Los 'jemeres rojos' se resisten a entregar sus armas en Camboya
Marines holandeses desplegados en Siem Reap, 300 kilómetros al norte de Phnom Penh, comentan que los jemeres rojos con los que diariamente entran en contacto parecen desmoralizados, pero no abandonarán las armas porque forman parte de una tropa disciplinada. Sus órdenes son impedir el paso de las fuerzas de las Naciones Unidas en los territorios bajo su control, y las cumplen.
Catorce meses después de la paz acordada en París, Camboya vive bajo una creciente tensión y no será fácil asegurar la neutralidad imprescindible para celebrar en mayo próximo las elecciones convocadas por la ONU.La Autoridad Provisional de la ONU en Camboya (UNTAC), organismo que teóricamente controla las áreas de finanzas, asuntos exteriores, interior, información y defensa de las cuatro facciones, incluido el actual Gobierno, que accedieron a su progresivo desarme al firmar los acuerdos de la capital francesa, ha situado a 15.700 soldados de más de 100 países, 3.000 policías y cerca de 2.000 funcionarios civiles en las 21 provincias camboyanas.
Su presencia, sin embargo, no ha logrado pacificar una nación habituada a la violencia y donde las violaciones del alto el fuego, el bandolerismo rural y urbano, la intimidación, el miedo y el sembrado de nuevas minas impiden la reconciliación.
Son los jemeres rojos, que acabaron con la vida de un millón de personas entre 1975 y 1978 hasta su apartamiento del Gobierno por la invasión del Ejercito vietnamita en 1979 -tropas repatriadas 10 años después-, quienes principalmente niegan su colaboración en la segunda fase del acuerdo, que establece la desmovilización y desarme de un 70% de los 200.000 hombres que combatieron en diferentes bandos durante tres años de guerra civil y el acantonamiento del resto de las unidades hasta la celebración de los comicios de mayo.
La guerrilla que obedeció ciegamente las instrucciones del visionario Pol Pot de convertir Camboya en un arrozal comunista y eliminar físicamente a quienes parecieron opositores, condiciona su desarme a la retirada de la totalidad de los vietnamitas y a la aprobación de mayores poderes para el Consejo Nacional Supremo, en el que están representadas las cuatro facciones y organismo con capacidad decisoria si sus conclusiones son aprobadas por la UNTAC.
Presencia vietnamita
El general holandés Kran Roos, jefe de los 3.600 policías encarga dos de supervisar la actuación de las policías locales, declara en Siem Reap estar dispuesto a colaborar con la primera reclamación, "pero hasta el momento nadie ha aportado pruebas de que permanezcan en el país soldados vietnamitas o asesores militares". En su oficina de Phnom Penh, el general Sanderson, principal autoridad castrense de la UNTAC, es de la misma opinión: "Desde que llegamos no hemos recibido una sola prueba de su presencia".Las gestiones encaminadas a lograr la incorporación de los jemeres rojos al proceso de paz prosiguen, pero el enfoque de los mandos políticos y militares de la ONU, apagafuegos en el polvorín camboyano, ha cambiado y el objetivo principal es crear un ambiente de confianza que anime la participación en la consulta de mayo del electorado registrado en los territorios dominados por el resto de las facciones: casi el 80% del total nacional.
Mandos del destacamento enviado por Bangladesh reconocen que en Siem Reap, sector 2 en el mapa militar, han sido frecuentes las escaramuzas armadas, el tiroteo de helicópteros de la UNTAC sobrevolando las junglas y planicies de esta provincia que mira hacia Tailandia,y también la explosión de minas. Pero el proceso de registro electoral ha sido tan estimulante como en las demás demarcaciones -3 millones de los 4,5 de camboyanos con derecho a voto han inscrito sus nombres- y los jemeres rojos no han interferido el trabajo de los inspectores.
Un teniente holandés, integrante del cuerpo de 400 observadores militares encargados de investigar violaciones del alto el fuego, amenazas a civiles o descubrir arsenales ocultos, recuerda que inicialmente se les recibió hoscamente, para establecerse después cierta camaredería en los encuentros.
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