, con la bendición del entonces alcalde Tierno Galván, La Prospe se instaló en una casa baja que antes funcionaba como colegio nacional. Pero el arzobispado, dueño del local, ha decidido recuperarlo, y el Ayuntamiento, que lo tenía alquilado, ha dado su beneplácito.

Decididos a no marcharse, en la escuela critican acerbamente cómo se expresa la doctrina social de la Iglesia y afirman que el origen del conflicto, que ya ha llegado a los juzgados, es la especulación inmobillaria. "Cerrar La Prospe significa impedir que la gente pueda despertar y tener sus propios criterios. Algo así como castrarles", asegura Alicia de la Fuente, una de las monitoras y antigua alumna.

Y es que Escuela Popular de Adultos de Prosperidad engancha. Hay mujeres que acuden a clase con la bolsa de deportes para que los maridos, que se oponen a que vayan a la escuela, crean que van al gimnasio. Alumnos que ya han sacado el graduado escolar, antiguos monitores y amigos del barrio se hacen socios y van a los talleres y a las actividades culturales para seguir en contacto.

"¡A mí es lo mejor que me ha pasado nunca!", exclama Hortensia Carmona, dueña de una peluquería en el barrio, que sacó en La Prospe su graduado escolar. "Vine porque me sentía impotente: no podía rellenar un solo papel. La escuela me gustaba tanto que advertía a las señoras que vinieran a la peluquería antes de las seis porque después yo me iba a clase". "Uno hace amigos para toda la vida", confirma Naima, que nació en Marruecos hace 26 años.

Pepita Jiménez

Hortensia llevó a La Prospe a su tía Pepita Jiménez, de 64 años. "Cuando enviudé, me tuve que hacer cargo de los papeles. En el banco decía que me había olvidado las gafas para que me escribieran lo que hiciera falta", cuenta la enlutada Pepita, que no necesita gafas. "Con aprender a leer y a escribir mejor me conformo. Los profesores son muy cariñosos, pero los años no pasan en balde y estoy muy torpe".La actividad prioritaria de la escuela es la alfabetización de adultos. Pero La Prospe colabora asimismo con Cáritas Diocesana en la reinserción de ex toxicómanos, con la Coordinadora de Minusválidos y con asociaciones de inmigrantes, enseñando español.

La dinámica de La Prospe es tan intensa que sólo es posible con la participación entusiasta de todos los que acuden a ella. Organizan debates, excursiones, obras de teatro, proyectan películas... Editan una revista y hay talleres de lectura, de tapices, serigrafía, cuero, fotografía, gimnasia, manualidades, mecanografía y pintura.

Nadie recibe un duro por su dedicación a la escuela. Los 60 monitores que hay en este momento, como los 120 alumnos, pagan 500 pesetas de matrícula y 300 mensuales. Y limpian el local cuando les llega el turno. Los que están en paro no necesitan abonar las cuotas.

Los monitores voluntarios pasan unas seis horas a la semana entre los fríos muros de las clases. "El voluntariado hace que te sientas más libre, con más ganas para trabajar, y permite una relación distinta porque existe un sentimiento de igualdad", asegura Vicki López Barahona. La igualdad es tal que se han echado monitores por decisión de los alumnos, que les evalúan.

A pesar de los escasos ingresos, La Prospe consigue cubrir año tras año los gastos mediante una subvención del Ministerio de Educación de unas 700.000 pesetas y otra de la Comunidad en torno a las 600.000.

En esta escuela, en la que todo se debate, nadie se plantea dejar el local de la calle de Zabala. Monitores, alumnos y amigos del barrio están dispuestos a defender La Prospe como parte esencial de sus vidas. "Aquí hay señoras que se van a las manifas a pegar carteles, cuando antes echaban la bronca a sus hijos por hacer lo mismo", cuenta Jincho, de 25 años, que se sacó en La Prospe el graduado escolar.

De las 124.616 personas mayores de 14 años del distrito de Chamartín, al que pertenece La Prospe, un 1,2% se declara analfabeto absoluto.

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